La alquimia
Las leyendas creadas alrededor de la figura de Hermes y de la tradición hermética son bellas y merecen ser leídas, si bien no deben confundirse con la propia historia de este movimiento, todavía con lagunas y en construcción. En ellas se pretende sobre todo transmitir una enseñanza que insiste en la unidad de todas las filosofías y religiones.
Las leyendas que se refieren a los orígenes de la tradición hermética, evidentemente fabulosos, son muchas y variadas; pero, a causa de su intención, que supera cualquier falta de rigor histórico, hemos recogido la que aparece en la Concordance Mytho-PhysicoCabalo-Hermétique atribuida a Fabre du Bosquet y publicada en 1769. En una larga nota de este tratado se explica el nacimiento del hermetismo a partir de un hombre de una sabiduría extraordinaria llamado Hermes, a propósito de quien el autor escribe lo siguiente:
La casa de Canaán vio surgir de su seno un hombre de una sabiduría consumada, llamado Adres o Hermes; fue el primero que instituyó escuelas, inventó las letras, las ciencias y las artes, y, entre las ciencias había una que no comunicó más que a sus sacerdotes, con la condición de que la guardaran para sí como un secreto inviolable. Los obligó bajo juramento a no divulgarla más que a quienes hubieran encontrado dignos de sucederlos, después de someterlos a largas pruebas. Los reyes les prohibieron revelarla bajo pena de muerte. Alkandi y Gelaldinus mencionan al segundo Adris o Hermes, el apodado por excelencia Trismegisto y ambos autores se expresan así: «En los tiempos de Abraham vivía en Egipto Hermes o Adris segundo, que la paz esté con él; se le llamó Trismegisto porque era a la vez profeta, filósofo y rey; enseñó el arte de los metales, la alquimia, la ciencia de los números, la magia natural, la ciencia de los espíritus y fue la ciencia de la Naturaleza la que lo llevó a todas las demás ciencias».
La ciencia secreta a la que se alude en la primera parte del texto sería la alquimia, una ciencia de la que, con el tiempo, se conocieron sus enunciados, que son precisamente los que aparecen en la Tabula smaragdina , atribuida a Hermes Trismegisto. Allí se hallarían explicados, bajo unas sentencias misteriosas, todos los secretos del arte de la transmutación y la obtención del oro filosófico. La Tabula smaragdina comienza enseñando que lo que está arriba es como lo que está abajo para hacer los milagros de una única cosa, es decir, los milagros de la misteriosa materia que es el fundamento de todas las tradiciones religiosas o filosóficas. Hay distintas versiones y traducciones de la Tabula , así como una gran cantidad de leyendas respecto de cómo se encontró.
En palabras de Mircea Eliade, Hermes sería un héroe civilizador , es decir, alguien que conocía los secretos del fuego y, con ellos, los de la creación, por lo que su aportación a la humanidad no solo se redujo a una organización del mundo o cosmología, sino que su influencia también fue de orden espiritual. Un héroe o un herrero celeste que, como explica Eliade, «continúa y perfecciona la obra de Dios haciendo al hombre capaz de comprender sus misterios».
El nombre de este descendiente de Cam es el de un dios, Hermes, con el epíteto de «Trismegisto», que significa «el tres veces grande» —pues era rey, sacerdote y profeta. Fue también el inventor de la escritura, de la agricultura, de la política y, sobre todo, de la alquimia, el gran arte en el que se concentraba el poder del cielo y la tierra y que buscaba perfeccionar la vida de los seres humanos hasta convertirlos en inmortales. Por esta razón, la palabra «alquimia» es sinónimo de «hermetismo», pues, si bien se la define a menudo como una búsqueda de oro o de riquezas, se trata asimismo, y fundamentalmente, de la ciencia de la salvación enseñada por el gran Hermes.
Se cuenta que las enseñanzas de Hermes Trismegisto se transmitieron a su discípulo más querido y que este, a su vez, las transmitió al suyo, y así, desde la más remota Antigüedad, la sabiduría de Hermes, el hermetismo, se perpetuó a través de los siglos. Igualmente se extendió a representantes de distintas tradiciones que viajaron a Egipto en busca de este saber, que, de este modo, se convirtió en la parte más íntima y original de todas ellas.
Michael Maier (1568-1622), el famoso autor de la Atalanta fugiens y adepto rosacruz, se refiere a este aspecto de la transmisión del saber hermético en la dedicatoria de su obra Symbola aureae mensae duodecim nationum…, cuyo título completo y traducido sería «Símbolos de la mesa áurica de las doce naciones, o las fiestas dedicadas a Hermes, o Mercuriales, que celebran doce héroes escogidos, compañeros por su práctica del arte químico, su sabiduría y autoridad». En esta obra, los representantes de doce naciones, desde el más antiguo, Hermes, que representa a Egipto, hasta Alberto Magno o Ramon Llull, que representan a Alemania y España respectivamente, reúnen su saber hermético en torno a una mesa áurica, imagen de la obra alquímica. Pues bien, según Maier, «el sujeto de la alquimia» o «el milagro de una sola cosa», otra frase que aparece en la Tabula atribuida a Hermes, es, precisamente, lo que une las diferentes tradiciones y las distintas épocas en una única verdad o tradición primordial.
Los filósofos herméticos consideran que las religiones y las filosofías de los hombres son el reflejo de una verdad oculta que busca manifestarse a través de lenguajes particulares, dependiendo de las distintas épocas y lugares. La verdad , que según la antigua iconología reside en el interior de un pozo, no puede emerger de él si no es con la ayuda de su ancestro, el tiempo , que acaba por revelarla. Entretanto, este ocultamiento es origen de las distintas sectas que se escinden en una infinidad de opiniones separadas de la unidad de la verdad.
En la obra que ya hemos mencionado, Maier expresa la misma opinión y advierte de lo siguiente: «entre las cosas sublunares, hay una, que es única y que parece muy abstrusa, como si no existiera», y que, sin embargo, se ofrece a «todos los que tratan de la filosofía en todas las épocas y en todos los países». Esta cosa es despreciada por la gente común, pero es sumamente apreciada por «innumerables hombres que no se adhieren a la superficie, sino que buscan penetrar la cosa en profundidad, a fin de observarla con los ojos y percibirla por el intelecto, como un punto inmóvil». Esta misma cosa, que es la única verdad hermética, es también el sujeto de la alquimia, pues, según Maier, consigue poner de acuerdo a: