“La senda de gloria se nos presenta a la vista, nadie vacila en seguirla, todos la desean, pues en Chile no es reconocida la cobardía y en nuestros buques se la desprecia…”
Arturo Prat.
PRIMERA EDICIÓN
MARZO DE 2014
© EDITORIAL BIBLIOGRAFICA INTERNACIONAL LTDA.
Autor:
Antonio Landauro
Coordinación de edición:
Víctor Arévalo Marín
Diseño gráfico y diagramación:
Pablo Sepúlveda
Derechos reservados.
ISBN edición impresa: 978-956-312-252-7
ISBN edición digital: 978-956-312-359-3
Diagramación digital:
ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
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Los Prat
El origen de mi familia y de mi apellido se encuentra en Santa Coloma de Farnés, Cataluña, España. En esas tierras nació mi bisabuelo , Isidro Prat Camps, un campesino que se enamoró de una vecina llamada María Rosa Guigreras y Mascaró, con la que se casó tras un breve noviazgo y con la que tuvo cuatro varones: José, Narciso , Ignacio y Pedro.
Ignacio, mi abuelo, nació el año 1770. A diferencia de su padre, nunca le gustó trabajar la tierra y desde muy joven se dedicó a los negocios. Empezó vendiendo frutas y hortalizas, pero bien pronto se cambió al rubro de las telas y casimires, productos que con el tiempo empezó a exportar a Argentina, país al que un día emigró con solo una maleta y ganas de trabajar. En la nación trasandina permaneció p oco tiempo. Y nadie sabe qué lo trajo a Chile, pero aquí se estableció alrededor de 1806. Cinco años después, se casó con Agustina del Barril, con la que tuvo cuatro hijos, de los que solo sobrevivieron mí tía Clara y Agustín, mi papá.
Mis padres
El día 26 de octubre de 1838, Pedro Agustín Prat del Barril y María Luz del Rosario Chacón Barrios celebraron su matrimonio en Santiago, donde se establecieron. Mi padre, que heredó de mi abuelo el gusto por los negocios, abrió una tienda a la entrada de la Plaza de Armas por la calle Estado, la que administraba junto con mi madre y la que les daba para vivir. Pero el destino les hizo una mala jugada. Un día, un gran incendio acabó con el negocio y mis padres quedaron en la calle, solo con lo puesto y arruinados. Frente a la desgracia ocurrida y como la vida continúa, mis padres decidieron irse al sur. Se trasladaron a la hacienda de San Agustín de Puñual en Ninhue, provincia de Ñuble, la que era administrada por mi tío Andrés, hermano de mi madre.
Pero la mala suerte los siguió hasta allá. Mis tres hermanos mayores fallecieron antes de cumplir el primer año de vida, y mi padre contrajo una enfermedad incurable. Los médicos establecieron que era una parálisis progresiva, la que lo semipostró por años hasta la muerte. Los lugareños decían que era el clima y la humedad. Pero más de alguno afirmaba que era una maldición. Aquí, en medio de este sombrío panorama familiar, nací yo, según mi madre, para aliviar en parte su gran dolor. Según ella, yo era una bendición de Dios. Un verdadero milagro.
Familia Prat Chacón
Entre naranjos y vides
Vine al mundo un día 4 de abril de 1848, en la hacienda San Agustín, propiedad de mi abuelo materno, don Pedro Chacón Morales, ubicada en Ninhue, los faldeos del cerro Coiquen, muy cerca de Itata. Entre naranjos perfumados y vides generosas se alzaba el caserón típico del campo chileno, de muros gruesos, madera y adobe. De dicha localidad no guardo mayores recuerdos. Pero mi madre solía decirme que allí, donde nací, las noches eran las más oscuras que conocía, y que la voz del viento se confundía con los aullidos de los perros salvajes.
Dicen que no lloré al nacer, lo que auguraba que yo correría el mismo destino que mis hermanos. Además, tenía una contextura muy frágil y era enfermizo. Debido a mi condición física, mi madre me sobreprotegía y me mimaba; no estaba dispuesta a dejarme morir.
Como todo hijo de cristianos, fui bautizado el 2 de mayo de 1849, en la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Ninhue. En la hacienda permanecí un año, hasta que esta propiedad fue vendida a don Ambrosio Molina, un rico estanciero de la región. Debido a esta situación, mis padres se volvieron a Santiago a vivir en una chacra que los Chacón tenían en el barrio Providencia, en las cercanías de la ciudad.
Como yo era un niño “casi raquítico”, según mi tío Jacinto Chacón, mi mamá desde el mismo día que nací empezó a aplicarme un tratamiento de hidroterapia llamado método Priessnitz, nombre del médico norteamericano que lo había desarrollado. Era una medicina natural basada en una alimentación sana, mucho aire puro y baños con agua de montaña. Como el regreso a Santiago por tierra era muy largo y sacrificado, mis padres decidieron hacer el viaje en barco. Mi madre, durante la navegación, para no interrumpir el tratamiento médico, me daba baños con agua de mar que recogía en un balde.
Infancia en Santiago
Sin duda el aire de la capital me hizo bien, ya que comencé a desarrollarme físicamente hasta convertirme en un niño normal y sano, aficionado a los ejercicios físicos y a los deportes. Aquí nacieron mis hermanos Rodolfo, Escilda del Rosario, Atala Rosa; Ricardo Alberto lo hizo en Quillota.
En 1854, debido a graves problemas económicos, se vendió la chacra donde vivíamos y mi familia se trasladó a una modesta casa en la calle Nueva de San Diego, en pleno centro. En 1856, con 8 años de edad, ingresé a la Escuela Superior de Instrucción Primaria, inaugurada ese año en la misma calle donde yo vivía. Se le conocía como “Escuela de la Campana”, ya que para llamar a clases se tañía la campana que había en la torre, cerca de la entrada. El director de la escuela era el profesor don José Bernardo Suárez.
Siempre fui un alumno de buena conducta, con un rendimiento normal. Me costaba entender la aritmética, la que después de mucho ejercitar logré superar. Al contrario, era bueno en la lectura, geografía y religión. Dejé La Campana a mitad de 1858 porque mi familia esta vez se trasladó a Valparaíso. Mi tío Jacinto Chacón, abogado y profesor, frente a la difícil situación económica que atravesaba mi familia se convirtió en nuestro protector y mi tutor. Estaba casado en segundas nupcias con Rosario Castañeda, quien había quedado viuda y tenía un hijo de su primer matrimonio, Luis Uribe Orrego, quien se convirtió en otro hermano para mí.
Escuela Naval
Bajo la influencia y protección de mi tío Jacinto, Luis y yo, el 28 de agosto de 1858, ingresamos a la recién creada Escuela Naval. Teníamos 10 y 12 años, respectivamente. Yo decidí hacerme marino, entre otras cosas, por la estrechez que vivíamos debido a la parálisis que no permitía a mi padre trabajar.