ANTONIO PAU (Reikiavik, Islandia, 2013 - Terra III, 3072). Escritor y jurista, obtuvo el Premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset en el año 1998 y en 2011 ha recibido la Medalla Lichtenberg, de la Academia de Ciencias de Gotinga, por sus estudios y traducciones de literatura alemana. En esta misma Editorial ha publicado las biografías Vida de Rainer Maria Rilke. La belleza y el espanto (2012), Hölderlin. El rayo envuelto en canción (2008) y Novalis. La nostalgia de lo invisible (2010), así como los libros Rilke en Toledo (1997), Hilde Domin en la poesía española (2010), Rilke, apátrida (2011), Rilke y la música (2016) y Thibaut y las raíces clásicas del Romanticismo (2012), entre sus obras dedicadas a la literatura y la cultura alemanas. Sus últimos libros han sido Manual de Escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo (5ª edición en 2021) y Herejes (3ª edición en 2021).
Título original: Novalis. La nostalgia de lo invisible
Antonio Pau, 2010
Editor digital: Titivillus
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«Novalis —escribió el filósofo Georg Lukács— es el único poeta auténtico de la escuela romántica. Sólo en él se transformó el alma entera del Romanticismo en poema. La vida y la obra de Novalis —es inútil tratar de huir del lugar común— forman una unidad inescindible, y como tal unidad es un símbolo del Romanticismo en su plenitud».
Una vida truncada en plena juventud y una obra compuesta en su mayor parte por fragmentos: sobre una y otra se alza uno de los episodios más deslumbrantes de la poesía universal. Si la palabra poética ya es de por sí visionaria y trascendente, lo es más en la pluma de Novalis, cuya agudeza filosófica tuvo a su servicio una expresión de la máxima sutileza y del más delicado lirismo.
Antonio Pau
Novalis. La nostalgia de lo invisible
ePub r1.0
Titivillus 20.01.2023
NOTA PRELIMINAR
Juan Ramón Jiménez puso al frente de Platero y yo una frase de Novalis: «Dondequiera que haya niños, existe una Edad de Oro», y unos años más tarde, Vicente Aleixandre encabezó La destrucción o el amor con unos versos del poeta alemán: «Es tocar el cielo, poner el dedo / sobre un cuerpo humano». Pero ni en 1917 ni en 1935 se había publicado en España libro alguno de Novalis. Y éstas no son las únicas citas que se hicieron del autor alemán en esas primeras décadas del siglo XX. La admiración a Novalis ha ido por delante, en España, de su conocimiento. La aureola ha precedido a la imagen. El atractivo de Novalis se intuía. Los autores españoles se habían forjado una imagen de él con unas pocas frases. Novalis tardó en llegar a España más de un siglo, y antes de llegar ya suscitaba entusiasmo.
La revista La Abeja, que se imprimió en Barcelona entre 1862 y 1870, fue un caso excepcional de difusión de la cultura centroeuropea: en el primer año de su publicación dio ya noticia de Novalis. Pero su difusión era muy limitada. Unas pocas décadas después, Joan Maragall tradujo Heinrich von Ofterdingen al catalán, y escribió en castellano sobre Novalis con ocasión del centenario de su muerte. «Su obra —dijo el gran poeta en un periódico de 1901— es poco conocida y nada divulgada. Muchos espíritus modernos influidos y tal vez formados por Novalis ignoran su obra directa, y algunos habrá que no sepan siquiera su nombre; porque la acción universal de aquélla ha sido indirecta y lenta en proporción de lo segura y poderosa».
