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Artemidoro - La interpretación de los suenos

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Artemidoro La interpretación de los suenos
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    La interpretación de los suenos
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He aquí el más famoso manual de oniromancia del legado griego Artemidoro de - photo 1

He aquí el más famoso manual de oniromancia del legado griego. Artemidoro de Éfeso, o de Daldis, experto en el oficio de interpretar los sueños, compuso este tratado completo y bien estructurado que fue un útil libro de consulta en lo concerniente a tales asuntos. La oniromancia, con sus aspiraciones científicas, venía de lejos: ya la menciona Homero, y hubo sacerdotes que rastreaban en los ensueños signos enviados por los dioses, antes de que médicos hipocráticos y filósofos como el propio Aristóteles se interesaran por la cuestión interpretativa.

Artemidoro, en el siglo II d.C., es heredero de tal tradición, y la combina con su práctica personal en este tratado Oneirocritica, en la que asienta los principios de su doctrina con innumerables y pintorescos ejemplos extraídos de su experiencia profesional.

Artemidoro La interpretación de los suenos Biblioteca Clásica Gredos - 128 ePub - photo 2

Artemidoro

La interpretación de los suenos

Biblioteca Clásica Gredos - 128

ePub r1.2

mandius 24.09.17

Título original: Ὀνειροκριτικὰ

Artemidoro, 151

Traducción: Elisa Ruiz García

Editor digital: mandius

ePub base r1.2

Artemidoro de Daldis o de Éfeso del que se sabe que - photo 3

Artemidoro de Daldis o de Éfeso del que se sabe que - photo 4

Artemidoro de Daldis ( Αρτεμίδωρος Δαλδιανός ), o de Éfeso, del que se sabe que vivió en el siglo II d. C., fue un intérprete profesional de los sueños con fines científicos y didácticos. Natural de Éfeso, dada la notoriedad de su ciudad natal, prefirió proclamarse oriundo de Daldis (Lidia), de donde procedía por línea materna. Resultó ser un viajero incansable llegando a arribar en diversos países con la finalidad de reunir interpretaciones y libros de sueños.

[1] En esta Introducción, por razones de espacio, no podemos abordar numerosas cuestiones relacionadas con la fenomenología onírica. Concretamente en esta obra se nos ofrece un abundante y sugestivo material para ser analizado desde un punto de vista antropológico, simbólico, sociológico, etc. Sobre todo ello estamos preparando un amplio estudio.

[2] LEX. SUDA, s. v. Artemíd ō ros; GALENO, Commentarius in Hippocratis librum De victu acutorum 1 15 y PSEUDO LUCIANO, Philopatris 21-22.

[3] Cf. infra, III 66. Efectivamente, de este famoso enclave intelectual del Asia Menor procedían numerosos hombres ilustres. Incluso tenemos noticias de otro Artemidoro (siglo I d. C.), geógrafo de profesión. El culto de la diosa Ártemis gozó allí de mucho predicamento, como lo testimonia la erección del espléndido templo dedicado en su honor. El empleo de onomásticos en los que figura el nombre de la deidad local entra dentro de una tradición muy difundida.

[4] De posible lectura freudiana.

[5] En cierta medida triunfó en su empeño.

[6] La dedicatoria de la obra a Máximo de Tiro (Proemio del libro I), la mención de M. C. Frontón (IV 22), la alusión a los Juegos celebrados por Antonino Pío en honor de Adriano (I 26), etc., testimonian su existencia durante la segunda centuria, ya avanzada.

[7] Este factor no es determinante, en la medida en que era un procedimiento habitual y tópico traer a colación pasajes de autores consagrados para reforzar y ennoblecer el proceso discursivo propio. Homero representa el índice más elevado de frecuencia desde un punto de vista estadístico (figura mencionado quince veces). Le sigue Menandro con cuatro citas. Este hecho es significativo, puesto que incluye a los dos escritores que gozaban de mayor popularidad por aquella época.

