Cartas de san Alberto Hurtado, S.J.
Tercera edición renovada y aumentada
Selección, presentación y notas de Jaime Castellón, S.J.
Biblioteca Jesuita de Chile
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda · Santiago de Chile
www.uahurtado.cl
ISBN libro impreso: 978-956-357-128-8
ISBN libro digital: 978-956-357-129-5
Dirección Colección Biblioteca Jesuita de Chile
Claudio Rolle
Editor archivos san Alberto Hurtado
Samuel Fernández
Dirección editorial
Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva
Beatriz García-Huidobro
Diseño de la colección y diagramación interior
Alejandra Norambuena
Imagen de portada
Alberto Hurtado. Se agradece a Samuel Fernández.
Diagramación digital
ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados.
Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente
prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante
alquiler o préstamos públicos.
INTRODUCCIÓN
Publicar las cartas de Alberto Hurtado Cruchaga, ese hombre que nació en Viña del Mar en 1901 y que habría de morir en Santiago en 1952 convertido en un hombre santo, es una oportunidad única para conocer ese camino hacia la santidad en sus etapas fundamentales y en sus fundamentos y principios, conociendo lenta y sostenidamente el cómo se construye una vida centrada en ese “en todo amar y servir” ignaciano que marcará una ruta en la vida del joven Alberto y luego en la de “el Padre Hurtado”.
1. Los epistolarios comparten con los diarios personales —dos de las más clásicas fuentes de memoria— el presentar impresiones y vivencias de un momento, buscando compartir y transmitir experiencias, proporcionando información, tratando de dar cuenta del curso de una vida que se relaciona con otras. En ambos casos, y a diferencia de lo que ocurre con las autobiografías y las memorias, el autor no sabe qué sucederá en el futuro y captura, como una fotografía, un instante que desea compartir con otra persona buscando una forma de diálogo a la distancia. De hecho, las cartas son formas paliativas para un vago deseo de ubicuidad, de manera tal que hacen posible que vicariamente estemos, a través de una carta, en otros lugares, permaneciendo sin embargo en el lugar de la emisión o envío de la misma. Las cartas actúan muchas veces como “testigos a pesar de sí mismos” entregándonos, junto a informaciones precisas y concretas, imágenes e ideas propias del tono de una época y suponen un desafío importante para el intérprete que no solo debe leer lo que está escrito sino también los contextos, lo implícito y lo sugerido. Género apasionante que nos consiente a entrar en la intimidad de las relaciones de amistad y compartir dicha amistad, buscando esencialmente comprender a los hombres y mujeres allí referidos, a los que escriben y reciben este gran medio de comunicación que reúne escritura ideas, lugares y fechas.
2. Escribir una carta es, muchas veces, una forma de darse a otro, de entregar algo de sí a quien se quiere y se recuerda venciendo el tiempo y la distancia, compartiendo las ilusiones y las preocupaciones, lo que estimula y preocupa a quién toma la iniciativa de poner por escrito lo que piensa y siente. Alberto Hurtado, que del dar y darse a los demás hará una parte esencial de su trabajo pastoral y de su reflexión religiosa, se entrega con transparencia y confianza en estas cartas que constituyen una suerte de diario de un alma no integrado o formal sino fragmentado y repartido entre muchas personas queridas. No se trata aun así de un diario en el sentido convencional en el que se registran las impresiones de la jornada y las inquietudes que estas pueden causar en el alma y la cabeza de quien lleva el diario, esencialmente escrito para el autor y su ordenamiento de ideas y emociones y tantas veces concebido como un instrumento de disciplina de escritura y autoconocimiento. En el caso de las cartas hay una voluntad explícita de comunicar a otros las propias vivencias y un deseo, igualmente explícito, de contar con respuestas e iniciar así un diálogo a distancia, con la mediación del tiempo y del espacio, que muchas veces genera un ansia en la espera de las respuestas en el anhelo de poder compartir intensamente lo que se está viviendo y experimentando, lo que se teme o preocupa, lo que se desea o se sueña.
Desde las cartas enviadas por el joven Alberto con sus inquietudes espirituales y sus deseos de conocer su vocación hasta las últimas comunicaciones de quien se prepara para la muerte, el conjunto de escritos nos permite hacer un recorrido por la vida de este hombre con sus momentos de exaltación y entusiasmo, así como los de cansancio y de disputas o conflictos. Desde su mano y su cabeza se nos muestra en toda su humanidad, dándose en cada carta a su destinatario pues pone en la tinta y el papel parte de su alma. Son cartas que nos entregan información variada y rica sobre su vida y su acción, pero sobre todo nos permiten sentir su voz y sus emociones, sus entusiasmos y preocupaciones. Hay en este gesto de darse un implícito gesto de acogida y, como indicaba antes, una invitación al diálogo, a la comunicación en el sentido más rico del término.
Alberto Hurtado se da a sí mismo en estas cartas y se muestra sensible y disponible para cumplir con lo que más le apasiona desde joven: cumplir la voluntad de Dios.
3. En esta dimensión —la comprensión de la voluntad de Dios y la acción continua para cumplirla— las cartas nos dan una extraordinaria documentación pues leídas con atención, contando no solo con lo dicho sino también con lo insinuado, con lo tácito y con lo no dicho, podemos seguir un proceso de construcción de una persona que desde joven aprendió e hizo propio el principio y fundamento que Ignacio de Loyola había presentado al inicio de sus Ejercicios espirituales. A riesgo de sobre interpretar creo que se puede encontrar en la escritura de la intimidad compartida de Alberto Hurtado, pues en este sentido pueden ser leídas muchas de estas cartas, un sello profundamente ignaciano que de diversas maneras y en las varias etapas de su vida, en escenarios sociales y culturales diversos, se manifiesta en su modo de escribir y comunicar. Podemos interpretar estos textos privados con una sensibilidad de cartógrafo, tratando de hacer el mapa de los razonamientos y el discurrir de este hombre que buscaba conocer la voluntad de Dios para él y para su tiempo, pensando siempre de manera generosa en la proyección y difusión del principio y fundamento. Es posible encontrar las líneas de argumentación, las influencias y la “dieta” intelectual y espiritual de este jesuita que dejará una huella profunda en sus contemporáneos y los que les hemos seguido en la vida de este país que Alberto Hurtado amó tanto. El ordenamiento sugerido por Jaime Castellón en la secuencia de las cartas ayuda a la tarea de contextualizar estos textos, a darles un trasfondo y un alcance amplio, mostrándonos cómo al decir, Alberto Hurtado dice muchas otras cosas. Es apasionante el poder conocer de qué manera este hombre santo se dio a otros y cómo se esforzó por escuchar y dialogar siguiendo en esto el modelo de Ignacio de Loyola y su enorme actividad epistolar, entendiendo que también en esta dimensión se actuaba ese ya recordado “en todo amar y servir”. Al volver a poner en circulación estas cartas se nos ofrece la posibilidad de afrontar el desafío de interpretar el pensamiento de san Alberto, de conocer sus formas de argumentar y persuadir, su grado de compromiso y empeño, su modo de entender prácticamente la idea de ser un contemplativo en la acción.