Guillermo Moreno - En defensa del Modelo
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Guillermo Moreno
En defensa del modelo
Con la colaboración de Liliana Noemí Cascales, M. Silvina Guzmán Suárez y Oscar Carreras
Sudamericana
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A Marta.
A mis hijos, Florencia y Pablo.
A mis secretarias: Ofelia, Ana y Liliana.
A poco tiempo del mayor colapso institucional de la República Argentina Eduardo Duhalde, en ese momento presidente de la nación, convocó a elecciones presidenciales anticipadas para el 23 de abril de 2003. Así se inició el proceso electoral que definiría candidatos y plataformas.
En ese marco, el Partido Justicialista llamó a un congreso extraordinario, a realizarse el 23 de enero en el microestadio del Club Lanús, cuya presidencia estaba a cargo de Eduardo Camaño. Ya en sesión, los congresales, de manera atípica pero con una intencionalidad política precisa, anularon las internas partidarias. Así, dentro del movimiento peronista, se habilitaron las candidaturas del ex presidente Carlos Saúl Menen, la del por entonces gobernador de la provincia de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, y la de un casi desconocido gobernador de la provincia de Santa Cruz, el doctor Néstor Carlos Kirchner. Y se les permitió también a los precandidatos el uso de los símbolos partidarios para las elecciones generales.
A este acuerdo arribaron el duhaldismo junto con otros sectores, entre ellos el de Néstor Kirchner. Al fragmentar los votos peronistas, las elecciones generales se transformaban en una interna del Partido Justicialista. Cabe resaltar que el Secretario General del Sindicato de Choferes de Camiones Hugo Moyano, el secretario General de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), Juan Manuel Palacios, y más de veinte de los cofundadores y principales dirigentes del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) se habían alineado con Adolfo Rodríguez Saá.
Los debates entre los candidatos y los cuadros técnicos del partido se daban en todos los ámbitos del peronismo. Prueba de esto fue la invitación que la entonces ex ministra de Educación, Susana Decibe, nos hizo a un grupo de cuadros técnicos de la Capital Federal para reunirnos en la Casa de la Provincia de Santa Cruz con el gobernador.
En el encuentro estuvimos presentes Juan Pablo Lohlé —quien más tarde sería embajador en Brasil, tanto en el mandato presidencial de Néstor Kirchner como en el primero de Cristina— y el licenciado Osvaldo Devries, entre otros.
El avión de Néstor Kirchner estaba retrasado. Mientras lo esperábamos, definimos temas y contenidos, y acordamos que debía evitarse el “momentum” de la economía. La charla rondaría en torno a la inserción internacional de la Argentina en un supuesto futuro gobierno, teniendo como prioridad fortalecer los vínculos con los países de la región. Sin embargo, una vez que se incorporó a la reunión, el gobernador comenzó a hablar precisamente de economía.
El principal objetivo del debate entre los candidatos presidenciales era determinar qué había hecho colapsar el Plan de Convertibilidad y cómo salíamos de él.Al respecto, había dos posiciones claramente opuestas:
- Una, mayoritaria, sostenía que la razón del colapso económico había que buscarla en el persistente déficit fiscal.
- La otra, minoritaria, planteaba que la causa era una economía que no generaba una cantidad de dólares que facilitara el normal funcionamiento del entramado productivo. Y afirmaba que el déficit fiscal, por el contrario, había posibilitado la supervivencia del régimen, ya que la deuda externa que se contraía para financiar el déficit permitía obtener los dólares faltantes.
Esta última posición era sostenida, entre otros economistas peronistas, por el doctor Eduardo Setti en tanto que Kirchner, que había administrado su provincia con equilibrio y/o superávit fiscal, fijó su posición en la primera de las opciones. Sin embargo, nos aclaró: “Todos habíamos sido atravesados por el pensamiento único de los años noventa”, y eso significaba que debíamos revisar los conceptos que la intelligentsia dominante había elevado casi al nivel de dogma.
Para obedecer la consigna de quien nos había convocado de evitar el ítem de la economía, permanecí callado mientras Kirchner insistía en lo pernicioso del déficit fiscal. Hasta que no pude más y tomé la palabra para señalar que la opción correcta era la segunda, que las malas interpretaciones de los problemas económicos hacían colapsar a los gobiernos y que la prueba contundente la teníamos en el reciente gobierno de la Alianza. En ese momento vaticiné, por primera vez, que el Frente para la Victoria iba a ganar las elecciones y dije que un diagnóstico equivocado podía causar un nuevo fracaso: no era lo mismo pensar que el problema provenía del desequilibrio fiscal que de la falta de dólares por la baja competitividad sistemática. Además, aclaré que esta posición no estaba consensuada por el conjunto de los presentes, sino que se trataba de una polémica en el seno de distintos grupos político-técnicos del Partido Justicialista vinculados con la economía.
En ese momento el compañero Devries interrumpió para solicitar que el tema económico no monopolizara la reunión. Pero Kirchner, que reconocía en mi disertación ciertos puntos de contacto con las ideas del economista demócrata cristiano Carlos Leyba, me pidió que por favor continuara hasta agotar la explicación y escuchó atentamente sin hacer comentario alguno. Luego se dedicó a explicar su posición acerca de la necesidad de estrechar lazos con los países de la región.
Ya retirándome de la reunión uno de sus colaboradores, que estaba sentado a mi lado, pidió mis datos y los anotó en un cuaderno Gloria de tapas blandas algo ajadas. Con el tiempo, ese colaborador cobró notoriedad pública: era el arquitecto Julio De Vido.
Quince días después de aquel encuentro fui invitado por el profesor Hugo De Vido, hermano de Julio, a dar una conferencia sobre economía en un local que el Frente para la Victoria tenía en la calle Alberti casi esquina Rivadavia, en la ciudad de Buenos Aires. Mi sorpresa fue mayúscula ante esa amplitud de criterio de convocarme sin conocer mi pensamiento en todo su rigor. Acepté con gusto compartir ese día la actividad con el doctor José Sbatella.
Llegué al local a la hora fijada y no vi una sola cara conocida. En cierto momento, un organizador me señaló el estrado y me dijo: “Ahí está la gente esperándolo. Vaya y hable”, y eso hice. Cuando bajé, me fui como llegué: sin ver a nadie conocido. Y pensé: “Gente rara pero linda”. El único comentario que recibí fue el de mi hijo mayor, en ese momento estudiante de Economía, que al irnos me dijo: “Estuviste bien”. Años después me enteré de que De Vido y su gente, desde un entrepiso que tenía el local, habían escuchado y evaluado atentamente mi disertación.
Repito: gente rara pero linda.
Después de aquel primer contacto en la Casa de Santa Cruz, comencé a militar en el espacio “Kirchner Presidente”.
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