[8] En lo que a pronunciación se refiere ofrece numerosos ejemplos de itacismos y, tal vez, una muestra de asibilación de la dental sorda aspirada. Estos rasgos son propios del autor y no fruto de la tradición manuscrita, puesto que los términos en cuestión son utilizados como pruebas en sus argumentaciones. También se podrían aducir otras particularidades de carácter morfosintáctico o léxico. Cf. I. AVOTINS, «Artemidorus of Daldis and the Pronunciation of Greek», Glotta, 55 (1977), 222-225.

[9] Cf. los Proemios de los libros I y V.

[10] En el Proemio del libro I afirma: «En lo que a mí respecta, no hay obra de onirocrítica que yo no haya manejado».

[11] Cf. a título de ejemplo, R. BIANCHI BANDINELLI, Dall’ellenismo al medioevo, Roma, 1978 y Roma. La fine dell’arte antica = Roma. El fin del arte antiguo, trad. de J. A. Míguez, Madrid, 1971; E. R. DODDS, Pagan and Christian in an Age of Anxiety = Paganos y cristianos en una época de angustia, Madrid, 1975; G. W. BOWERSOCK, Greek Sophists in the Roman Empire, Oxford, 1969; y las obras de REARDON y de CAVALLO citadas más abajo, entre otras.

[12] A. TOVAR, «Notas sobre el siglo II», en el libro: En el primer giro, Madrid, 1941.

[13] Como consecuencia de un envejecimiento de la población provocado por un descenso de la natalidad.

[14]Courants littéraires grecs des IIe et IIIe siècles après J.-C., París, 1971.

[15] Cf. el sugestivo estudio de G. CAVALLO, (ed.) Libri, editori e pubblico nel mondo antico, Roma-Bari, 1975.

[16] Cf. infra, I 1.

[17] Cf. infra, III 66. En el artículo ya citada del Lex. Suda se le atribuyen dos títulos: uno, relativo a la adivinación mediante las aves, y otro, a la quiromancia. El primero es mencionado elogiosamente por Galeno (loc. cit.). De la autenticidad del último se sospecha, puesto que el propio Artemidoro juzga muy negativamente esta modalidad mántica (II 69).

[18] Cf. infra, I 10.

[19] Particularmente lagunas y argumentaciones poco convincentes.

[20] No sabemos hasta qué punto este deseo es sincero. Cabe la posibilidad de que el carácter confidencial que le otorga su autor fuese una especie de reclamo publicitario o, al menos, un expediente retórico para valorar la obra.

[21] Cf. Artemidoro, Il libro dei sogni a cura di D. DEL CORNO, Milán, 1975, pág. XXXI.

[22] Ya en esta época los prólogos y los epílogos son secuencias literarias muy estereotipadas, en las que menudean los tópicos, las fórmulas fijas y los recursos de toda índole.

[23] Esta afirmación tiene un particular significado en su caso, habida cuenta de su total entrega a la oniromancia. Pero, en realidad, no es más que un recurso retórico muy en boga entre los escritores de este período. Plinio el Viejo, Elio Aristides, Dión Casio y Menandro de Laodicea, entre otros, invocan una misma razón a la hora de coger la pluma. Cf. A. KAMBYLIS, Die Dichterweihe und ihre Symbolik, Heidelberg, 1965, pág. 106 y sigs.

[24] Cf. infra, II 70.

[25] De este orador se conservan unas disertaciones en las que se abordan temas filosóficos con un lenguaje amanerado y preciosista. Sobre esta identificación cf. CLAES BLUM, Studies in the Dream-Book of Artemidorus, Uppsala, 1936, pág. 23. Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a la profesora Fuencisla Velasco por haberme procurado un ejemplar de esta obra de difícil consulta en nuestras bibliotecas.

[26] Todos estos datos proceden del Proemio del libro I.

[27] Otro tópico más. Cf., por ejemplo, E. ARISTIDES, Discursos sagrados, I, 3.

[28] Particularmente en los Proemios de los libros I, II y IV.

[29] Los caldeos se sintieron muy atraídos por las artes adivinatorias y, en particular, por el estudio de los astros y del sueño como manifestaciones mánticas.

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