A los que se empeñan en preservar
y difundir la ancestral sabiduría maya.
La pirámide de El Castillo en Chichén Itzá, denominada en el año de 2007 por una campaña mediática una de las siete Maravillas del Mundo Moderno, cobra nueva notoriedad internacional al convertirse en el edificio emblemático para los pregoneros de las supuestas profecías apocalípticas mayas del año 2012. Cierto es que nunca disminuye su popularidad, pues durante cada equinoccio de primavera es centro de atención para miles de turistas que se congregan para apreciar el “descenso de Kukulkán”, a tal escala que la NASA en el año 2005 fijó su atención en este fenómeno. Por otra parte, cuenta con un sin número de publicaciones de todo tipo y en varios idiomas, que la hacen una verdadera celebridad. Su perfil es un icono tan reconocible para todo el mundo que ciertamente es una imagen de identidad para México, opinión adecuada pues en conjunto con todo el sitio arqueológico la pirámide está inscrita en la lista del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1998, bajo el criterio de erguirse como una obra maestra del genio creativo humano.
La investigación que se ofrece en esta publicación se desprende de cálculos arqueoastronómicos que realicé recientemente utilizando en gabinete un software especializado, y que se demostraron fehacientemente en campo durante el registro fotográfico efectuado durante el paso cenital del Sol el pasado 23 de mayo de 2012. En estas páginas se intenta demostrarla perfecta sincronía entre astronomía, geometría y arquitectura, que nos lleva a plantear que la pirámide de El Castillo, no sólo estaba destinada al culto religioso, sino que también funcionaba como punto focal para la observación del cielo, y en especial del Sol, para un registro calendárico.
Durante el transcurso de un año, los mayas percibían durante el amanecer y el ocaso cómo el Astro Rey cambiaba de posición; el sello del Sol parecía moverse cada día. Este cambio de posición permitió establecer una relación temporal y espacial respecto al horizonte destacado por otros edificios al este y oeste. Realizaban así una lectura del espacio y el tiempo sobre puntos bien definidos, a los cuales el Sol retornaba de manera cíclica; estos retornos fueron referencia obligada para regir el sistema calendárico de Chichén Itzá.
En esta publicación, que generosamente la Fundación Armella Spitalier patrocina, se han incorporado, previo al estudio arqueoastronómico, tres capítulos introductorios con la intensión de ofrecer al lector un panorama amplio pero breve sobre la civilización maya y su entorno. El capítulo I recurre a una sucinta semblanza sobre el ambiente natural del área que ocuparon los mayas; posteriormente, en el capítulo II se agrega una sintética exposición sobre el desarrollo histórico de esta civilización, complementada en el capítulo III con apuntes sobre la cosmovisión, los dioses, el tiempo y los astros, que nos permiten apenas vislumbrar el complejo pensamiento ancestral. A partir del capítulo IV la obra está orientada al caso que nos ocupa con Chichén Itzá, y aporta datos y memorias sobre esta urbe, para así dar paso al capítulo V, que presenta una nota sobre la pirámide de El Castillo, con lo que se da paso a la parte medular de esta entrega que es el capítulo VI, denominado “Astronomía, geometría y arquitectura”, en el que se sustenta que la orientación de la pirámide de El Castillo estuvo determinada por el paso cenital del Sol. La entrega concluye en el capítulo VII, con una reflexión sobre el supuesto apocalipsis maya del año 2012, que paradójicamente fue el argumento que atrajo mi atención a Chichén Itzá, y que determinó las investigaciones realizadas sobre astronomía cultural que en este volumen se ponen a consideración del lector.
Agradezco a las autoridades del INAH las facilidades otorgadas para realizar las observaciones en Chichén Itzá y la difusión que se le dio a esta noticia en los medios de comunicación.También a los doctores de la UNAM Jesús Galindo y Johanna Broda; a Stanislaw Iwaniszewski de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y a Daniel Flores del Instituto de Astronomía de la UNAM por permitirme exponer mis ideas en sus respectivos seminarios de arqueoastronomía; a David Wood por sus oportunos comentarios y asesoría; a Guillermo de Anda, arqueólogo subacuático de la Universidad Autónoma de Yucatán y National Geographic Explorer, por invitarme a colaborar como arqueoastrónomo en su proyecto de investigación en el Cenote de Holtún, que me llevó a interesarme por la orientación de la pirámide de El Castillo, así como al arqueólogo Vicente Camacho por su asesoría y colaboración para estas páginas y a Carlos Armella por su confianza para animar esta investigación, no sólo en su Fundación, sino también ante la Sociedad Defensora del Patrimonio Artístico de México. Finalmente, un reconocimiento muy especial a mis colaboradoras Ariana Aguilar y Tania Santillán por sus oportunas notas con las cuales se completó esta obra.
Ismael Arturo Montero García Ipan tepeme ihuan oztome Entre montañas y cavernas Mérida, Yucatán, 2012 |
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Los mayas históricos que hoy animan nuestra imaginación como una de las culturas más sobresalientes de la humanidad ocuparon una vasta región que actualmente corresponde a varios países de Centroamérica: Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, y los estados mexicanos de Chiapas, Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán; una extensión cercana a los 400 000 km2. Este territorio comprende diferentes climas, distintos entornos vegetales y un variado relieve. Resultado de esta variedad ambiental fue la pluralidad cultural de los mayas que observamos a través de los siglos y que ha prevalecido hasta nuestros días. La hoy denominada Área Maya puede dividirse, de manera general, en cuatro regiones que a continuación revisaremos brevemente antes de enfocarnos en nuestra área de interés: Chichén Itzá para el periodo Posclásico.
Las Tierras Altas del Sur conforman una extensa área que comprende la parte suroccidental de lo que hoy es Chiapas, Guatemala y Honduras y forma parte del sistema montañoso conocido como Sierra Madre del Sur. Su origen volcánico ha formado mesetas, valles y serranías que se levantan por encima de los 3000 msnm. De estas laderas montañosas surgen caudalosos ríos como el Grijalva, el Motagua, el Usumacinta y el Río Dulce, que drenan al norte hasta desembocar en el Golfo de México; por la pendiente opuesta, al poniente, los caudales son de acelerado impulso por el pronunciado gradiente de la sierra que desagua al océano Pacífico. Destacan en esta geografía por su extensión dos lagos: el Atitlán y el Amatitlán, al pie del volcán Pacaya.