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Ateneo de Naucratis - Banquete de los eruditos Libros VI-VII

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Ateneo de Naucratis Banquete de los eruditos Libros VI-VII
  • Libro:
    Banquete de los eruditos Libros VI-VII
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    ePubLibre
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    0192
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Banquete de los eruditos Libros VI-VII: resumen, descripción y anotación

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LIBRO VI
Conversación entre Ateneo y Timócrates

222A Puesto que me reclamas una y otra vez cuando me encuentras, amigo Timócrates, lo que se dijo en el banquete de los eruditos, pensando que descubríamos alguna cosa novedosa, te recordaremos las palabras de Antífanes en su Poema, de este modo [PCG II, fr. 189]:

Bienaventurada composición es la tragedia

por todo, si es cierto que, para empezar, los argumentos

son bien conocidos por los espectadores,

B antes incluso de que nadie hable, de tal manera que sólo que sugerir

tiene el poeta. Pues si nombro a Edipo, ***

todo lo demás ya lo saben: su padre era Layo,

la madre, Yocasta; quiénes sus hijas, sus hijos,

qué va a padecer él, qué ha hecho. Si a su vez

se cita a Alcmeón, también sus hijos

todos se han mencionado ya, y que, enloquecido, mató

a su madre. Mas, irritándose, Adrasto al punto

llegará y de nuevo se irá ***

Después, cuando nada pueden decir ya,

C sino que se han quedado totalmente sin recursos en los sucesos trágicos,

alzan, como si de un dedo se tratase,

y para los espectadores es suficiente.

223A Nosotros, en cambio, no contamos con eso, sino que todo hay

que inventarlo: nombres nuevos ***

***, y luego lo que se ha tramado

antes, la situación actual, el desenlace,

el preludio. Y si omite uno solo de estos elementos

un Cremes cualquiera, o un Fidón, se le abuchea.

A Peleo, en cambio, le está permitido hacerlo, y a Teucro.

Dífilo, por su parte, en Los guardianes del olivar [PCG V, fr. 29]:

¡Oh tú, que vigilas y posees

el emplazamiento carísimo a los dioses del santuario de Braurón,

B doncella hija de Leto y Zeus que sometes con el arco!

Así hablan los trágicos, que son los únicos

que tienen licencia para decir cualquier cosa y hacerla.

Timocles el comediógrafo, hablando de que por muchas razones es útil para la vida la tragedia, dice, en Las mujeres en las Dionisias [PCG VII, fr. 6]:

Amigo mío, escucha, si algo he de decirte.

El hombre es una criatura penosa por naturaleza,

y muchas congojas comporta en sí la vida;

así que discurrió estos consuelos

C para sus preocupaciones; pues la mente, olvidada de las propias,

y fascinada ante el padecimiento ajeno,

se va del teatro complacida y edificada a la vez.

En efecto, respecto a los trágicos, fíjate en primer lugar, por favor,

en cómo le reportan provecho a todo el mundo. Pues el que es pobre,

cuando se entera de que Télefo se volvió

más miserable que él, sobrelleva ya la pobreza con más facilidad.

El que está enfermo, a su vez, ve a Alcmeón en medio de la locura.

Que uno padece de oftalmía: ciegos son los hijos de Fineo;

D que a alguien se le ha muerto un hijo: Níobe lo deja consolado;

que uno es cojo: ve a Filoctetes;

que un anciano es desafortunado: observa a Eneo.

En efecto, al darse cuenta de que todas las mayores desgracias

que se pueden padecer les han ocurrido a otros,

personalmente sobrelleva sus propias desdichas con más facilidad.

Pues bien, también nosotros, Timócrates, te devolvemos, que no te damos, los despojos de los «eruditos del banquete», según dice el orador de Cotoce. De eso precisamente se burla, haciendo un juego de palabras, Antífanes, en La pollita, de este modo [PCG II, fr. 167]:

A— El amo, a su vez, toda la herencia de su padre
la recobró según la cobró. B— Se hubiera complacido
si hubiese oído esta expresión Demóstenes.

