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Katherine Boo - Un maravilloso porvenir: Vida, muerte y esperanza en los suburbios de Bombay

Aquí puedes leer online Katherine Boo - Un maravilloso porvenir: Vida, muerte y esperanza en los suburbios de Bombay texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Katherine Boo Un maravilloso porvenir: Vida, muerte y esperanza en los suburbios de Bombay
  • Libro:
    Un maravilloso porvenir: Vida, muerte y esperanza en los suburbios de Bombay
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
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  • Año:
    2012
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Un maravilloso porvenir: Vida, muerte y esperanza en los suburbios de Bombay: resumen, descripción y anotación

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La dramática y sobrecogedora historia de unas familias que luchan por una vida mejor en una de las grandes y desiguales ciudades del siglo XXI: Bombay. El viaje a uno de los mundos escondidos del siglo XXI y un retrato de vidas imposibles de olvidar.

«Bombay, 17 de julio de 2008. Se acercaba la medianoche. La mujer coja tenía quemaduras graves y la policía de Bombay iba a venir a buscar a Abdul y a su padre. En una chabola junto al aeropuerto internacional los padres de Abdul tomaron una decisión importante. El padre, enfermo, esperaría dentro de la choza alfombrada de basura con techumbre de hojalata en la que vivían. En el arresto no se opondría. Abdul, el sostén económico de la familia, y no él era quien tenía que escapar...».

Abdul, Asha, Kalu viven en Annawadi, un suburbio de Bombay rodeado de hoteles de lujo cerca del aeropuerto. A diario luchan por sobrevivir en una época de apabullante cambio global, en una realidad que les ofrece su cara más amarga y en la que, sin embargo, todavía son libres para soñar con un futuro fuera de la basura y de la pobreza, con un maravilloso porvenir.

La periodista Katherine Boo, ganadora del premio Pulitzer, construye en Un maravilloso porvenir un retrato conmovedor e íntimo, que se sustenta en una investigación de más de tres años, en el que hace gala de un estilo periodístico magistral y en el que reconstruye la dramática historia de varias familias en India y su empuje y optimismo por avanzar y superar cada obstáculo con la convicción firme de que algún día lograrán un futuro fuera de la miseria y la desigualdad.

Reseñas:
«Una ópera prima exquisitamente lograda. Katherine Boo es una de esas periodistas capaces de hacer que la realidad supere la ficción, una documentalista con un magnífico sentido de los conflictos humanos. Es fácil olvidarse de que este libro es el trabajo de una reportera». Janet Maslin, The NewYork Times

«Un logro espectacular, un ejemplo de periodismo novelado que está llamado a convertirse en un clásico [...] de intensidad cinematográfica». Elle

«Apasionante y audazmente documentado, Un maravilloso porvenir se lee como una novela trepidante y llena de acción. Una lectura de primera». Entertainment Weekly

«Un libro duro, irresistible y que da que pensar. El extraordinario logro de Boo es doble. Nos muestra cómo personas en situaciones desesperadas encuentran la fuerza necesaria para conservar lo que las hace humanas. Y, lo que es igual de significativo, consigue que nos importen». People

«Extraordinario». The New York Times Book Review

«Apasionante... Una narración llena de talento». Wall Street Journal

«Conmovedor [...] un libro poderoso, lleno de humanidad y perspicacia [...] Una obra de no ficción que hace palidecer a muchas novelas». Boston Globe

«Impresionante».Redbook

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Un maravilloso porvenir: Vida, muerte y esperanza en los suburbios de Bombay — leer online gratis el libro completo

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Para los dos Suniles y lo que me enseñaron acerca de no rendirse E NTRE - photo 1

Para los dos Suniles y lo que me enseñaron acerca de no rendirse E NTRE - photo 2

Para los dos Suniles

y lo que me enseñaron acerca de no rendirse

E NTRE ROSAS

Bombay, 17 de julio de 2008

Se acercaba la medianoche. La mujer coja tenía quemaduras graves y la policía de Bombay iba a venir a buscar a Abdul y a su padre. En una chabola junto al aeropuerto internacional los padres de Abdul llegaron a una decisión con una economía verbal impropia de ellos. El padre, un hombre enfermo, esperaría dentro de la choza alfombrada de basura y con techumbre de hojalata donde vivía la familia de once. Cuando lo arrestaran no opondría resistencia. Abdul, el sostén económico de la familia, era quien tenía que escapar.

Como de costumbre nadie le había pedido a Abdul su opinión sobre este plan. Estaba petrificado por el pánico. Tenía 16 años, o quizá 19…; sus padres eran un desastre para las fechas. Alá, en su impenetrable sabiduría, lo había hecho pequeño y asustadizo. Un cobarde, así se refería Abdul a sí mismo. No sabía nada de cómo esquivar a la policía. Prácticamente de lo único que entendía era de basura. Casi todas las horas que había estado despierto de todos los años que podía recordar las había pasado comprando y vendiendo a los recicladores lo que los más ricos tiraban a la basura.

Ahora era consciente de la necesidad de desaparecer, pero, más allá de eso, la imaginación le flaqueaba. Echó a correr, pero después volvió a casa. El único escondite que se le ocurría era entre su basura.

Entreabrió la puerta de la chabola familiar y miró fuera. Su hogar estaba más o menos en el centro de una hilera de casas construidas a mano y encajonadas y el cobertizo asimétrico donde almacenaba su basura estaba justo al lado. Llegar hasta él sin ser visto privaría a sus vecinos de la satisfacción de entregarlo a la policía.

