Camino al ejercicio profesional
Trabajo y género en Argentina y Chile (siglos XIX y XX)
Graciela Queirolo
María Soledad Zárate Campos
Editoras
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869– Santiago de Chile
– 56-228897726
www.uahurtado.cl
Primera edición julio 2020
Este texto fue sometido al sistema de referato ciego externo
ISBN libro impreso: 978-956-357-247-6
ISBN libro digital: 978-956-357-248-3
Coordinador colección Historia: Daniel Palma Alvarado
Dirección editorial: Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva: Beatriz García-Huidobro
Diseño de la colección y diagramación interior: Francisca Toral
Imagen de portada: Enfermeras saliendo de su turno en el Hospital José Joaquín Aguirre, 1946, Catálogo Fotografía Patrimonial, Museo Histórico Nacional.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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INTRODUCCIÓN
MUJERES, HOMBRES Y TRABAJO URBANO
Los mercados de trabajo urbanos, en los que se han desempeñado tanto mujeres como varones, experimentaron un importante crecimiento en las sociedades latinoamericanas desde las últimas décadas del siglo XIX y a lo largo del siglo XX. Dicho crecimiento incorporó un proceso de diferenciación ocupacional que originó un mundo laboral heterogéneo, integrado por ocupaciones educativas, sanitarias, comerciales y administrativas, así como también por las fabriles y las de servicio doméstico. En cada una de ellas se destacaron múltiples conocimientos y destrezas que las personas adquirieron por distintas vías: el entrenamiento bajo la guía de otros en los mismos espacios de trabajo –aprendizaje práctico o por imitación–; la capacitación profesional, previo pasaje por alguna institución de educación formal o informal que se acompañaba con la adquisición de certificaciones, o bien una combinación de ambas.
Los procesos de modernización capitalista crearon los mercados de trabajo organizados en torno a relaciones asalariadas. El gran legado de la modernidad, esa organización de la vida que nació en Europa Occidental al calor de la “doble revolución” tanto política como económica y que luego se expandió impetuosamente por el planeta, consistió en la creación de personas jurídicamente libres, pero económicamente dependientes.
Dentro de los límites a la libertad jurídica sobresalieron “las incapacidades relativas” que los códigos civiles decimonónicos asignaron a las mujeres. De acuerdo con ellos, las mujeres –en especial las casadas y las menores de edad– carecieron de una capacidad civil plena hasta bien entrado el siglo XX. Esto se tradujo en obstáculos para su actuación pública, como la administración de sus propios bienes, incluidos los ganados con su participación asalariada. Las reglamentaciones civiles pensaron a las mujeres bajo la guarda del padre y del marido y ni siquiera especularon con la posibilidad de que ellas deambularan por fuera de las instituciones familiares, algo que ocurrió, en parte, cuando la expansión de los mercados de trabajo, las incluyeron dentro de los empleos asalariados. Por lo tanto, su incapacidad jurídica reforzó su dependencia económica.
Las sociedades capitalistas se organizaron bajo una división sexual del trabajo notablemente patriarcal.
El trabajo femenino asalariado adquirió un carácter excepcional, es decir, las mujeres ingresaron a los empleos remunerados producto de la necesidad económica ocasionada por las falencias del proveedor –muerte, ausencia, abandono, desempleo, bajos salarios–. Esa participación se concibió como transitoria, porque duraría lo que las insolvencias masculinas perduraran o bien se producirían durante la soltería, previo al estado matrimonial o, a más tardar, hasta la gestación del primer retoño. Asimismo, los ingresos femeninos adquirieron un carácter complementario de los masculinos, porque el papel social de las mujeres radicaba en la esfera estrictamente doméstica. Esto se expresó en niveles salariales menores respecto de los varones, una situación que desalentó la permanencia femenina en el mercado. De la misma forma, la superposición de tareas domésticas y de cuidado con tareas laborales sobre los tiempos y los cuerpos femeninos volvió difícil, cuando no insostenible, la “doble carga”, y promovió deserciones o empleos nada prometedores.
A lo largo del siglo XX, la “sociedad salarial” se constituyó en una organización social hegemónica. La condición salarial con su paradoja fundacional había llegado para quedarse. Cuando el crecimiento económico se separó de la distribución social de sus beneficios, la necesidad ahogó a la libertad y los desajustes tornaron insostenible la paradoja; por lo tanto, la “cuestión social” se hizo presente y los conflictos, no siempre resueltos de manera pacífica, empujaron a nuevas negociaciones que la restituyeron. En cambio, cuando las bondades se propagaron, la integración social fue exitosa. Entre un escenario y otro mediaron los ciclos económicos de retracción o expansión.
En la sociedad salarial, las categorías socio-profesionales diferenciaron a sus integrantes. Los múltiples procesos de capacitación profesional dieron origen a una mano de obra poseedora de mayores o menores destrezas y saberes que posibilitaron la construcción de carreras laborales, expresión de la movilidad ocupacional. Así, la profesionalización promovió la distinción social que diferenció jerárquicamente a unos de otros, mientras prometía una distribución diferencial de los beneficios materiales. El imaginario de la “carrera abierta al talento” constituyó un ingrediente sustancioso de la sociedad salarial, porque abonó la representación de las “carreras individuales” construidas a partir de la “capacidad de trabajo”, la “ambición” y el esfuerzo que triunfaban sobre las herencias y los parentescos. Sin embargo, no todas las personas partían del mismo punto en esa carrera, porque no contaban con los mismos recursos ni materiales, ni temporales, ni culturales; por lo tanto, los procesos de movilidad ocupacional fueron muy diferentes para sus protagonistas.
Profesiones y género en la historiografía de América Latina
De acuerdo con los planteos de Eliot Freidson, los procesos de profesionalización han respondido a particulares coyunturas históricas, de manera tal que cada sociedad ha establecido quiénes adquirieron identidades y prácticas profesionales y quiénes no. El sociólogo advirtió sobre la importancia de “[tratar el concepto de profesión] como una construcción histórica en un número limitado de sociedades” así como también de “[estudiar] sus desarrollos, usos y consecuencias en esas sociedades sin intentar más que las más modestas generalizaciones”. En sintonía con esta propuesta, los capítulos de este libro abordan diferentes procesos de profesionalización mostrando conocimientos y saberes, técnicas y aprendizajes que mujeres y hombres desplegaron en sus prácticas laborales, intelectuales y políticas a cambio de una retribución monetaria, aunque esto no siempre ocurriera necesariamente, como demuestra el caso de las mujeres editoras o escritoras. Por lo tanto, los diferentes saberes aprehendidos, gracias a numerosas estrategias, condicionaron la integración laboral de las y los individuos estudiados. Asimismo, en los procesos de capacitación intervinieron concepciones de género.