«Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad.» Bajo ese discurso pretendidamente crítico se esconde una idealización de un tiempo pasado que nunca fue mejor. Una nostalgia fundamentada en un modelo familiar único, una sublimación del medio rural, un capitalismo alienado y una negación de los avances sociales logrados a lo largo de las últimas cuatro décadas. Son argumentos propios de una izquierda conservadora que se espanta ante la pérdida de su hegemonía. Lo neorrancio es lo que ocurre cuando miramos al pasado con la venda del recuerdo y cuando convertimos la experiencia propia en universal. Un libro que pone el presente en valor y que da pautas sobre hacia dónde debería enfocar la izquierda sus demandas.
Introducción
Cuando el pasado se resiste a pasar
U N PAÍS AGREDIDO POR LAS PRÁCTICAS CORRUPTAS
La corrupción suele mencionarse como una de nuestras peculiaridades. Algo así sería impensable en otros países europeos, más identificados con la puntualidad, la excelencia organizativa o la precisión en la fabricación de relojes. Sin embargo, en España se ha asumido con naturalidad atávica que las conductas indecentes forman parte de nuestro paisaje institucional. Los reproches ciudadanos se complementan con cierta resignación. Han ido pasando los años, las legislaturas y los sucesivos sistemas políticos en los vaivenes de nuestra agitada historia, pero esa vergonzosa patología se ha mantenido y nunca parece que vaya a limpiarse la mugre de nuestros establos más sucios.
Los datos objetivos evidencian esa vinculación con las malas prácticas. Sin embargo, son más confusas las razones que puedan explicarlas. Algunos afirman que somos un país corrupto por naturaleza y que las soluciones son imposibles, igual que una persona puede padecer una diabetes incurable. Otros aseguran que no hay tanta corrupción como parece y que solo se trata de una percepción exagerada por los medios. La mayoría observa la corrupción como una retahíla de problemas puntuales que solo afectan a su vida en que se escandalizan por ellas de manera intermitente. Las críticas presentan diversidad en sus enfoques, pero las alusiones sociales a las prácticas corruptas son continuas, desde el humor, el estoicismo, la indignación y el autoodio.
Se ha repetido con frecuencia el tópico de que hay un carácter español propenso a la corrupción, que se mostraría en fenómenos como la novela picaresca de los siglos XVI y XVII . Sin duda, en esa época había prácticas inmorales como las que se reflejan en dichas obras. Y seguro que hay comportamientos despreciables que ahora siguen existiendo: estamos tan saturados de corrupción que los informes policiales, las sentencias sobre el tema y las noticias de los periódicos parecen narrativa de costumbres. Eso puede llevarnos a trazar un hilo histórico entre pasado y presente para concluir esa continuidad en el tiempo. Así podemos culpar con rotundidad al incorregible carácter hispánico. No obstante, resulta temerario pasar tan rápidamente de la hipótesis a la apoteosis.
Los protagonistas de los relatos picarescos no son individuos con poder que abusan de sus cargos. Son personajes marginales que intentan sobrevivir a base de astucias, trampas y engaños. El Lazarillo, el Buscón, Guzmán de Alfarache o Rinconete y Cortadillo intentan salir adelante en una ardua lucha por la vida. Su mirada permite intuir desvergüenzas de sectores privilegiados de aquella sociedad, pero los relatos se centran en las peripecias propias de esos antihéroes. Las visiones de los pícaros, a menudo plagadas de ironía, no entran en la gestión de los cargos públicos o en apropiaciones de los caudales de toda la sociedad. Hay una gran disparidad entre la vida de Lázaro de Tormes y las trayectorias de Roldán, Bárcenas o Urdangarín. El primero es un huérfano que se afana por subsistir en situaciones límite. Los otros parten de existencias acomodadas, pero buscan enriquecerse más a toda costa y perjudican los intereses comunes. La distancia entre la picaresca y la corrupción actual es muy sensible. Además, la narrativa crítica con los vicios sociales no es exclusivamente española. En la misma época se escribieron obras similares en otros países europeos. Por ejemplo, durante el siglo XVI se publicó en Alemania un relato muy exitoso sobre el pícaro Till Eulenspiegel y en Inglaterra se escribió The Life of Jack Wilton.
Tampoco debemos ignorar la enorme influencia en la misma época de la obra moralizante de Erasmo de Róterdam: su amplia recepción nos demuestra que en los países europeos los malos hábitos estaban bastante extendidos. La prueba más clara es la propia Reforma protestante en todas sus orientaciones, que utilizó como uno de sus caballos de batalla la embestida contra las desvergüenzas. Las actitudes indignas no eran una característica únicamente española, aunque es probable que algunas circunstancias históricas provocaran aquí una mayor presencia de inmoralidades. La reforma de las costumbres se mantuvo como tema reiterado en todos los países europeos durante los siglos siguientes. Charles Dickens señalaba los defectos de la sociedad británica de su tiempo, mientras que Balzac hacía lo propio en Francia y Larra escribía en Madrid sus artículos sobre las conductas más reprochables. Con posterioridad, Pérez Galdós dio un paso más y retrató en algunas de sus novelas determinadas actuaciones poco ejemplares de la Administración pública a lo largo del siglo XIX .
Lo que describió Galdós de manera coetánea posee una significativa relevancia como notario de su tiempo. El historiador alemán Jens Ivo Engels ha señalado que a mediados del siglo XIX las prácticas corruptas en España todavía eran muy similares a las de otros países europeos. Será en esa época cuando empezarán a establecerse las bases institucionales que llevarán a la construcción del Estado contemporáneo e intentarán acabar con favoritismos, corruptelas o prácticas deshonestas.
Las reformas estructurales en otros países de Europa les permitieron llegar al siglo XX con profundas transformaciones sociales, administrativas y políticas. Dinamarca es actualmente uno de los países con niveles más bajos de corrupción del mundo, pero tras las guerras napoleónicas los sobornos, los fraudes y las malversaciones todavía seguían estando muy presentes, como ha explicado Mette Frisk Jensen, profesora de la Universidad de Aarhus y una de las mayores expertas del país en temas de corrupción. Las modificaciones institucionales que se impulsaron en esa época en las sociedades escandinavas las llevaron a reducir las prácticas corruptas de manera muy efectiva. En cambio, en España empezamos a rezagarnos en la lucha contra la corrupción por la gestión clientelar de las tensiones internas. La degradación progresiva del sistema de la Restauración y el colapso moral para las instituciones que supuso la dictadura de Franco provocaron que las prácticas corruptas alcanzaran en España dimensiones abrumadoras. Nuestra democracia no ha sido capaz hasta ahora de impulsar las reformas aconsejables para acabar con esta lacra.