Las estatuas del
Pueblo Escultor
San Agustín y el
Macizo Colombiano
David Dellenback
Traducido al español por
Martha Gil y David Dellenback
Las estatuas del Pueblo Escultor
David Dellenback
http://www.puebloescultor.org
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Primera edición, David Dellenback, Neiva, diciembre de 2012
© 2012, David Dellenback
© 2012, de la traducción al español, Martha Gil y David Dellenback
© 2019, eLibros Editorial SAS
Primera edición en eLibros, abril de 2019
Calle 74 A 22-31, of. 311
Bogotá, Colombia
Tel. (571) 731 0931
Email: info@elibros.com.co
www.elibros.com.co
ISBN 978-958-56340-5-3 (epub)
Traducción al español, Martha Gil y David Dellenback
Ilustraciones, David Dellenback
Diseño de cubierta, eLibros
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra
sin permiso expreso de eLibros Editorial.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
Contenido
El autor y la traductora:
David Dellenback y Martha Gil
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Es un gran privilegio expresar mi gratitud a muchísima gente por su ayuda durante los años de estudio que me condujeron a la creación de este libro. Los agradecimientos comienzan con los trabajadores y empleados del Parque Arqueológico, quienes con su continuo esfuerzo a través de generaciones han hecho posible que conozcamos al Pueblo Escultor y su trabajo, y quienes con su buena voluntad de hablar y recontar historias me abrieron puertas en los primeros años de mi investigación. En un sentido aún más amplio, mi gratitud se extiende al pueblo de San Agustín y del Macizo Colombiano, a la gente encontrada en el camino, que hizo posible que este forastero encontrara su rincón en estas tierras. A mis vecinos, a mis amigos y a las personas en la vida del campo de San Agustín, a los guías y arqueólogos aficionados, quienes tienen la mejor oportunidad de familiarizarse con el mundo de las estatuas, a los huaqueros en su camino equivocado, a las viejitas y los viejitos de San Agustín con sus increíbles cuentos de maravillas, cuentos de sus padres y de sus abuelos, y de lo que vieron al comienzo, al llegar aquí. A los personajes estrafalarios de este valle mágico, quienes tienen el tiempo de compartir su visión y de contemplar lo que quizás pudo haber existido hace mucho tiempo en este valle, donde las estatuas cobraron vida.
Mi propia tribu comenzó a formarse aquí a comienzos de los años setenta, gente de todos los rincones de Colombia y del mundo. Ellos han sido constantes, un elenco en permanente movimiento, el ‘contexto’ dentro del cual mi propio camino busca su rumbo, y mis gracias van para ellos, los del pasado y del presente, presentes o dispersos, vivos o muertos, las nuevas generaciones llegadas y las otras venideras. Sin todos ellos este libro no hubiera podido realizarse.
Los amigos cuya ayuda ha sido esencial durante la elaboración de este libro también son muchos, y a todos solo puedo expresarles mis más profundos agradecimientos. Pero no puedo dejar de mencionar, en el norte, a Kurt y Cherry Beeken y sus hijos Alex y Max, Donaldo (Lars) Larson, Susan Shewczyk, Anne Bliss, Karl Goodwin, Dylan Edwards, René Scott y Tina Ayers y su hijo Alec, Jimmy y Linda Namrow, Ric Weaver y Bev Kropp, Tomás Bugas y Robyn Bluemmel, Chris Bugas y Jim Kulick, Cecilia Poblete y Gary Meacham, Cisco Maffei, Geoff Bragg, Carolina Peña, Blanca Bustos y Oliver Melz, Jacobo Woolery, Bob Cael, Ruth Hudgens y Chris Dodd.
También estoy muy agradecido con Dumbarton Oaks en Washington, D.C., donde fueron escaneadas y en donde reposan, archivadas, las ilustraciones originales de este libro; con Jeffrey Quilter, quien me motivó a continuar con mi investigación en ese sitio, en 2004, y con Juan Murro, quien se interesó en mi proyecto; así como con el Museo Arqueológico de Berlín y con Manuela Fischer, quien me ayudó durante mi investigación allí, en 1992.
