La cara oculta de Eva, un clásico de la literatura árabe moderna, denuncia la opresión que sufren las mujeres en el mundo islámico y, con unos nuevos prólogo y epílogo, mantiene toda su vigencia más de veinticinco años después de su publicación.
Nawal El Saadawi relata de manera impactante la violencia y la injusticia que se han extendido por la sociedad en la que vive. Su experiencia como médico rural en distintas zonas de Egipto, como testigo de la prostitución, de los asesinatos por razones de honor y de los abusos sexuales, además de la ablación, que ella misma sufrió de niña, la impulsaron a dar testimonio de todo este sufrimiento.
Con claridad y precisión detecta y analiza las causas de esta situación, y describe el papel histórico de la mujer árabe en la religión y la literatura.
Para la autora, el velo, la poligamia y la falta de igualdad ante la ley de hombres y mujeres son incompatibles con el islam y con cualquiera de las otras religiones.
La cara oculta de Eva
La mujer en los países árabes
Nawal El Saadawi
Título: La cara oculta de Eva
Título original: The hidden face of Eve: Women in the Arab World
© 1977, Nawal El Saadawi
© 2017 de esta edición: Kailas Editorial, S.L.
Calle Tutor, 51, 7. 28008 Madrid
© 2017, traducción del árabe de los nuevos prólogo y epílogo de Noemí Fierro Bandera
Kailas Editorial hace constar que ha sido imposible localizar al traductor de esta obra, por lo que manifiesta la reserva de derechos de la misma. En caso de que apareciera el titular, Kailas Editorial se compromete a llegar a un acuerdo con él.
© 1991, traducción: María Luisa Fuentes
Diseño de cubierta: Rafael Ricoy
Realización: Carlos Gutiérrez y Olga Canals
ISBN ebook: 978-84-16523-78-8
ISBN papel: 978-84-16523-73-3
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Contenido
Dedicado a Zaynab Shukri,
esa gran mujer que vivió y murió
sin darme su apellido: mi madre.
Prólogo a esta edición
La muerte de Mayar y el linaje patriarcal
Mayar, una joven egipcia de diecisiete años, murió durante una mal llamada «operación de pureza» o circuncisión. Sucedió el 30 de mayo de 2016 en el hospital internacional de Suez, en Egipto.
No fue la primera ni la última víctima de la castidad, la virginidad, el honor y la moral, dado que estas se cuentan por millones, pero son enterradas en secreto y, como ocurre con la punta del iceberg, solo vemos una pequeña parte, mientras la masa gigante, el cuerpo, permanece escondido.
No se trata únicamente de crímenes médicos, sino fundamentalmente de crímenes políticos que practican los regímenes gobernantes patriarcales clasistas religiosos en Egipto y en otros tantos países del mundo hasta el día de hoy, para someter a las mujeres a la autoridad de los hombres a través de la privación del goce sexual, mediante la amputación de los miembros sexuales, el clítoris principalmente, primer responsable del placer en el cuerpo de la mujer.
Históricamente es sabido que la esclavitud se sustentó en el engaño del esclavo y de la mujer, negándoles el placer corporal y los derechos materiales merecidos por su trabajo y esfuerzo. A cambio les daban la felicidad espiritual, resultado de la adoración de la divinidad masculina, ellos, los gobernantes del estado y la religión, en este mundo y en el más allá.
El placer, por tanto, se convirtió en algo prohibido para las mujeres y los esclavos, al igual que el fruto prohibido del conocimiento, desde Eva la pecadora que salió de la costilla de su esposo Adán, y sería expulsada posteriormente del paraíso. ¿Cómo lo secundario (la costilla) venció sobre el origen y el todo? Es justo la lógica inversa e incoherente: la traición de la razón, visible y oculta.
El sistema esclavista, como concepto político, económico y religioso, falseó la historia, trastocó las verdades y tergiversó los significados, engañando con las palabras y los conceptos. Así ocurrió desde la derrota de la gran diosa madre en el antiguo Egipto —la descubridora de la agricultura, la escritura, la filosofía y la astrología— y el ascenso al trono de un dios masculino que estableció sus prescripciones de la ley y cosas sagradas sobre el oscurantismo, las dualidades y la destrucción de la razón desde la infancia, con una educación impuesta por la fuerza.
Pero no bastaba con que el estado le impusiera a la mujer un solo esposo, por la ley y por la fuerza, y le concediera a su marido el disfrute de la libertad en las relaciones sexuales, dentro y fuera del matrimonio —al menos cuatro, además de las amantes, las criadas y las sirvientas—, mientras la mujer no tiene derecho al placer ni tan siquiera con su esposo, uno y único, sino que además había que amputarle el clítoris en su infancia con navajas de parteras en las clases pobres o bisturíes de médicos y doctoras en las clases altas, para privarla del miembro sexual fundamental y responsable de su gozo.
La joven Mayar fue llevada por su madre, junto con su hermana, al hospital internacional de Suez para que una doctora le practicara la ablación. Murió en la mesa de operaciones del elegante hospital con un bisturí que sujetaban los delicados y finos dedos de la doctora, dentro de un guante esterilizado y limpio.
El crimen se escondió bajo la elegancia, la limpieza y la coerción, y la vergüenza, la cobardía y la inmundicia se transformaron en medalla del honor, pureza y castidad. La madre mintió, como lo hicieron la doctora, el equipo médico y los funcionarios del hospital. Todos mintieron y sostuvieron que Mayar falleció durante una intervención rutinaria que se le practicó para extirparle un tumor (carnoso) en la parte baja del vientre —no para extirparle el clítoris—, huyendo así de la condena, dado que la ley egipcia de 2008 prohíbe la circuncisión femenina, o la mutilación genital femenina (MGF), como es llamada oficialmente por la Organización Mundial de la Salud.
La ley seguirá siendo papel mojado mientras no venga acompañada de un movimiento político, popular, social, educativo y cultural que extirpe las ideas, valores y conceptos heredados de la esclavitud sobre el honor, la hombría, la feminidad, el Estado, la familia y tantas otras cuestiones sagradas.
A diario suceden miles de casos como la muerte de Mayar. Los cadáveres son enterrados con informes médicos falsos, firmados de común acuerdo entre los parientes y la familia directa con los médicos y los hombres de religión y del Estado para tapar el crimen.
Pero esta vez, por desgracia para estas fuerzas políticas, sociales y religiosas, había un médico, inspector de Sanidad en la oficina de Suez y responsable de autorizar el entierro, al que aún le quedaba algo de conciencia y creía en la justicia y la honradez, no en las aleyas del Libro sagrado. Rehusó ser cómplice de la falsificación y el crimen y, pese a las amenazas, anunció la realidad de lo ocurrido. Así, el cadáver de Mayar se trasladó al departamento de medicina forense para determinar el motivo real del fallecimiento.