V ivimos un momento de esplendor en el mundo de las bebidas espirituosas: nunca tuvimos a nuestro alcance tanta diversidad de estilos, calidad y personalidad de licores y destilados.
Disfrutar de una buena copa con la pareja o con un grupo de amigos destila una buena conversación y alegría de vivir. Bebemos menos, pero bebemos mejor, una tendencia que se asienta entre los buenos aficionados, deseosos de descubrir el origen, las técnicas de destilación y las características sensoriales de la bebida espirituosa que disfrutan.
Esta guía de los 150 mejores destilados abarca todos los estilos de bebidas espirituosas que llegan al mercado español, desde un armagnac a un mezcal, pasando por un whisky de malta o un brandy español, o por las originales ginebras, responsables estas últimas y sus refrescantes gin-tonics de despertar la curiosidad del bebedor y la predisposición a disfrutar de nuevas sensaciones.
Las marcas seleccionadas son, todas ellas, de muy elevada calidad y arrebatadora personalidad, las mejores en su categoría, y se pueden encontrar en los bares más emblemáticos de España y Europa, fruto de la globalización cultural.
En estas páginas se ha realizado un esfuerzo de síntesis que refleja este seductor universo sensorial y el momento de esplendor que las bebidas espirituosas viven en nuestro país.
ORIGEN DE LAS
BEBIDAS ESPIRITUOSAS
L a destilación consiste en extraer el alma de una bebida fermentada: de un vino se obtiene, por destilación, un brandy; de la caña de azúcar, un ron; de una cerveza, un whisky; y de la sidra, el calvados. La bebida fermentada es la base de este apasionante periplo por el arte de la destilación emprendido por la humanidad.
Los orígenes de la destilación son más bien mundanos. Fue el filósofo griego Aristóteles el primero en destilar agua de mar, al descubrir que en la tapa de la cazuela de barro donde hervía se concentraban unas gotas de agua desmineralizada, separando la sal y convirtiéndola en potable.
Desde la lejana Mesopotamia, donde comenzaron los cultivos del cereal y de la vid, llegaron las primeras técnicas de destilación a Alejandría, la mayor ciudad del mundo en su tiempo, y desde allí, los árabes llevaron el alambique al sur de España.
Alcohol y alambique son palabras de origen árabe; al-kohl es como denominaba este pueblo de navegantes la pintura negra de antimonio que utilizaban las mujeres para pintarse los ojos, obtenida mediante la destilación. El alambique es el recipiente, formado por una caldera y un condensador, donde los árabes obtuvieron sus primeros alcoholes, al destilar vino en el sur de España, donde por primera vez se obtuvo “el agua de vida”.
Aqua vitae denominaban los alquimistas que buscaban la piedra filosofal y la fuente de la eterna juventud, al alcohol que fluía de sus alambiques. Los escoceses e irlandeses lo bautizaron, en gaélico, uisge beata (whisky); y los rusos y polacos, voda (agüita). En un principio el uso del alcohol fue medicinal, y los médicos elaboraban numerosos remedios con hierbas y plantas de los que conocían sus usos curativos, macerándolos en alcohol. Por ello, los monjes medievales, que se especializaron en la destilación, elaboraron los primeros licores con numerosas hierbas, origen también de la singular ginebra y de las bebidas anisadas.
Los holandeses tuvieron un papel determinante en el nacimiento del brandy, “vino quemado”, cuando, al comprar vinos en la región de Cognac que trasportaban en barcos al norte de Europa, vieron que muchas veces llegaban en mal estado. Para evitar que el calor y el movimiento los estropeara, decidieron destilar el vino, que trasportaban en barricas de roble (aportación celta al mundo de la cerveza), y una vez en las tabernas de Ámsterdam, lo reconvertían añadiéndoles agua.
En los países del sur de Europa, España, Francia, Italia y Grecia, grandes productores de vino, al destilarlo obtenían brandies y también aguardientes de orujo de las pieles de las uvas; mientras que en el norte del continente destilaban la cerveza que elaboraban con cereales, obteniéndose así el whisky, el vodka y la ginebra.
Con la llegada de la caña de azúcar al Caribe de la mano de Cristóbal Colón, y posteriormente de los alambiques, comenzó a desarrollarse el seductor mundo del ron en toda una diversidad de estilos y sabores, marcado por los diversos gustos de las colonias españolas, francesas y británicas. Y en México, el alambique introducido por los españoles comenzó a destilar el pulque, bebida fermentada procedente de la planta del agave, obteniéndose los mezcales, entre los que siempre destacó el tequila.
El feliz encuentro de una bebida fermentada y el alambique, introducido originalmente por los árabes en España, supuso conquistar su alma, su embriagador espíritu.
EL ARTE DE
LA DESTILACIÓN
D estilar consiste en separar dos líquidos que hierven a distinta temperatura: el alcohol a 78,3º y el agua a 100º, de forma que, al poner el vino o cerveza en la caldera del alambique a 80º de temperatura, se evapora una mayor cantidad de alcohol, por lo que al volver a condensarlo, el líquido resultante tiene una mayor concentración de este que de agua.
Las primeras alquitaras árabes, similares a los actuales alambiques que se utilizan para destilar los aguardientes de orujo gallegos, constaban de una simple caldera de cobre (metal dúctil y que trasmite muy bien el calor), y un condensador, para volver a trasformar el vapor de la destilación en líquido, que consistía en una simple espiral de cobre inmersa en agua fría.
El diseño del alambique tradicional, en forma de pera y construido en cobre, se ha mantenido hasta nuestros días desde sus remotos orígenes. Cada alambique tiene una forma diferente, más grueso o esbelto, o con un cuello de cisne estilizado, que marca de forma nítida la personalidad del espirituoso; un alambique alto produce alcohol de gran finura, afrutado y floral, mientras que uno bajo y grueso, al tener menos reflujo, deja pasar más fácilmente los densos alcoholes, obteniéndose espirituosos de gran cuerpo.
En el alambique tradicional, nuestra alquitara, alambique charentais en Cognac o pot-still para los anglosajones, se suelen realizar dos destilaciones; primero se carga en la caldera el vino o cerveza, y en la primera destilación se obtiene un líquido de unos 25 a 30º, que se vuelve a destilar en otro alambique, alcanzado ya unos 70º de alcohol, pero eso sí, separando en esta última destilación la primera porción, denominada cabeza, que contiene el dañino alcohol metílico, y las colas del final del proceso, de mala calidad. Solo el corazón central de la destilación se utiliza para el consumo humano.
Este sistema tradicional es lento, requiere limpiar cada vez el alambique y necesita de la pericia del maestro destilador, pero se obtienen espirituosos de marcado carácter de la materia prima originaria. Los mejores whiskies de malta, cognacs y rones de alta gama se logran de esta forma, y suelen requerir una maduración posterior en barricas de roble.
A comienzos de la Revolución Industrial, en 1827, el escocés Robert Stein introdujo la innovación de la columna de destilación, que tres años más tarde el irlandés Aeneas Coffey mejoró y patentó: una doble columna de destilación, compuesta por un analizador y un rectificador. Es un sistema continuo de obtención de alcoholes de gran pureza y elevado grado alcohólico, hasta 96º, de forma rápida y muy económica, pero que suelen ser poco aromáticos.