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Antonio Gómez Montejano - Policía municipal, ¿dígame?

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Antonio Gómez Montejano Policía municipal, ¿dígame?

Policía municipal, ¿dígame?: resumen, descripción y anotación

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ANTONIO GÓMEZ MONTEJANO es un periodista vestido de azul que nació en Madrid en - photo 1

ANTONIO GÓMEZ MONTEJANO es un periodista vestido de azul que nació en Madrid en 1958. Comenzó su andadura informativa sobresaltando a los radioyentes más madrugadores al contar las incidencias nocturnas desde el Gabinete de Prensa de la Policía Municipal. Tras denodados esfuerzos consiguió colocar sobre sus hombros los galones de oficial y en su tarjeta el cargo de jefe de Relaciones Externas del cuerpo.

Es autor de El pulso de la ciudad, ensayo pionero sobre las relaciones entre policías y medios de comunicación, campo del que es estudioso y uno de los mayores expertos. Colabora habitualmente en diferentes revistas y ha participado en el programa de televisión Sucedió en Madrid.

A través de incesantes y machaconas campañas divulgativas —cuentos infantiles, juegos didácticos, vídeos…— pretende, ingenuamente, conseguir que alguna gente deje de cometer infracciones y se comporte de una vez como Dios manda.

CIRCULEN, POR FAVOR

¡Vamos, vamos!, circulen por las páginas que siguen y tomen nota de las vicisitudes y apuros por los que han de pasar los sufridos agentes de la Policía Municipal. Especialmente los que regulan el tráfico, sufriendo a la intemperie los rigores del frío invierno y los sudores del tórrido verano, respirando los turbios gases que emanan de los millares de tubos de escape que pasan por su lado durante las ocho horas de su jornada laboral, y lo que es peor: soportando las iras de los conductores, pacíficos ciudadanos que, una vez que se sientan ante un volante se transforman en monstruos feroces dispuestos a defender su autoatribuida condición de mejor conductor del mundo, aunque para ello tengan que mentir, suplicar o liarse a tortazos con el primero que lo ponga en duda.

El policía municipal es, sin duda, uno de los seres más dotados de paciencia. Aguanta impasible las burdas excusas que muchos le cuentan para justificar, por ejemplo, por qué se saltaron el semáforo en rojo. Y no hablemos de la presunción de esos que enseguida salen con lo de «¿Sabe usted con quién está hablando?». Aquellos que, si no fuera porque pierden la fuerza por la boca, harían que los agentes prestaran sus servicios en paños menores, pues al más mínimo reproche les amenazan con «quitarles el uniforme».

Pues sí: esos probos e incomprendidos funcionarios, que en muchos días de diluvio han tenido que escurrirse hasta los calcetines, todavía tienen que sufrir, además, al típico majadero que de manera infalible les pregunta:

—¿Por qué donde hay un guardia hay un atasco?

Esto por lo que se refiere al tráfico, pero no duden en ponerse contra la pared cuando descubran los casos tan raros que han de atender los agentes destinados a las Unidades de Seguridad, unos grupos que en la historia de la Policía Municipal pueden considerarse como de reciente implantación (al menos en teoría, pues en la práctica hay que reconocer que un guardia siempre ha sido un guardia, por muy «de la porra» que se llamase).

Con la llegada de la democracia se introdujo la imagen de los patrulleros neoyorquinos de las series de televisión, que capturaban a los «malos» al cabo de una espectacular persecución en un veloz coche con luces y sirenas, y luciendo unos «molones» uniformes de lo más moderno y funcional. Esta nueva imagen diluyó la rabia que a los chavales de antaño nos daba que, por el contrario, los «polis» españoles viajaran en anticuados Land Rover, vistieran largos y austeros abrigos de paño y no hubiera más ocasión de verles que plantados ante las puertas de algún ministerio o disolviendo manifestaciones tras descender, pertrechados con cascos y escudos, de unos autocares con cristales protegidos por rejillas. Decididamente nos quedábamos con los modernos policías, simpáticos y activos, que salvaban niños y luchaban contra los agresores de viejecitas.

