Prólogo
colón y otros caníbales is, según creo, el libro más importante que se ha escrito nunca sobre uno de los temas más decisivos al que los seres humanos tienen que hacer frente: ¿por qué la cultura dominante se dedica a la destrucción de una manera tan atroz, implacable, demente, genocida, ecocida y suicida?
He escrito muchos libros sobre exactamente el mismo tema, y tengo que admitir que se trata de una cuestión que me sigue desconcertando. ¿Cómo puede un grupo de personas, por más locas que estén, por más estúpidas que sean, destruir el planeta en el que (o mejor: en quien) viven?
Muchas veces sacudo la cabeza con fuerza o me pellizco esperando así despertarme y comprobar que toda esta cultura, con la destrucción que acarrea, no ha sido más que un mal sueño, un sueño incomprensible. Pero cada vez que me despierto, ahí sigue la pesadilla de los océanos asesinados, de la extinción de los salmones, de la esclavitud y de los salarios de esclavitud, de la dioxina en la leche de todas las madres, de las culturas indígenas al borde de la desaparición.
En mis libros he tratado de explicar esa destrucción ubicua basándome en razones psicológicas y sociológicas. He aducido razones económicas y también filosóficas. He alegado razones relacionadas con cómo se nos adiestra para que nos demos cuenta (o, más bien, para que no nos demos cuenta) de las cosas. Pero, por más convincentes que cualquiera de estas explicaciones, o todas ellas juntas, me puedan parecer a veces, hay otras ocasiones en las que no son más que palabras, palabras que de ninguna manera resultan suficientes.
Aunque, claro está, ninguna explicación puede ser suficiente para dar cuenta de las razones por las que se está asesinando este planeta.
Y, de las que tengo noticia, la explicación (exploración sería mejor palabra) que ofrece Jack Forbes es la que más se aproxima a ser suficiente. Dice más en este pequeño libro que lo que otros dicen en libros diez veces más extensos.
No voy a contarles cuáles son sus conclusiones, ni tampoco su punto de partida. El libro es corto y lo pueden leer en una tarde.
Así que léanlo. Y dejen que todas las implicaciones de este libro pasen a su corriente sanguínea y de ahí a todas las células de su cuerpo, a las puntas de los dedos, los muslos, los codos, el cerebro, el corazón, el estómago, los pulmones, los dedos de los pies, la lengua, los ojos y las orejas. Si este libro les abre aunque solo sea una décima parte de lo que me abrió a mí, nunca más serán los mismos.
Y eso es algo muy bueno.
Compren este libro. Léanlo. Y después, pertrechados con este entendimiento recién descubierto, salgan allá afuera e impídanle a esta cultura demente y caníbal que siga matando este hermoso planeta que es nuestra casa.
—Derrick Jensen
Agradecimientos
siempre es difícil vivir esta vida de tal modo que uno no resulte dañado y que no haga daño a otros. Los triunfos que alcanzamos en cuanto a ser buenas personas, personas que viven en la belleza, la justicia y la compasión, nunca los conseguimos solos ni por nuestra cuenta.
De la misma manera, los logros concretos que conseguimos no los obtenemos solos. Este libro, como todas las otras cosas que he hecho en mi vida, tiene muchos autores. He de reconocer el mérito de mi padre, un hombre honrado, compasivo y justo que, durante los primeros veintiún años de mi vida, fue la prueba viviente de que un hombre puede crecer derecho como un pino, sin torcerse ni siquiera un poco ante la estafa, el engaño o la frivolidad. Su curiosidad intelectual, el orgullo que sentía por su trabajo, siempre hecho con las manos, y su aprecio por el mundo natural han contribuido enormemente a dar forma a mi vida. Era un hombre trabajador que nunca triunfó materialmente, pero que me dejó una herencia de autenticidad que espero poder legar a mis hijos.
Es difícil separar a mi madre de mi padre: los dos compartían los mismos valores de honradez, compasión y ecuanimidad. Mi madre, especialmente, adora las plantas y todo lo que crece. A los dos nos resulta difícil pasar por alto una simple planta, aun el más pequeño esqueje. En cuanto tenemos ocasión, plantamos en la tierra todo lo que pueda crecer (y esa es una de las razones por las que he sido una especie de granjero vocacional).
Pero mis padres y abuelos, mis tías y tíos, humanos todos, no han sido los únicos autores de las páginas que siguen. Desde muy temprana edad las luchas de los indígenas americanos, de los celtas y de mis ancestros suizos en aras de la justicia y en contra del imperialismo suscitaron en mí una imagen de lo que constituye una buena vida desde un punto de vista político. No puedo insistir lo suficiente en cómo las historias de Powhatan y de Opechkankanough, de Sir William Wallace y de Arnold Winkler, dieron forma a una idea de justicia en los primeros años de mi vida. Todavía puedo ver las imágenes de Opechkankanough, anciano y hecho preso, en el momento de ser asesinado por un soldado inglés, de los campesinos y los miembros del clan levantando sus espadas y guadañas para mostrar su apoyo a Wallace, y de Winkler cargando al frente de los campesinos suizos contra una falange de austriacos armados con sus lanzas.
También he de mostrar mi reconocimiento a muchos otros autores, entre ellos las cabras, los patos, los gansos, los perros, los gatos y los demás animales que me han enseñado tanto sobre la alegría y la espontaneidad de la vida auténtica, libre de la mezquindad y la maldad que a veces se encuentra en el mundo de los humanos. Los árboles y las plantas también han sido grandes amigos míos, especialmente un enorme roble que me daba abrigo durante muchos años difíciles en los que me sentí angustiado en escuelas que eran extrañas para mí y donde estaba rodeado de niños malvados. Las colinas cubiertas de plantas de artemisa y los cañones y las desnudas gargantas rocosas del desierto también me han proporcionado refugio, enseñanzas y amor por la Madre Tierra.