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AA. VV. - El Greco y su época

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AA. VV. El Greco y su época
  • Libro:
    El Greco y su época
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    1985
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Título original: El Greco y su época

AA. VV., 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

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Entrega n.º 99 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a El Greco y su época.

AA VV El Greco y su época Cuadernos Historia 16 - 099 ePub r10 Titivillus - photo 2

AA. VV.

El Greco y su época

Cuadernos Historia 16 - 099

ePub r1.0

Titivillus 25.09.2021

La sociedad castellana
en la época de El Greco

Por Antonio Domínguez Ortiz

e la Real Academia de la Historia

D OMENIKOS Theotokopoulos, llamado en Italia El Greco, llegó a España el año 1577, a los treinta y seis años de edad. Tras una corta estancia en Madrid, fijó su residencia en Toledo, ciudad con la que se identificó plenamente; allí nació en 1578, producto de una relación no legalizada, su hijo jorge Manuel, allí disfrutó de general estima, trabajó sin descanso y rindió su último suspiro en 1614.

Desde que a comienzos de este siglo Cossío llamó la atención hacia el casi olvidado artista, la convicción de que sus obras reflejan el espíritu de la sociedad castellana de su tiempo se ha impuesto de forma virtualmente unánime. No vamos a discutir por qué vías se realizó esta identificación de un hombre nacido en un medio muy distinto. Tampoco entraremos a polemizar sobre si él tradujo o sublimó la realidad circundante. Más modestamente, vamos a destacar algunos rasgos generales de aquella sociedad en la que vivió y que, sin duda alguna, influyó en la génesis de sus geniales creaciones.

Un brillante crepúsculo

Por espacio de dos siglos la porción más vital de España había sido la meseta norte, prolongada por el sur hasta el curso del Tajo: en ese espacio estaban la mayoría de las ciudades con voto en Cortes: allí, las residencias ordinarias de los reyes: Valladolid, Segovia, Toledo. Las viejas ciudades todavía tenían, a más de linajes guerreros, una burguesía rica (con no poca proporción de sangre hebraica), fuerte organización gremial, rutas frecuentadas que confluían en ferias y mercados. Algunos de estos centros de contratación (Villalón, Medina del Campo, Medina de Rioseco) abarcaban un ámbito no sólo castellano sino español e incluso internacional. En su época de apogeo las ferias de Medina funcionaban como mercados centrales de productos y también como organismos bancarios intermitentes a los que acudían los grandes financieros, por sí mismos o por sus representantes, para liquidar cuentas, para efectuar operaciones de compensación. Pagarés y letras de cambio circulaban en aquellos islotes privilegiados en medio de un mundo que ignoraba el papel moneda y que en buena medida practicaba el autoconsumo. Tres veces al año la Rúa y la inmensa Plaza Mayor se llenaban de una multitud que discurría curiosa entre los tenderetes donde se exponían ricas telas, objetos de plata, vajillas, escritorios, libros, mientras importantes hombres de negocios ajustaban sus cuentas, pagaban deudas y concertaban empréstitos.

Lo que en Medina del Campo era fiebre episódica, en otras ciudades mesetarias era actividad permanente, aunque cada una de ellas tuviera una peculiaridad característica; Burgos centralizaba el comercio de lanas merinas, solicitadas en toda Europa por su insuperable calidad, y las exportaba por Laredo, Bilbao y otros puertos cantábricos; su Consulado agrupaba nombres prestigiosos, familias en su mayoría de origen converso, y por ello afanadas en demostrar su auténtica piedad; eran los Salamanca, Vitoria, Curiel, Quintanadueñas y tantos otros. Educaban a sus hijos para continuar el negocio, y daban a sus hijas crecidas dotes para casar con hidalgos menesterosos o para ingresar en un convento.

Valladolid, en cambio, era ciudad burocrática. Poca industria, un comercio de escaso radio: ni siquiera tuvo obispado hasta que se lo gestionó Felipe II. Su vida giraba en torno a dos polos: la Chancillería, donde se ventilaban causas en apelación y pleitos de hidalguía, y la Universidad, con su anejo colegio mayor de Santa Cruz. Fue estancia frecuente de reyes, cuna de Felipe II, y albergó esperanzas de ser la capital de la Monarquía. Incluso llegó a ver logrado este sueño durante unos cortos años a comienzos del siglo XVII.