Las nuevas policías locales asumieron este compromiso de modernizar y extender su horizonte, y en justicia hay que decir que realizan una importante labor social de la que no quedan exentas de solución las situaciones más disparatadas, con «camellos» despistados, delitos inverosímiles y ladrones chapuceros.

Penetren en la jungla de asfalto y vean cómo en una gran ciudad, donde es difícil imaginarse otra cosa que no sean grandes avenidas iluminadas, repletas de gente que deambula por sus amplias aceras mirando escaparates y carteleras de espectáculos, hay sitio para todo tipo de animales, desde los más inofensivos hasta los más feroces. Seres que irrumpen en la escena urbana y, a diferencia de esos otros bichos que en lugar de a cuatro patas andan a cuatro ruedas, llegan a tocar la sensibilidad de los agentes que se convierten, en algunas ocasiones, en pastores, domadores y émulos de Tarzán.

Vivan también las más terroríficas escenas como si en lugar de en España se hallasen en el corazón de Transilvania, y trasládense al paraíso del sexo a través de las más escandalosas situaciones, en ciudades que nada tienen que envidiar al mítico París o al extravagante Hollywood.

Sonrían, por último, con las estrambóticas soluciones que los policías del barrio han de dar a los más singulares actos protagonizados por esos ciudadanos que tan sólo están un poco más locos que los demás.

HISTORIAS SOBRE RUEDAS
EL UNIFORME DEL GENERAL

E so de que el hábito no hace al monje vamos a dejarlo. Y si no, lean lo que le pasó a un policía hace ya algunos años, cuando ser militar en España tenía unas connotaciones distintas a las de hoy en día.

Nuestro agente regulaba el tráfico en el paseo de la Castellana, cuando un potente vehículo se saltó un semáforo en rojo con evidente y grave peligro para el resto de conductores. Los estridentes pitidos y las señales de «Alto» del policía no consiguieron que se detuviera. De pronto, un automovilista, indignado por el desprecio a las normas de que había hecho gala el infractor, se acercó al guardia y le invitó a subir a su coche a fin de perseguir y dar su merecido a ese desaprensivo.

—Suba, agente, vamos a por él.

En la parte trasera del coche, el improvisado «colaborador» llevaba colgado de uno de los asientos un vistoso uniforme de general del Ejército de Tierra.

Sorprendido, el agente manifestó a tan alto personaje que no merecía la pena que se molestase, pero ante su insistencia optó por subir y emprender la «caza», que se produjo finalmente unos centenares de metros más adelante. Bajaron ambos del coche e increparon duramente al imprudente automovilista, al cual tampoco pasó inadvertida la presencia del insigne uniforme en el interior del otro vehículo. Comoquiera que el infractor era agregado militar de la embajada de Estados Unidos, no dudó en eludir lo que podría llegar a convertirse en un conflicto internacional. Por tanto, todo cortés y temeroso pidió mil perdones y dijo que estaba dispuesto a pagar lo que hiciera falta.

Dos multas le «sacudió» el guardia: una por el semáforo y otra por desobedecer sus indicaciones. A pesar de todo, el agregado se marchó tan contento con ellas, porque la cosa habría sido peor si hubiera llegado a su embajada una notificación oficial sobre un altercado con un militar español.

El policía regresó a su puesto, conducido de nuevo por el atento personaje y se despidió de éste con el saludo reglamentario:

—Bueno, pues muchas gracias, y a sus órdenes, mi general.

—¿General? —contestó el otro—. ¡No hombre, no! Yo soy empleado de unos grandes almacenes. El uniforme lo llevo a nuestro departamento de sastrería para un arreglo.

EL BORRACHO RESPETUOSO

L os conductores ebrios suelen distinguirse por un desprecio total hacia las más elementales normas de circulación. La euforia que provoca el alcohol lleva consigo una disminución de los reflejos, así como de la sensación de peligro, y una gran desinhibición en todo lo que suponga respeto y civismo.

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