No le gustó la luna, sin embargo. Llena y estúpidamente brillante, iluminando el descampado frente a su casa. Al otro lado del mismo estaban las chabolas de otras dos docenas de familias y Abdul se temió no ser el único que espiaba oculto detrás de una puerta de contrachapado. Algunas personas del asentamiento querían ver enferma a su familia debido a viejos resentimientos entre hindúes y musulmanes. Otras les eran hostiles por la más moderna de las razones: la envidia económica. A base de trabajar con basura, una ocupación que muchos indios encontraban despreciable, Abdul había logrado mantener a su familia por encima del nivel de subsistencia.

Al menos el descampado estaba en silencio, aunque era un silencio inquietante. Una suerte de playa de un amplio lago de aguas residuales que señalaba el límite este del poblado, la mayoría de las noches el lugar era un auténtico caos: gente discutiendo, cocinando, coqueteando, lavándose, cuidando cabras, jugando al críquet, esperando turno para coger agua en una fuente comunal, haciendo cola a la puerta de un pequeño burdel o durmiendo la mona del licor de mala muerte que vendían dos chozas más abajo de la de Abdul. Las tensiones que bullían en los chamizos atestados repartidos por estrechos callejones tenían en este lugar, el maidan, la única vía de escape. Pero después de la pelea y de que la mujer conocida como la Coja resultara quemada, la gente se había retirado a sus chabolas.

Ahora, entre jabalíes, búfalos y la colección habitual de borrachos tumbados boca abajo, parecía haber una única presencia alerta: un niño nepalí menudo y de aspecto anodino. Estaba sentado, abrazándose las rodillas con los brazos, en el resplandor tachonado de azul del lago de residuos, en cuyas aguas se reflejaba el letrero de neón de un hotel de lujo. A Abdul no le importó que el niño nepalí lo viera esconderse. Aquel chico, Adarsh, no era ningún soplón de la policía, simplemente le gustaba andar por ahí hasta tarde y evitar así a su madre y sus broncas nocturnas.

No iba a encontrar un momento más seguro que aquél. Abdul salió disparado hacia el cobertizo de la basura y cerró la puerta detrás de él.

Dentro estaba oscuro como el carbón, las ratas campaban a sus anchas y, sin embargo, qué alivio. Su almacén —poco más de diez metros cuadrados—, con pilas hasta el techo de las cosas de este mundo que Abdul sí sabía manejar. Botellas vacías de agua y de whisky, periódicos mohosos, aplicadores de tampones usados, fajos de papel de aluminio, esqueletos de paraguas víctimas del monzón, cordones de zapatos rotos, bastoncillos de algodón amarillentos, cintas de casete enredadas, estuches de plástico rotos que en otro tiempo habían contenido Barbies de imitación. En algún lugar de la oscuridad había una Berbee o quizá incluso una Barblie, mutilada a resultas de algún experimento a los que los niños con muchos juguetes parecían someter a aquellos que ya no les gustaban. Con los años Abdul se había convertido en un experto en minimizar las distracciones. Todas las muñecas de ese tipo las colocaba en la pila de basura con los pechos hacia abajo.

Evita problemas . Ése era el principio por el que se regía Abdul Hakim Husain, una idea defendida con tal convencimiento que parecía impresa en su apariencia física. Tenía ojos y mejillas hundidas, un cuerpo encorvado por el esfuerzo y musculoso, del tipo que reclamaba menos espacio del que en justicia le correspondía cuando se abría paso por los callejones atestados de gente del asentamiento. Casi todo en él parecía batirse en retirada, salvo las orejas, prominentes, y el pelo, que se le rizaba hacia arriba como el de una chica cada vez que se enjugaba el sudor de la frente.

Tener una presencia evasiva, anodina era algo útil en Annawadi, la fosa séptica en la que vivía. Allí, entre los prósperos barrios residenciales de la capital financiera de India, tres mil personas se habían amontonado en o encima de trescientas treinta y cinco chabolas. Era un continuo ir y venir de inmigrantes de todo el país, hindúes en su mayoría, de todas las castas y subcastas. Sus vecinos encarnaban creencias y culturas tan diversas que Abdul, uno más de las tres docenas de musulmanes de la barriada, ni siquiera aspiraba a entender. Se limitaba a aceptar que Annawadi era un terreno minado, sembrado de contradicciones, nuevas y viejas, con las que estaba decidido a no tropezar. Porque Annawadi también era un lugar inmejorable en el que ganarse la vida con la basura que generan los seres humanos.

Abdul y sus vecinos habían ocupado terrenos que pertenecían a las Autoridades Aeroportuarias de India. Tan sólo una carretera flanqueada por cocoteros separaba el asentamiento de la entrada a la terminal internacional. Dirigidos a la clientela del aeropuerto y rodeando Annawadi había cinco lujosos hoteles: cuatro megalitos ornamentados y marmóreos y un Hyatt, esbelto y de cristal azul, desde cuyos pisos superiores Annawadi y otros asentamientos similares parecían aldeas dejadas caer al azar en los huecos entre elegantes moderneces.

—Todo a nuestro alrededor son rosas y nosotros somos el estiércol que hay entre medias —así lo había descrito el hermano pequeño de Abdul.

En el nuevo siglo, conforme la economía india crecía a mayor ritmo que la de cualquier otro país con excepción de China, los bloques rosa de apartamentos y torres acristaladas de oficinas habían surgido por doquier en las inmediaciones del aeropuerto internacional. Una gran corporación se llamaba, simplemente, «Más». Más grúas para levantar más edificios, el más alto de los cuales interfería con el aterrizaje de cada vez más aviones. Era una carrera de obstáculos tóxica, impulsada por la búsqueda de prosperidad que desde la ciudad dejaba caer puñados de oportunidades en los asentamientos de chabolas.

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