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Con cariño, para Rosario y Enrique
E N LA SALA MEXICA del Museo Nacional de Antropología hay una escultura, hecha en 1507 bajo el gobierno de Motecuhzoma Xocoyotzin, llamada Teocalli de la Guerra Sagrada. Representa un pequeño teocalli , un templo, con sus respectivos elementos arquitectónicos tallados en basalto: escalinatas, alfardas y dados. En la parte superior podemos ver al Sol Cuatro Movimiento flanqueado por Huitzilopochtli, a la izquierda, y por Motecuhzoma Xocoyotzin, a la derecha.
Lo más interesante de esta pieza se encuentra en su cara posterior, ya desgastada por el paso del tiempo. Se trata de un relieve, único en su tipo, en el que podemos ver el presagio prometido por la deidad Huitzilopochtli, el colibrí zurdo o del sur, a los aztecas que abandonaron Aztlán en 1064 d. C.
Se trata de un águila parada sobre un nopal,
coronado por una gran cantidad de tunas,
que emerge de las fauces de
un personaje descarnado.
En vez de la conocida serpiente en el pico del águila hay dos listones entrecruzados: uno representa fuego y el otro, agua. Se trata del atl-tlachinolli , cuyo significado es «agua quemada», el símbolo por excelencia para representar la guerra sagrada mexica.
Podemos afirmar que es una de las representaciones más antiguas asociada con el escudo nacional mexicano. El águila es la representación totémica de la deidad Huitzilipochtli-Mexih, pues los mexicas consideraban que era el ave que volaba más alto, más cerca del sol. Está parada sobre un nopal coronado por diez tunas en forma de corazones humanos, decoradas con plumas de águila y punzones que los perforan. El nopal puede asociarse con el árbol sagrado, que de acuerdo con la cosmovisión mesoamericana sostiene los niveles superiores celestes con sus ramas y su tronco, al tiempo que penetra la tierra y llega con sus raíces hasta el inframundo, espacio fértil y de gestación de las semillas, donde yacen los huesos de las humanidades pasadas.
Por su parte, las tunas representan los corazones humanos entregados en ofrenda a la deidad solar por haber cumplido su promesa de guiarlos hasta el lugar donde fundarían su ciudad y por brindarles protección. Se trata de las ofrendas que los mexicas realizaban al sol para alimentarlo. El nopal nace de las fauces de un rostro descarnado con cabello rizado y órbitas oculares vacías, representación que alude a la deidad de la tierra mexica: Tlaltecuhtli. El rostro de la deidad emerge de entre unas líneas onduladas que representan un ambiente lacustre: las aguas del lago de Tezcuco.
La serpiente se integró al mito después de la derrota de los mexicas en el año 1521. Recordemos que para la religión cristiana la serpiente representaba al demonio, la maldad, y se identificaba como un habitante del inframundo, del infierno. No sería raro que en la mente de los conquistadores el atl-tlachinolli se interpretara como una serpiente, tomando en cuenta que el águila entre las culturas occidentales, incluso la cristiana, siempre ha representado al poder solar y celestial que triunfa sobre los seres que reptan y se arrastran, asociados con la maldad y el inframundo.
Lector, «has llegado a la región más transparente del aire».
E L DÍA EN T ENOCHTITLAN empezaba con el sonido de las caracolas y el golpeteo de los huehuemeh , altos tambores cilíndricos hechos de madera. Desde la cima de los templos de cada barrio, y desde el Templo Mayor, los sacerdotes tocaban estos instrumentos para recibir a Tonatiuh, el sol, y para marcar los diferentes momentos del día.
Los primeros en reaccionar a este llamado eran los animales domésticos, que ocupaban corrales en los patios de las casas de los plebeyos: macehualtin , palabra del náhuatl que significa «los merecidos». Los perros respondían con ladridos y los guajolotes con gorgoteos.
Dentro de las casas dormía toda la familia: la madre, el padre y los hijos. Descansaban sobre petates tejidos de fibras naturales, colocados sobre el piso húmedo de tierra apisonada. Las viviendas se ubicaban en una chinampa o terreno, a un lado de la zona de cultivo de la familia. Generalmente constaban de una planta rectangular con una sola entrada y muros de adobe o bajareque, recubiertos de estuco blanco. Solían tener de una a tres estancias y carecían de ventanas o puertas de madera. La iluminación era escasa en su interior, por lo que se necesitaba usar antorchas, por lo general hechas de una madera resinosa conocida como ocote.
Al oír el sonido realizado por los sacerdotes en la lejanía, la madre se trenzaba el pelo y se vestía con huipil o falda para dirigirse a la zona de la vivienda conocida como cihuacalli, donde se encontraba el comal de barro sobre las tres piedras sagradas, así como los alimentos y otros instrumentos usados para cocinar: metates, jícaras, vasijas, etcétera. Estas piedras, sencillas en su forma, representaban el calor del hogar, la abundancia de alimentos y la presencia de luz y calor dentro de sus muros. La deidad Chantico era la protectora de estos elementos. Era una gran ofensa que alguien las pateara o las pisara.
La madre se disponía a alimentar con ocote las cenizas tibias del fogón para comenzar a preparar el neuhcayotl , la primera comida del día. Se trataba del atole, una bebida de maíz molido a la que se le podía agregar miel de agave, xocolatl u otros ingredientes para endulzar. En ocasiones podía acompañarse de tortillas o restos de la comida del día anterior. Un sonido cotidiano en las mañanas de Tenochtitlan era el rítmico golpeteo de las manos de las mujeres que preparaban las tortillas para el día. También era común oír la molienda de los granos de maíz sobre un instrumento: el metate, una especie de mortero hecho de piedra volcánica donde se trituraban las semillas hasta obtener una harina muy fina, con la cual se preparaban tamales, pinole, tortillas, tlacoyos y otros alimentos.
La mayoría de los hogares eran muy sencillos y solían estar llenos de humo procedente del fogón. Esta humareda servía para alejar las nubes de mosquitos y otros insectos que abundaban en la ciudad, construida en medio de cuerpos de agua y pantanos. Dentro de estos cuartos no había sillas ni camas ni baúles, por lo que toda actividad se realizaba de rodillas, en cuclillas o sentados sobre el piso.
En los palacios pertenecientes a los gobernantes y nobles, en cambio, sí habríamos podido encontrar algunos «muebles»; el más importante: el icpalli , una especie de asiento con respaldo hecho de fibras vegetales tejidas, que también se usaba como «trono» por los gobernantes, decorado con pieles de felinos, plumas de águila o lienzo de algodón. Gracias a los registros de Cortés y Bernal Díaz del Castillo sabemos que Motecuhzoma comía sobre una pequeña mesa, de poca altura, hecha de madera.
En los hogares algunos alimentos se podían colgar del techo para mantenerlos lejos de roedores e insectos y permitir que se ahumaran. Para guardar objetos personales existían cajas tejidas de carrizos o juncos llamadas petlacalli .
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La primera actividad del padre de familia era cubrirse el torso con su tilma, ya que dormía solamente con el maxtlatl o braguero. La tilma de los nobles era de fino algodón, mientras que la usada por los plebeyos era de fibra de ixtle, una fibra vegetal proveniente de agaves. Después se colocaba los cactli , zapatos hechos de piel o fibras vegetales tejidas, parecidos a los actuales huaraches. Luego de haberse vestido, seguramente se dirigía al pequeño altar familiar, colocado en algún rincón de la casa.
En el altar se encontraban las representaciones
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