Y en el sur, a Matu Neira y Chacho Martínez, Chris Kraul, Javier Guzmán, Nacho Brahím, Eleazar Morad, compadre Carlos Valero, Andrés Enciso, Helena Fernández y Arturo Mosquera y sus hijos Sidartha, Arturo Andrés y Belisa Mosquera, Liliana Zapata y Karen y Uriel Arévalo, la familia Ledesma, empezando con doña María, Bolívar y Mayer y sus esposas Anita Chilito y Noraima Mafla, además de Jano Pinillos, Jorge Peña, Julio Vargas, Fabián Ayala, Germán Galeano, Mery Wiede, Carlos Salgado, Jaime Rincón, Tuto Escandón, Andrés Caicedo, don Eliécer Ordóñez, Christian Schmalbach, Darío Morad, Sebastián Morad, Francois van Malderen, Adriana González, Karin Schüttler, Frank Schatz, Gary Caputo, Ana María Ramírez, Roberto Freeman, Elsy Sabogal, María Teresa Carrasquilla, Nelly Schmalbach, Eduardo Gallego, Mayra Luz González, Milciades Martínez, Tulio Salcedo, Fernando Ordóñez, Jaime Forero, Carlos Hernández, Jairo William Gutiérrez, José Castillo, Medardo García, Tania Romanova, René Oso, Rafael Chamie, Amalia Peña, Fabián Ortega, Lulú Ayda Roberts, Uverney Quimbayo, Diego Pinilla, Diego Márquez, Diego Martínez y Ramiro Rengifo.
El apoyo que más importa comienza en casa, y mi esposa y yo tenemos la suerte de tener dos hogares, uno en el norte y otro en el sur, con nuestro amor filial en ambas partes: en Oregon, la familia Dellenback, mi mamá Mary Jane, mi hermano Rick con mi cuñada Jane Taliaferro, mi hermana Barb con mi cuñado Dave Ouellette, y mis sobrinos Van y Cy Dellenback-Ouellette y Jess Martinetti; y en Bogotá, la familia Gil, mi suegro Rodrigo y sus hijos, mis cuñados Rodrigo y William, y mi sobrina María Paula; mis y nuestros agradecimientos a estos amados amigos van más allá de lo que podemos expresar…
Pero, ante todo, mi más profundo agradecimiento es para mi esposa Martha Gil, cuyo asiduo trabajo en la traducción al español de este libro es solo otra más de sus incontables contribuciones a nuestra obra; sin su inteligencia, impulso y discreción, sin hablar de su paciencia y persistencia, y ante todo de su amor, este libro nunca hubiera llegado a existir.
Prefacio
Presentar esta edición de mi estudio del Pueblo Escultor es una bendición que me llena de agradecimiento, por el camino andado, por la aprobación de muchos lectores y por el interés que ha acompañado el libro desde su lanzamiento en San Agustín. No son muchos los libros independientes, frutos de esfuerzos personales y costeados por el propio bolsillo, sin el apoyo de un distribuidor ni de una casa editorial, que cuentan con la suerte de llegar a una segunda impresión, y quiero expresar mi profunda gratitud a todos los que han colaborado en el trabajo que lo ha creado. Su éxito se debe en parte a una nueva conciencia en Colombia (y en horizontes más amplios) en cuanto al patrimonio de nuestro pasado común —que nos pertenece a nosotros, al público, a usted y a mí— y sobre su pertenencia a nuestras vidas hoy. Es nuestro deber proteger ese patrimonio, y es nuestro beneficio interiorizar su valor y su sentido. El deseo inherente de esta publicación es facilitar un paso más en ese proceso.
Han pasado siete años desde que apareciera Las Estatuas del Pueblo Escultor. El lanzamiento del libro en San Agustín en la fecha 12-12-12 coincidió con el ‘firmatón’ que marcó el inicio de una campaña por parte del pueblo de exigir (de las autoridades arqueológicas y culturales nacionales) la repatriación de las 35 esculturas del Pueblo Escultor llevadas hace un siglo al Museo Arqueológico de Berlín, Alemania. Durante estos siete años, el movimiento para repatriar estas estatuas extraviadas ha cobrado un perfil grande y creciente entre el pueblo de Colombia, y también en el exterior. Hoy hay mucha gente pendiente del caso. El Tribunal Superior de Cundinamarca ya ha fallado a favor de la petición del pueblo de San Agustín para recuperar su patrimonio; los representantes del pueblo, junto con los de la Presidencia, la Procuraduría, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Ministerio de Cultura, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, y la Gobernación del Huila, han pactado exigir conjuntamente a las autoridades alemanas la devolución de lo que todos ahora reconocen como tesoros colombianos equivocadamente trasladados fuera del país.