Richard Hoggart. Sociólogo británico. Su extensa obra incluye los campos de la sociología, la literatura inglesa y los estudios culturales, con especial énfasis en la cultura popular del Reino Unido. Fue conocido tanto por su obra como por ser el fundador del Centre for Contemporary Cultural Studies en la ciudad de Birmingham. Profesor de inglés en la Universidad de Birmingham (1962–1973), de 1971 a 1975 trabajó para la UNESCO y finalmente fue rector del Goldsmiths College de la Universidad de Londres (1976–1984), antes de retirarse de la vida académica institucional.
Título original: The Uses of Literacy: Aspects Of Working-Class Life (1957)
© Del libro: Richard Hoggart
© De la traducción: Inga Pellisa
Edición en ebook: marzo de 2022
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ISBN: 978-84-124977-5-5
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Corrección ortotipográfica: Álvaro Villa
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Los usos del alfabetismo
Cuando una sociedad se vuelve más próspera, ¿pierde otros valores? ¿Se desperdician las habilidades que la educación y la alfabetización dio a millones de personas en consumir cultura pop? ¿Los medios de comunicación nos obligan a entrar en un mundo de lo superficial y lo material, o pueden ser una fuerza para el bien?
Cuando Richard Hoggart hizo estas preguntas en su libro de 1957 ‘Los usos del alfabetismo’, Gran Bretaña estaba experimentando un gran cambio social. Sin embargo, su obra histórica no ha perdido nada de su pertinencia y poder en la actualidad. Hoggart ofrece una visión fascinante de los valores estrechamente unidos que conforman las comunidades de la clase trabajadora del norte de Inglaterra y que están desapareciendo, y teje esta idea junto con sus puntos de vista sobre la llegada de una cultura de masas nueva y homogénea de influencia estadounidense.
Este trabajo pionero examina los cambios en la vida y los valores de la clase trabajadora inglesa en respuesta a los medios de comunicación. Publicado por primera vez en 1957, trazó una nueva metodología en los estudios culturales basada en la interdisciplinariedad y una preocupación por cómo los textos, en este caso, las publicaciones masivas, están entretejidas en los patrones de la experiencia vivida. Mezclando experiencias personales con historia social y crítica cultural, ‘Los usos del alfabetismo’ anticipa el interés reciente en modos de análisis cultural que se niegan a esconder al autor detrás de la máscara de la técnica científica social objetiva. En su método y en su rica acumulación de detalles de la vida de la clase trabajadora, este volumen sigue siendo útil y absorbente.
Mas allá de su éxito en ventas y de que acapara grandes titulares, este libro abrió una nueva área de estudio cultural y sigue siendo una lectura esencial, tanto como documento histórico así como análisis sobre la clase social, la pobreza y los medios de comunicación.
Índice
Presentación
SIMON HOGGART
L os usos del alfabetismo se publicó por primera vez en marzo de 1957. Los Hoggart vivíamos por aquel entonces en Rochester (Nueva York), adonde había llegado nuestro padre para participar en un programa de intercambio de un año con la Universidad de Hull, en la que impartía clases de Filología Inglesa. Sabe Dios qué idea se harían los estadounidenses de esa legendaria ciudad británica a orillas del Humber, donde aún había racionamiento, donde el olor a pescado impregnaba a veces la ciudad entera y donde parecía que las zonas que habían sido bombardeadas se quedarían vacías para siempre. En mí, la experiencia de recorrer ese camino en sentido contrario engendró un amor perpetuo por Estados Unidos: por su cordialidad, su energía, su belleza y, siendo como era un chico de diez años, su comida. Mi padre cobraba un sueldo británico, una miseria en Estados Unidos, pero mi madre y él se las apañaron para enseñarnos a mi hermano, a mi hermana y a mí gran parte del país o al menos de la costa este: Washington, Virginia, las Adirondack, Nueva York, Nueva Inglaterra y algo de Canadá. Íbamos a todas partes en un viejo De Soto con carrocería bitono, uno de los últimos coches estadounidenses con forma de sapo y no de ataúd. Y algo increíble para nosotros: los coches estadounidenses llevaban radio. Elvis acababa de aparecer y mi madre vaticinó que en cuatro días nadie se acordaría de él. Ya lo ha sobrevivido más de tres décadas.
Mi padre había dejado el manuscrito de Los usos del alfabetismo a los editores de Chatto & Windus, en Londres. El proceso había sido complicado y no habían faltado las preocupaciones. Una de las partes más recordadas del libro es su continuo ataque a las novelas pulp y el periodismo de los tabloides, ilustrado con ejemplos textuales y acompañado de comentarios peyorativos. Chatto consultó a un abogado, quien les advirtió que aquello era denunciable. Se mencionó en algún momento la cifra de un millón de libras —hoy en día un montón de dinero y en aquel entonces una suma inconcebible—. Aparte de dejar fuera toda esa parte del libro, la única manera de sortear el problema era que mi padre se inventase los textos sobre los que estaba escribiendo y arremetiera contra ellos.
No le llevó mucho tiempo y es evidente que disfrutó con la tarea. Sobre todo inventándose los títulos de las novelas de sexo y de asesinatos. Uno de ellos tuvo una vida posterior fascinante. El título era Death Cab for Cutie («Taxi a la muerte para una muñeca»), que desde luego suena bien. Alguien de la banda de rock cómica Bonzo Dog Doo Dah Band debió de leer el libro y se quedó prendado del título, así que escribió una canción basada en él. Hay un momento curioso en la película Magical Mystery Tour, que los Beatles rodaron para televisión, en el que la banda toca la canción en un sórdido club de estriptis. (El difunto Derek Taylor, relaciones públicas de los Beatles, me contó en cierta ocasión que George Harrison era un admirador de la obra de mi padre). Más tarde, un grupo de la costa oeste de Estados Unidos debió de oír la canción y la escogió como nombre. La banda Death Cab for Cutie se convirtió en un éxito de culto y cuenta entre sus mayores fans con mi propio hijo, que también se llama Richard Hoggart. Así es como pasan las bromas de generación en generación.
Volvimos en el Empress of Britain en el verano de 1957 (el año anterior habíamos ido hacia allá en el viejo Queen Elizabeth y fue el último año en el que cruzó el Atlántico más gente por mar que por aire). Descubrimos que en nuestra ausencia Los usos del alfabetismo se había convertido en un libro con un éxito considerable (dos meses después de su publicación, iba ya por la tercera impresión). Para un determinado tipo de persona y clase social, era un libro que había que leer. Uno de sus admiradores fue Tony Warren, el creador de la telenovela Coronation Street, que más tarde confesaría a mi padre que su libro le había demostrado que era posible escribir obras dramáticas sustanciosas y memorables sobre la vida de la clase obrera. De hecho, por aquel entonces la vida de la clase obrera rara vez aparecía en nuestras pantallas, salvo encarnada en algún que otro cockney de esos que decían: « Ca Dios sa lo pague, jefe» o fornidos reclutas del norte de Inglaterra; como mucho, había algún que otro documental en el que la gente de clase media mostraba su bondadosa preocupación por la pobreza y la sordidez. Además, W. H. Auden, el protagonista del primer libro de mi padre, le mandó una extensa carta contándole que Los usos del alfabetismo le había gustado mucho.
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