Segovia ofrecía el aspecto, bastante poco común, de una verdadera ciudad industrial. El textil segoviano traspasó los limites de la mera artesanía y se concentró en fábricas donde trabajaba una masa anónima de asalariados llegados de comarcas a veces muy alejadas. Los paños segovianos, de severo color negro y calidad garantizada, tenían extensa clientela, y no sólo en el interior de España. Otra fábrica segoviana esparcía también sus productos por todo el mundo: la Casa de la Moneda, dotada en la segunda mitad del XVI de maquinaria novísima, movida por el Eresma, gracias a técnicos alemanes. Ninguna otra Casa de Monedas española, ni siquiera la de Sevilla, acuñaba con tal rapidez y perfección.

En la alta y fría paramera, rodeada de seculares murallas, Ávila de los Caballeros. También con una industria textil que tuvo un modesto y pasajero auge. Aquella tierra de cantos y de santos ha pasado a la historia como patria de renombrados capitanes y cuna del Carmelo reformado por Teresa de Jesús.

Todo en el Entierro del señor de Orgaz se inscribe en el sistema lógicamente - photo 3

Todo en el Entierro del señor de Orgaz se inscribe en el sistema lógicamente integrado de la mentalidad frente a la muerte que hemos ido viendo ( Entierro del Conde de Orgaz ,
obra de El Greco, iglesia de Santo Tomé, en Toledo).

Más al occidente, Salamanca y sus doradas piedras. Obispado, mercado agrícola, morada de profesionales y rentistas, pero, sobre todo, sede prestigiosa de la más ilustre universidad española, suministradora de dictámenes e instancias internacionales y de alta burocracia eclesiástica y civil a través de sus seis colegios mayores.

Al sur de Guadarrama y Gredos, igual panorama urbano. Es un error situar el limite entre la Nueva y la vieja Castilla en el Sistema Central; hasta la orilla del Tajo, aunque el paisaje sea menos austero y el clima menos riguroso, la sociedad, el sistema económico y los valores morales son los mismos. Es al sur del Tajo cuando el panorama cambia y aparecen las inmensas llanuras de poblamiento reciente, poco urbanizadas y con escasa tradición cultural propia. En la frontera de esos dos mundos, Toledo, que disputaba a Valladolid la candidatura a la capital de las Españas y a Burgos la presidencia de las Cortes castellanas. Lo que en tiempos fue rivalidad auténtica se había ya convertido en el XVI en pura ceremonia. Cada vez que se abría una nueva legislatura los procuradores burgaleses y toledanos trataban de tomar la palabra: entonces intervenía el rey o su representante y pronunciaba estas palabras rituales: Toledo hablará cuando yo lo ordene. Hable Burgos. En apariencia, la victoria era de Burgos, pero Toledo la sobrepujaba en todos los sentidos, porque las raíces de su prosperidad eran múltiples: si su alcázar simbolizaba muchos años de residencia real, su fabulosa catedral recibía diezmos de un extensísimo territorio: su ayuntamiento dominaba sobre miles de kilómetros cuadrados, y las sederías toledanas tenían un amplio mercado en España, en el norte de África e incluso en América. Por eso Burgos no pasó nunca de 20.000 habitantes, cuando Toledo llegó a los 60.000, cifra muy alta en aquella época.

Madrid también participó del impulso poblacional del XVI aun antes de que Felipe II fijara en él su residencia. Gonzalo Fernández de Oviedo escribió que al volver el año 1546 lo encontró casi doblado en vecindad que cuando salió de él en 1513. De todas formas, todavía en 1561 apenas alcanzaría los 12.000 habitantes, poco más o menos los mismos que tenía Cuenca. Muy llena de vitalidad se mostraba también Alcalá de Henares, propiedad de los arzobispos toledanos, que la habían engrandecido con notables fundaciones: la más insigne, la Universidad Complutense, durante algún tiempo el primer centro humanístico de España.

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