Alexis, por su parte, en El soldado [PCG II, fr. 212]:

A— Ten esto

de vuelta. B— ¿Y qué es esto? A— El niño que cogí yo

de vuestra casa; vengo a devolverlo otra vez.

F B— ¿Cómo, no estabas decidido a criarlo? A— Pero es que no

es nuestro. B— Ni nuestro. A— Pero a mí me lo habéis dado

vosotros. B— Nada de que te lo hemos dado. A— ¿Entonces qué?

B— Te lo hemos devuelto. A— ¿Lo que a mí no me corresponde quedarme?

Y en Los hermanos [PCG II, fr. 7]:

A— ¿Pero les he dado yo algo a ésas? Dime.

B— No, pero sí se lo has devuelto, habiendo recibido una fianza de su parte.

224A Anáxilas, a su vez, en La hombría de bien [PCG II, fr. 8]:

A— También voy a dar las viejas. B— ¡Por la tierra! ¡Tú no es que

las vayas a dar, es que las vas a devolver! A— Y he aquí que salgo llevándolas.

Timocles, por su parte, en Los héroes [PCG VII, fr. 12]:

A— Así que ahora me mandas que dé a conocer cualquier cosa, menos

tus cualidades. B— Exactamente. A— Lo haré por ti.

Y, para empezar, dejará Demóstenes de estar

irritado contigo. B— ¿Quién? AEse Briareo

que se come las catapultas y las lanzas,

B un individuo que odia las palabras y nunca jamás

ha proferido antítesis alguna, sino que parece un Ares.

Así pues, de acuerdo con los poetas mencionados, también nosotros daremos cuenta de los acontecimientos que siguieron a los relatados anteriormente, «devolviendo, y no dando» lo que sigue.

Continuación del relato del banquete

Pues bien, se nos acercaron a continuación unos esclavos trayendo una enorme cantidad de pescados marinos y lacustres en fuentes de plata, de manera que nos quedamos asombrados en medio de aquella riqueza y magnificencia; pues poco le faltó para comprar hasta las Nereidas. Uno de los parásitos y C aduladores).

Los pescaderos griegos

Y es que los pescaderos de Roma no se quedan muy atrás de los que en otro tiempo fueron caricaturizados a lo largo del Ática. Sobre ellos dice Antífanes, en Los muchachos [PCG II, fr. 164]:

Yo hasta ahora creía que las Gorgonas

eran una leyenda. Pero cada vez que voy

D al mercado, me convenzo de su existencia. Pues al mirar allí

a los pescaderos, me quedo de piedra al instante.

De manera que por fuerza tengo que hablarles

con la cara vuelta hacia otro lado, porque si veo de qué tamaño

es el pescado que tasan tan caro, me quedo tieso seguro.

Anfis, a su vez, en El vagabundo [PCG II, fr. 30]:

Es mil veces más fácil acercarse a los generales,

que le juzguen a uno digno de consideración

y obtener respuesta a lo que se les pregunta, que

a los malditos pescaderos en la plaza.

E Si alguien coge alguna mercancía de las que están expuestas

y les pregunta, < el hombre > se agacha y, como Télefo,

primero calla —y eso sí que con razón;

porque todos son unos asesinos, en una palabra—

y, como si no estuviese prestando atención y no hubiera oído nada,

se dedica a majar un pulpo. Al otro se le hinchan las narices***

*** y entonces, sin pronunciar enteras

las palabras, sino comiéndose alguna sílaba, < responde > «’atro

óbolos ’erían». «¿Y el espetón?» «’cho ’bolos».

¡Tales son las cosas que tiene que escuchar el que les compra algo!

F Alexis, en El enfermo de glaucoma [PCG II, fr. 16]:

Cuando veo a los generales con las cejas

enarcadas, pienso que lo que hacen es indignante,

mas en absoluto me asombro de que quienes han sido objeto de especial honor

por parte de la ciudad sean un poco más engreídos que el resto.

Pero es que cuando veo a los pescaderos, que mueran de la peor muerte,

mirando hacia abajo, pero con las cejas

en lo alto de la coronilla, me dan sofocos.

Y si les preguntas: «¿A cuánto vendes los espetones

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