Introducción: Masculinidades en transición
Dieter Ingenschay
Humboldt-Universität zu Berlin
Si los estudios sobre masculinidades han logrado desafiar desde los años ochenta del siglo XX a las humanidades y ciencias sociales, esto se debe principalmente a algunos importantes investigadores como Raewyn Connell, George Mosse, Pierre Bourdieu y Michel S. Kimmel, entre otros, y a sus revolucionarios estudios, así como a los insospechados avances realizados en las investigaciones feministas. Gracias a la percepción de Simone de Beauvoir, el género no marcado dejó de ser automáticamente el masculino y, bajo la influencia de la gran feminista francesa, el sexo masculino no fue ya simplemente el «caso normal» ni el «primer» sexo. Rachel Adams y David Savran, conscientes del importante papel del feminismo en los estudios de las masculinidades, plantearon la polémica pregunta sobre «si los estudios de masculinidades significarían un enriquecimiento para los análisis feministas o más bien si estos representarían un “secuestro” del feminismo» (Adams y Savran, 2002: 7). Hoy, más de diez años después, ya nadie cuestionaría la legítima existencia de los estudios de masculinidades como una disciplina autónoma. El trabajo pionero fundamental ha seguido creciendo en todo el mundo a través de numerosas investigaciones teóricas y también se ha ido complementando con una cantidad enorme de trabajos empíricos, en los cuales se investiga sobre las masculinidades en la vida política, social y cultural de ciertas regiones.
Uno de los conceptos de mayor repercusión en esta línea de investigación es probablemente el de la «masculinidad hegemónica», creado por Connell (1987 y 1995), que, así como gran parte de las personas que trabajan en estudios de género en general, se ha inspirado en las ideas desarrolladas por Michel Foucault. El concepto de la hegemonía masculina apunta a la médula de los estudios sobre desigualdades de género, es decir, a la subordinación de las mujeres ante los hombres (el ensayo de Gracia Trujillo en este volumen investiga la tesis de Connell desde una perspectiva nueva y consecuente). Últimamente se han levantado algunas voces que advierten sobre el peligro de caer en una demonización de la masculinidad, por medio de la cual se atribuye la culpa de todos los males del mundo a los hombres, como si el fascismo, el colonialismo, el imperialismo, las dictaduras y las injusticias fueran exclusivamente fruto de cualidades masculinas. De esta forma, el poder hegemónico se ve reducido a una mera problemática de testosterona. Pero las investigaciones sobre masculinidades han demostrado que no solo las mujeres son víctimas de los hombres, sino que las estructuras de poder masculinas también los oprimen.
En el artículo de Juan Vicente Aliaga, «Desmasculinizando: el cuestionamiento de la masculinidad imperante en el arte y la cultura en España: 1970-1995», queda de manifiesto que las violaciones a homosexuales en las cárceles franquistas representan un paradigma perfecto de la masculinidad hegemónica. Aliaga se remonta al clima de opresión que imperaba en los años setenta y a la homofóbica Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, promulgada en agosto de 1970. Se trata del endurecimiento de la ley contra «vagos y maleantes», que se extendió así a la comunidad homosexual (mayoritariamente a la masculina) de España. Aunque ya en los años setenta y ochenta del siglo XX aparecieron tempranas formas de masculinidades transgresoras —que en muchos casos adoptaron la forma de travestismo—, Aliaga se concentra más en grupos de activistas posteriores, quienes en los años noventa desafiaron y cuestionaron el binarismo de género.
Los quiebres significativos de los años setenta, ochenta y noventa son tratados en muchos de los artículos de este volumen. Considerados en su conjunto, reflejan la transformación fundamental que se produjo en los estudios de masculinidades hacia el final del siglo XX, tras la muerte de Franco en noviembre de 1975. Gracias al enfoque interdisciplinario y a la internacionalidad de lxs autorxs, estos ensayos constituyen un aporte importante en el campo de los estudios históricos de masculinidades, una tarea de particular importancia en el contexto español, ya que el discurso cultural ibérico se encontraba considerablemente retrasado a causa del descubrimiento tardío del feminismo en general y, en particular, de los temas relacionados con las masculinidades y sujetos queer. No obstante, poco después de la muerte de Franco, surgieron movimientos feministas y gais —el primero de ellos fue el FAGC catalán, como señala Kerman Calvo en su artículo («Ideología, masculinidades y activismo: el movimiento de Liberación Gay Español»). Calvo diferencia entre movimientos radicales y movimientos revolucionarios y deja al descubierto sus bases marxistas y la carencia de modelos históricos en España, en contraste, por ejemplo, con el punto de vista de Jeffrey Weeks sobre la Gran Bretaña del siglo XIX . De hecho, se podría decir lo mismo de mi propio campo de investigación, y desde mi perspectiva personal como un alemán que investiga las literaturas y culturas hispánicas: el papel de Lorca en la arqueología cultural de la homosexualidad en España es muy diferente al de Wilde, Gide, Proust o Thomas Mann en sus respectivos países. Que Francia (y no el mundo angloamericano) haya sido el «constante origen de inspiración y liderazgo», como afirma Calvo, corresponde a mi experiencia personal (como antiguo lector de Guy Hocquenghem y visitante ocasional del Sunday Tea Dance del grupo Arcadie en la Rue de Château d’Eau en el París de los años setenta). Calvo se pregunta «por qué un movimiento sexual piensa tan poco sobre sexo» y llama a esta generación «aburrida» —aquí mi propia experiencia difiere de su análisis—. Comenta también que España estaba bastante atrasada (en comparación con las democracias occidentales) por la estigmatización de gais y lesbianas bajo el régimen de Franco y expone las controversias entre organizaciones de extrema izquierda y la burguesía; entre locas y gais masculinos. Todo esto contribuye a la formación de un complejo archivo de vida gay y de su acelerado desarrollo en las últimas décadas del siglo XX, que puede ser complementado con la descripción que hace Gracia Trujillo del movimiento lesbiano en su contribución a este libro.
Recapacitando sobre esos años, tengo la sensación de que Calvo tiene razón. Transcurrió bastante tiempo hasta que la universidad española comenzó a abrirse a los temas LGT. Los primeros libros en ese campo fueron traducciones del francés (Hocquenghem, cuyo libro Homosexualidad y sociedad represiva fue publicado en Argentina ya en 1974) o del inglés (como Steiner y Boyers, 1985). Recuerdo perfectamente los tímidos pasos iniciales de lo que orgullosamente llamamos estudios gais y lesbianos dentro de la vida universitaria española: cuando María Ángeles Toda publicó con sus colegas de la Universidad de Sevilla una edición especial (con tapa rosada) de Stylistica. Revista Internacional de Estudios Estilísticos y Culturales sobre cultura homosexual, en 1995-1996 (un tiempo en el que, según Gracia Trujillo, los departamentos de Sociología de las universidades españolas eran las únicas instituciones que admitían planteamientos relevantes sobre género). Cuatro años antes, Óscar Guasch había presentado su ensayo socio-antropológico La sociedad rosa (1991), con un largo segundo capítulo dedicado a la rudimentaria vida homosexual durante las décadas de la dictadura en el que introdujo la diferencia entre el «modelo pregay» y el presente posFranco con una emergente infraestructura homosexual. En mi propio ámbito de investigación, el de los estudios culturales y literarios, los primeros estudios llegaron del extranjero: Laws of Desire (1992) de Paul J. Smith, ¿Entiendes? Queer Readings, Hispanic Writings (1995) editado por Emilie L. Bergmann y Paul J. Smith,
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