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Para Óscar y Lola.
No dejéis que nadie os diga nunca que no podéis hacer algo.
PRÓLOGO
Hey!
Julio Iglesias durante el homenaje que le ofreció la Academia de Grabación Latina como personaje del año 2001, en el Hotel Beverly Hilton de Los Ángeles, California. © Getty / Frank Micelotta Archive.
Julio Iglesias. Alejandro Vilar / Creative-Commons CC-Zero
P ocos días antes de que el verano de 2001 llegara a su fin, en un particularmente húmedo y ardiente mes de septiembre, conocí a Julio Iglesias.
Me encontraba en Miami trabajando con Alejandro Sanz en los estudios de grabación Criteria. Alejandro ultimaba los ensayos de su álbum MTV Unplugged, poco antes de viajar hasta Los Ángeles y asistir a la segunda edición de los premios Grammy Latinos.
Un día, a media tarde, y refugiados al abrigo del aire acondicionado, la puerta del estudio se abrió de golpe con una visita inesperada. Con un reconocible retroceso de ida y vuelta, como en los salones del lejano oeste, las puertas oscilaron dejando paso a Julio Iglesias.
Julio, elegante, impecablemente vestido a pesar del asfixiante calor del exterior, entró muy despacio, arrastrando con él una sutil cojera, observando todo lo que ocurría en el interior de la sala, como el cazador acechando a su presa.
Echó un vistazo de lado a lado y, una vez identificados todos los personajes de la escena, se acercó hasta la mesa de mezclas, donde con perfectos modales se dirigió a Alejandro y al resto de músicos que en ese momento ensayaban al otro lado de la enorme cabina de cristal. Julio levantó levemente la voz y saludó con un escueto « Hey!», una cortesía cercana y espontánea, un gesto casi de reverencia empapado de un acento afectado, un deje a medio camino entre el más castizo «hola» español y un relamido « hi » del sur de Florida. Todos habíamos escuchado antes aquel « Hey!» tan extraordinariamente singular y mil veces caricaturizado, pero nunca, al menos yo, lo habíamos visto representado en vivo y en directo por el personaje principal.
Parodiarse a uno mismo demuestra una inteligencia extrema, un control absoluto entre el personaje y la persona, el manejo definitivo de la identidad. Hay que ser muy brillante para hacer de Julio Iglesias siendo Julio Iglesias, sin tomarse en serio y ser a la vez auténtico y simpático. En Miami todos tuvimos la sensación de que Julio Iglesias estaba interpretándose a sí mismo por diversión, nos regaló un sketch del Julio Iglesias superstar por puro placer.
Después todo sucedió muy deprisa. Julio, por espacio de cinco minutos, se sentó en un larguísimo sofá de cuero color chocolate, hablando con unos y con otros de cualquier cosa; su última cena en casa de los Clinton, de su bodega de vino favorito, de cuando le pisó la mano a la princesa Grace Kelly o de aquella vez que se sentó a cantar con Stevie Wonder o Diana Ross, asuntos cotidianos nada importantes. Una vez recuperado del intenso bochorno que abrasaba en el exterior, se puso en pie y se marchó. Pero antes de abandonar el estudio, mientras se despedía moviendo cortésmente su mano, como lo hacen los monarcas en sus saludos reales al pueblo llano, lanzó al aire —sin dirigirse a nadie en concreto— un enigmático mensaje: «Un día tenemos que hacer algo juntos».
Le acompañé hasta la puerta agradeciéndole el gentil gesto de visitar a Alejandro en el estudio. Guiñó un ojo y me estrechó la mano.
—Gracias por nada chaval —me dijo sonriendo con una mueca característica de simpatía. Y entonces, el genio desapareció.
Cuando por fin se fue, la gente siguió trabajando en sus cosas, preguntándose si ese que acababa de salir por la puerta era Julio Iglesias.
Nadie podía prever que, tan solo unos días después de aquel fortuito encuentro con Julio en un estudio de Miami, el mes de septiembre de 2001 sería recordado por uno de los episodios más dramáticos de la historia.
Una sacudida física y emocional
En la noche del 10 de septiembre de 2001, Julio Iglesias asistía como invitado de honor a una cena homenaje, preámbulo al premio Grammy a la Personalidad del año con el que había sido honrado, el tributo de la Academia a un tesoro internacional, al hombre que había encauzado su pasión y su talento a la difusión de la cultura latina en los cinco continentes.
El homenaje comenzó a las siete en el hotel Beverly Hilton, situado en el corazón de Beverly Hills. Estrellas internacionales como Celia Cruz, Laura Pausini, Arturo Sandoval o Alejandro Sanz cantaron para Julio en un evento memorable. Durante la cena nadie reparó en un detalle premonitorio, una sacudida física y emocional que había sucedido unas pocas horas antes. A eso de la cinco de la tarde, mientras hacíamos tiempo en la habitación del hotel L’Ermitage, en esos ratos de ducha, puesta a punto y planchado de traje, un violento terremoto sacudió el suelo de Los Ángeles. La tierra tembló veinticuatro horas antes de que Osama Bin Laden sacudiera al mundo entero.
A la mañana siguiente, cuando se produjeron los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York, todos dormíamos en Los Ángeles. El primer avión, el vuelo 11 de American Airlines con destino a LAX, explotó contra la Torre Norte a las 8:47 a. m. Encendí la televisión justo en el momento que el segundo avión, un aparato que cubría el vuelo 175 de United Airlines, se empotraba contra la Torre Sur del World Trade Center. Poco después vi la desintegración de la primera torre. Por muchas veces que las veas, hay cosas que no dejan de sobrecogerte.
El 11S conmocionó al mundo, pero al ciudadano americano, acostumbrado a combatir lejos de sus fronteras, aquel ataque en su propia casa lo dejó completamente grogui. Uno de los símbolos más impresionantes de prosperidad de Estados Unidos sepultó bajo toneladas de escombros a miles de personas, gente anónima que representaba el lado más trágico y realista de la vulnerabilidad del país.
La primera consecuencia del 11S fue la suspensión indefinida por parte de George W. Bush del espacio aéreo norteamericano y el bloqueo de las fronteras. Todos los aeropuertos de Estados Unidos cerraron y los vuelos fueron congelados. Todos los que teníamos previsto regresar a España una vez finalizados los premios, que naturalmente se cancelaron, nos quedamos bloqueados en América durante más de una semana. Todos excepto Julio Iglesias.
El cantante, que tenía previsto cantar el 13 de septiembre en la plaza de toros de Las Ventas en Madrid, en el último concierto de su gira, tomó su avión privado nada más finalizar la gala homenaje, poco antes de los atentados, y salió hacia su casa de Punta Cana, en la República Dominicana. Desde allí, dos días más tarde, se trasladó hasta el hotel Villa Magna de Madrid, su cuartel general en la capital de España.