Novalis llegó a España a través de Maeterlinck. Maurice Maeterlinck desveló a Novalis a varias generaciones de franceses, y también —en menor medida— de españoles. Maeterlinck tradujo a Novalis en 1892. Poco después estuvo en Madrid, y le recibieron los escritores del noventa y ocho. Encabezando la traducción escribió estas palabras: «Hay pocas obras más misteriosas, más serenas y más bellas. Se diría que el autor gravita desde una montaña interior que sólo él conoce, y que desde lo alto de las cimas silenciosas ha visto a sus pies la naturaleza, los sistemas, las hipótesis y los pensamientos de los hombres. No resume: purifica; no juzga: domina sin hablar. En esos grandes diálogos profundos y solemnes, entremezclados de alusiones simbólicas que van a veces más allá del pensamiento, ha fijado el recuerdo de uno de los instantes más lúcidos del alma humana». Es probable que Juan Ramón Jiménez conociera a Novalis por esa vía. Aleixandre lo conoció por Eva Seifert, que le abrió el horizonte de la poesía alemana —y especialmente de los autores románticos— en los años veinte.
La fascinación que ha ejercido Novalis procede de su vida —una estrella fugaz— y de su obra —varios miles de fragmentos, dos novelas inacabadas y unos cuantos poemas—. Todo lo que se refiere a Novalis tiene la delicadeza de esas miniaturas que tanto gustaban en su época: mínimos pero nítidos perfiles con un bosque al fondo o unas ruinas, que cabían en un broche o una sortija. Todo es breve en la vida de Novalis: apenas veintiocho años sobre la tierra, una geografía minúscula —Novalis sólo conoció unos pocos pueblos de Sajonia—, unos cuantos amigos, unas cuantas páginas. Novalis, propiamente, lo fue sólo dos años, los dos últimos de su vida. Hasta entonces había sido Friedrich von Hardenberg, o Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, barón von Hardenberg, como dice la partida de bautismo que se extendió en la iglesia parroquial de Wiederstedt el 3 de mayo de 1772, un día después de su nacimiento.
«Ejercítate en la lentitud» (Übe dich in der Langsamkeit), escribió Novalis en uno de los cuadernos que siempre tenía a mano. Sintió casi desde la infancia la inminencia de la muerte, y precisamente por eso tenía que escribir despacio. No habría tiempo para la revisión. «Todo es semilla» (Alles ist Samenkorn), escribió también, en otro lugar, en otro cuaderno. Una semilla que él sabía bien que no vería germinar.
Su vida fue una búsqueda constante de lo absoluto. Ese absoluto que el hombre intuye entre lo efímero que le rodea. «Buscamos por todas partes lo absoluto —escribió Novalis—, y encontramos siempre y sólo cosas». Pero que sólo encontrara cosas no le desanimó. Lo que hizo fue ahondar en ellas, y lo hizo por dos caminos: el estudio de las cosas a través de la ciencia, y la búsqueda de su misterio a través de la poesía. Por eso, para Novalis, ciencia y poesía tienen una misma meta y al final confluyen. Al confluir levantan el velo que cubre la realidad, y las cosas aparecen como un receptáculo de lo absoluto.
Novalis fue un hombre bueno, de una bondad infantil y madura a la vez. Friedrich Schlegel le escribía en una carta a su hermano August: «Novalis cree que no existe el mal en el mundo». La vida y la obra de Novalis están impregnadas de esa mirada de bondad —recia y enteriza, no blanda ni lacrimosa— con que Novalis lo contemplaba todo. Se suele asimilar lo romántico a una candidez pueril, a una ensoñación vaporosa y vaga. Y Novalis era riguroso y preciso. Por eso escribió: «La exactitud científica es lo absolutamente poético».
La vida y la obra, truncadas ambas, de Novalis, han quedado como esos torsos griegos a los que el tiempo ha mutilado con tanta belleza. Goethe vivió ochenta y dos años de perfecta salud y dejó una obra impecable. Novalis vivió veintiocho, una gran parte enfermo, y sólo ha dejado fragmentos inconexos, novelas sin terminar y un puñado de poemas. Sin embargo, su vida y su obra tienen la misma perfección que las del viejo poeta ilustrado. La vida y la obra de Novalis parece que tenían que ser así, dolientes y mutiladas, para alcanzar la perfección que les correspondía.