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Los valores y la educación
En 2017, la batalla por la educación se libra en diversos frentes y prácticamente en todo el mundo. Ha ocurrido así durante varias décadas, pero en los últimos tiempos los términos de la contienda se han agravado: la agresividad de los señores del dinero y la guerra aumentó en forma desproporcionada, tentacular, singularmente perversa. Desde hace algunos lustros, los mexicanos lo sabemos bien, por desgracia, pero en especial en los años que van de este segundo decenio del siglo.
He escrito que se libra una batalla . Esas palabras apuntan a uno de los bandos en pugna: el de quienes intentan darle un sentido humanista y crítico a lo que sucede en las escuelas con los niños y los jóvenes del siglo XXI ; pues hay una batalla no por la educación sino en contra de la educación, tal y como la hemos entendido hasta ahora: en las filas de los enemigos de la educación crítica y humanista se han formado diversos, y a menudo temibles, poderes fácticos, ideológicos, políticos. Así han quedado dibujados los dos bandos.
En Motivaciones y valores de la educación , libro necesarísimo, Manuel Pérez Rocha dibuja los horizontes problemáticos de la sedicente “reforma educativa” y plantea, casi se diría que como un lúcido transvalorador nietzscheano, la necesidad de privilegiar los valores de uso ante el predominio de los valores de cambio en la etapa actual del capitalismo. El libro de Pérez Rocha ha sido escrito en contra, con toda claridad y contundencia, del utilitarismo prevaleciente y el inmoral entramado que pone la ganancia en el centro mismo de los supuestos intereses, activos durante la formación de los individuos por medio de las escuelas. Los valores de uso de los conocimientos, en el otro extremo, son aquellos en los que puede fundarse una genuina y fecunda transformación de esas mismas escuelas y de sus protagonistas principales: los niños y los jóvenes.
En contra del silencio impuesto en las aulas, las páginas de Motivaciones y valores de la educación están llenas de propuestas liberadoras: el estímulo de la discusión y de los espacios inquisitivos en los que se desplieguen auténticos trabajos de colaboración y cooperación; el fortalecimiento de la escritura y de las humanidades, en especial de la historia, como ejes maestros de los nuevos proyectos, entre muchas otras ideas para un proyecto educativo amplio, incluyente, lleno de riquezas de todo orden.
Un libro como el de Manuel Pérez Rocha no puede pasar inadvertido en esta época triste que es, al mismo tiempo y gracias a obras como esta, un tiempo de enormes posibilidades: una encrucijada, digámoslo así, para echar mano de una imagen conocida. Todo aquello que se entrecruza en estos días forma una especie de magma del que saldrán las múltiples energías transformadoras y liberadoras que deberán restaurar el sentido vital y afirmativo de las actividades humanas. En todo ello la educación desempeña un papel no nada más fundamental –en el sentido de los cimientos, de los principios– sino estratégico: de cómo funcionen nuestras escuelas depende en gran medida la forma y la sustancia de la comunidad que seamos capaces de formar en el futuro, a lo largo del tiempo.
Motivaciones y valores de la educación nos coloca ante preguntas esenciales, decisivas: ¿de verdad queremos que las escuelas modernas le sirvan a la gente? Y si esta pregunta se responde de modo afirmativo, ¿por qué no echamos a andar cuanto antes, entonces, todo lo que hace falta para que ocurra? Las inercias sociales, intensamente ideologizadas, nos aherrojan continuamente, nos paralizan; por eso es importante un pensamiento como el de Manuel Pérez Rocha: su libro contribuye a suscitar la reflexión, invita a la acción consciente y metódica, llama a la enérgica revisión, consecuente y activa, de tantos presupuestos no analizados en torno de ese tema cardinal.
Estas páginas deberán ser leídas y estudiadas con detenimiento por todos los interesados en el tema de la educación en nuestro país y en el mundo. Es decir, todos los miembros conscientes y críticos de nuestra comunidad. Los del otro bando, los impulsores de una inicua “reforma educativa”, podrían comenzar a educarse en este libro; para eso haría falta que tuvieran la disposición intelectual y moral de hacerlo.
Al recorrer los diversos pero profundamente entrelazados capítulos de Motivaciones y valores de la educación asistimos a un acto de civilización.
D AVID H UERTA
Ciudad de México, julio de 2017
Ocuparse de las motivaciones de los estudiantes obliga a considerar a estos como personas, como sujetos con capacidad para reflexionar acerca de las finalidades de sus actos, y desarrollar esta capacidad es uno de los objetivos más valiosos de una buena educación.
La motivación que debe desarrollarse en los estudiantes no es, por supuesto, la sensiblería y manipulación con la que los patrones pretenden que sus empleados trabajen contentos y eleven la productividad, ni las recetas facilonas que vende la publicidad para ser felices. El diccionario define motivo como aquello que tiene la virtud de mover; en este sentido, motivar es generar o desarrollar motivos (causas, razones) y por tanto propicia movimientos , actividades, ya sean físicas o mentales. En el ámbito educativo, la motivación es un complejo proceso que genera un interés, un deseo, o una inclinación, y en condiciones adecuadas suscita una acción: estudiar. No es un proceso lineal: primero la motivación, después el deseo, después la acción. Un refuerzo determinante de la motivación y el deseo lo constituyen los resultados de la acción; por tanto, deseo, pensamientos y acciones se interrelacionan en un movimiento de ida y vuelta que se fortalece o desvanece con el indispensable ingrediente de la voluntad del estudiante.
Las motivaciones de los estudiantes para estudiar y aprender son un asunto que amerita un estudio permanente. Estas motivaciones del estudiante cambian con el tiempo y tienen múltiples raíces y componentes; constituyen un proceso en el cual intervienen experiencias, ideas, emociones, valoraciones, reflexiones; también intervienen la percepción que el estudiante tiene del mundo material y social, sus ideas acerca de sus propias necesidades, su estado emocional, su salud física, sus condiciones de vida y sobre todo sus condiciones para estudiar. Un aspecto al que se presta poca atención es la influencia del ambiente social, cultural y político en la motivación de los niños y jóvenes para estudiar, en especial el efecto (negativo y positivo) de medios como la radio, la televisión e internet. Sobre este asunto hago una reflexión (y denuncia) en varias partes de este volumen, en particular en el titulado Aldea hipócrita .
Otro factor de la motivación que con frecuencia se ignora, y que está relacionado con el anterior, es la idea que tiene el estudiante acerca del valor (o valores) de los conocimientos, entendidos como un saber y como un saber hacer . Es necesario reconocer la importancia de este aspecto de la motivación, pues los conocimientos son la materia de trabajo y el objeto central de la educación, y si los estudiantes han de trabajar para adquirirlos (o construirlos y reconstruirlos), es necesario que sean conscientes de su valor. Por supuesto que los frutos de la educación son muchos más que los conocimientos adquiridos. Son esenciales, por ejemplo, el desarrollo de actitudes y valores morales, y la construcción del carácter. La motivación de los estudiantes también deberá alimentarse de la valoración de estos frutos de la educación, pero este es un tema complejo que excede las pretensiones de este texto.
Las discusiones acerca de qué es el conocimiento (o qué son los conocimientos) han ocupado a los grandes pensadores desde hace milenios. La transmisión de los conocimientos es la función que, desde la pedagogía convencional, se asigna a las instituciones escolares. De esta manera, el concepto de conocimiento que prevalece en los sistemas educativos corresponde al de un conocimiento cosificado, un conocimiento objeto, invariable, simple e inmodificable, transmisible de una cabeza a otra.
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