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Periodists ganadora de premios Emmy
María Hinojosa
Una vez fui tú
Cémo encontré mi voz y hoy paso el micrófono
Edición para jóvenes
Para mi hija, la única, Yurema.
Tú y solo tú eres mi sol con esa sonrisa de amor.
Para todos los y las jóvenes quienes,
como yo, no nacieron en este país y aquí se quedan.
Y para mi madre, Berta.
Introducción
E n febrero de 2019 conocí a una preciosa niña de Guatemala en el aeropuerto de McAllen, Texas, situado cerca de la frontera entre México y Estados Unidos. Los agentes de inmigración la habían separado de su tío para ingresarla en una jaula de detención. Ahora estaban por trasladarla a otro lado en avión. Estaba aterrorizada, su suerte en manos de un puñado de extraños. Ella y yo conectamos, aunque haya sido solo por un instante.
La niña estaba en shock, ida, mientras esperaba en el aeropuerto junto con otros niños cuyas edades iban de los cinco a los quince años. Todos estaban callados, abatidos, replegados y sumamente tristes. Eso es lo que más llamó mi atención: lo tristes que estaban todos.
Le sonreí y le pregunté que cómo estaba. Pero uno de los encargados, en mi opinión uno de los traficantes, me dijo que no podía hablar con ella. Quizá la niña me recuerde porque me enfrenté al hombre que estaba a cargo del grupo. Le dije que era periodista y que tenía el derecho a hablarles a los niños. Me dijo que no y le respondí: levanté la voz en medio del aeropuerto y le dije al hombre que esos niños eran amados y queridos en este país y que merecían tener voz propia.
Esa niña es una de las razones por las que decidí escribir este libro.
Yo no nací en este país, pero tuve el privilegio de convertirme en ciudadana estadounidense por elección más adelante en la vida, a mis casi treinta años. A la vez que amo este país porque representa un hogar para mí, también tomé la decisión de convertirme en ciudadana por miedo de que un día los agentes de migración decidieran rechazarme en la frontera o en algún aeropuerto al presentar mi green card. Es extraño usar las palabras “amor” y “miedo” al referirte a un país, pero siento ambas cosas por mi tierra de acogida. Es el lugar donde abracé por completo mi identidad latina y donde aprendí a hacer preguntas duras como periodista. La razón por la que sigo aquí es porque quiero hacer de este país un lugar mejor, y una de las formas en que puedo hacerlo es a través de mi ejercicio periodístico. Los periodistas son las personas que nos mantienen informados sobre lo que ocurre en el país y en el resto del mundo. Aprendí esa lección de chiquita, mirando las noticias en el televisor.
Imagina que tienes un televisor del tamaño de una lavadora en medio de tu sala. Sé que hay gente que tiene televisores ENORMES ahora, pero son planos. No, los televisores de los que hablo son de la década de los sesenta: eran enormes y toscas cajas de madera con bocinas y botones integrados. Las imágenes que mostraban eran a blanco y negro.
Mi familia tuvo la suerte de poder comprar uno usado. Ver las noticias en aquel televisor fue mi primera interacción con el periodismo estadounidense. Los presentadores de noticias eran siempre hombres blancos en trajes elegantes, hombres blancos que hablaban inglés sin acento, sin un solo pelo fuera de lugar, que daban la impresión de no tener sentimientos. Esas eran las personas que tenían el poder para decirnos qué estaba ocurriendo y qué importaba en el mundo.
Miraba las noticias por televisión todas las noches. Para cuando cumplí nueve años, ya habíamos comprado un televisor a color para la cocina, que alcanzábamos a ver mientras cenábamos. A nuestra familia en México le horrorizaba saber que nos habíamos convertido en ese tipo de personas: ¡gringos con la tele en el mismo lugar donde comían! Pero el mundo era demasiado dramático como para no verla. La guerra de Vietnam. Protestas a lo largo y ancho de Estados Unidos. Refugiados que luchaban por sobrevivir en su nuevo hogar. El amor y el odio jugando en las calles.
Todos en mi familia éramos inmigrantes mexicanos en este país, recién llegados de México; llenos de sueños debido al trabajo de mi padre como científico. Nuestras historias y las de aquellos que se veían como nosotros jamás se transmitían en los principales medios. Eso me hizo sentir invisible. Me buscaba por todas partes en las historias que contaban los medios: en la revista Time, en 60 Minutes, en el Chicago Sun-Times. Nada.
Buscaba en tiendas que vendían productos personalizados con nombres propios. Buscaba calcomanías, libretas, pines… no había nada que por escrito diera fe de mi existencia. Los anaqueles parecían contar con todos los nombres imaginables, excepto uno: el mío. María.
Esa sensación de invisibilidad me seguía adondequiera que fuera en este país, los Estados Unidos de América. Los lugares donde llegué a ver y a escuchar a gente que se parecía a mí y que hablaba como yo eran barrios que parecían abandonados, desiertos; sin nadie que recogiera la basura, sin lugares donde los niños pudieran jugar, con ventanas rotas por todas partes. Y aun así, esos lugares desbordaban vida, color y el idioma del amor.
¡Buenos días, señora!
¡Qué lindo día!
¡Que le vaya bonito!
¡Qué bello, mi amor!
¡Mi querida, mi sol, mi vida!
En ese momento aún no lo sabía, pero quería contar las historias de la gente que veía y conocía en el barrio. Al principio no sabía cómo porque no me sentía lo suficientemente lista como para ser una de esas personas que daban las noticias en la televisión: en apariencia sin sentimientos, sin un solo pelo fuera de lugar. Yo era la antítesis de todo aquello; era una mujer y era latina. Y tenía mucho cabello.
Me obsesioné con la invisibilidad que sentía; quería entenderla y luchar contra ella. La ausencia de latinos y latinas en los medios de comunicación me marcó de por vida y me empeciné en cambiar la realidad que a mí me había tocado enfrentar. Habrá muchas experiencias importantes como esta en tu vida. Espero que este libro te ayude a reconocer esas semillas que la vida va plantando en ti y que germinarán a medida que vayas creciendo.
En mi caso, esas semillas de invisibilidad brotaron y me inspiraron a convertirme en una periodista de radio y televisión en NPR, CNN, PBS y muchas otras compañías mediáticas. A lo largo del camino, mucha gente me dijo que era demasiado cercana a las historias que quería contar como para contarlas con objetividad. Eres muy mexicana. Muy inmigrante. Muy feminista. Muy de izquierda. Muy desagradecida y quizás incluso muy antipatriota. Luego de trabajar para muchas empresas y demostrar lo que era capaz de lograr una y otra vez, decidí independizarme.
Tomé un riesgo enorme y en 2011 dejé la vida corporativa para crear mi propia empresa, Futuro Media. Me convertí en la primera latina en fundar una redacción nacional e independiente sin fines de lucro. Me apropié del micrófono y de la cámara. Ya no sería una reportera más dando las noticias: ahora sería la jefa y yo daría las órdenes.
En 2016, como periodista con treinta años de experiencia, un día aparecí en las noticias por cable para hablar sobre inmigración. El otro invitado al programa, quien estaba a favor de las políticas del entonces presidente Donald Trump, se atrevió a referirse a los inmigrantes, seres humanos como él, como “ilegales”.