Carlos Goñi - Las narices de los filósofos
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- Libro:Las narices de los filósofos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2018
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Las narices de los filósofos: resumen, descripción y anotación
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Las narices de los filósofos — leer online gratis el libro completo
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A Pilar
Los filósofos meten las narices en los temas más variopintos, son como sabuesos que se inmiscuyen en todos los asuntos humanos y divinos. Se presentan allí donde nadie los llama como impulsados por un oculto deseo, ese hormigueo intelectual que Platón llamaba «eros». Casi siempre vienen a aguar la fiesta, a resquebrajar nuestras seguridades o a ponerlo todo patas arriba.
Este libro toma como punto de partida las inquietas narices de los filósofos para proponernos un paseo por la historia del pensamiento a través de la vida y obra de cincuenta sabios imprescindibles, cuyas aportaciones filosóficas han cambiado nuestra visión del mundo.
De Tales a Vattimo, pasando por Sócrates, Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Maquiavelo, Descartes, Hume, Kant, Hegel, Kierkegaard, Marx, Heidegger, Ortega y Gasset, Unamuno, Sartre, Wittgenstein, Popper… y así hasta cincuenta pensadores esenciales, de los que Carlos Goñi desgrana sus contribuciones a la historia de la filosofía. Y al final de cada capítulo nos regala algunas anécdotas especialmente significativas y recomendaciones de lecturas «para meter las narices» más a fondo en sus vidas y en sus obras.
Carlos Goñi
Una historia de la filosofía a través de 50 pensadores esenciales
ePub r1.4
Titivillus 28.01.18
Título original: Las narices de los filósofos
Carlos Goñi, 2008
Ilustraciones: Joan Oriach
Editor digital: Titivillus
Corrección de erratas: JackTorrance
ePub base r1.2
CARLOS GOÑI ZUBIETA. Nacido en Pamplona en 1963, es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Compagina la docencia con una intensa creación literaria. Su obra abarca temáticas diversas como filosofía, historia antigua, mitología o educación, y diferentes géneros: ensayo, divulgación, novela o autoayuda. Entre sus últimas publicaciones, destacan: El filósofo impertinente (2013), Crecer en felicidad (2013), Cuéntame un mito (2012), Cuéntame una historia (2011), Las narices de los filósofos (2008), Una de romanos (2007). Junto a su esposa, Pilar Guembe, ha escrito libros sobre educación de los hijos, como Educar sin castigar (2013), Aprender de los hijos (2012) o No me ralles (2007). Galardonado con el Premio de Ensayo Becerro de Bengoa (2010) y el Premi de Filosofía Arnau de Vilanova (2005).
Por contemplar las estrellas se dejó las narices en el suelo
El primero en meter las narices en asuntos filosóficos, y dar con ellas en el suelo, fue Tales de Mileto. Allá por el siglo VI antes de nuestra era, vivió un sabio tan preocupado por las órbitas de los astros que siempre andaba contemplando el cielo. Ocurrió una noche, como era de esperar, que iba abstraído en sus meditaciones celestes y celestiales cuando tropezó involuntariamente. El traspié le hizo caer en el hoyo preparado para plantar un árbol. Cuentan que una criada tracia que tenía se rió de él sin mesura. El pobre Tales, buscando respuestas en las alturas, se dejó las narices en el suelo. Pero, curiosamente, el busto que nos ha llegado de él no tiene la nariz rota, como en muchos otros, sino firme y bien plantada, dispuesta a llegar al fondo de todas las cosas, aun que se interponga el duro suelo en su camino.
Desde que ocurrieron los hechos que he referido, los filósofos tienen fama de despistados. La desenfadada anécdota de Tales los ha delatado. Viven pendientes de un mundo que no es éste, como suspendidos en las alturas, donde buscan la razón de todo, el porqué de lo que ocurre, lo que hay detrás de lo que hay. Como el niño curioso que busca detrás del telón el origen de las voces y del movimiento de las marionetas, del mismo modo, los seguidores del de Mileto indagan las causas de todo lo real.
Para aquel viejo sabio, mirar tras el telón era sinónimo de buscar una archè, un origen o principio de todo. Es decir, que meter las narices significaba indagar qué elemento material, qué archè, entra en la composición de todas las cosas. Elegir un principio de todo suponía un gran atrevimiento; suponía, nada más y nada menos, el convencimiento de que un simple humano podía conocer los secretos del universo. No importaba tanto cuál sería ese principio —eso era lo de menos—; lo esencial consistía en pensar como si todo se originase de un solo elemento. ¡De qué forma tan simple nació la filosofía!
A Tales se le ocurrió que el principio de todo, el elemento común a todas las cosas, era el agua. Esta idea tan simple, que nos ha llegado bajo la fórmula, también muy simple, «todo es agua», genera un pensamiento original, fundamental, filosófico. Esta fórmula tan escueta refleja una concepción del mundo, una forma de explicar la pluralidad y el cambio que observamos en la naturaleza, un modo de entender la realidad. La pregunta que surge inmediatamente es ésta: ¿qué clase de mundo podemos esperar si todo procede del agua?
No un mundo acuoso (eso sería muy poco filosófico), sino un mundo lleno de vida. El agua es vida y transmite vida. Tales imaginaba una realidad cambiante, dinámica, activa, como flotando sobre agua, porque se trata de una realidad viva. «Todo es agua» significa que todo está vivo. Y la vida se caracteriza por mantenerse viva. De esta forma, obtenemos la visión de un mundo que lucha por mantenerse. Esa lucha produce, como es lógico, heridas, quiebras, despojos, pero siempre acaba venciendo.
La quietud se presenta como la finalidad que sólo se halla en las alturas, en el cielo estrellado, regido por un movimiento uniforme, por una armonía imperecedera. Allá arriba está el firmamento, lo firme, lo que no cambia, lo que permanece inalterable a la lucha que aquí abajo libra la vida por mantenerse. Al filósofo no le queda otro remedio que mirar hacia lo alto, aun a riesgo de tropezar con el suelo. Así que se puede decir que, por contemplar el firmamento, Tales vio las estrellas.
El tropezón de Tales no es, por tanto, una simple anécdota, sino algo esencial al espíritu de la filosofía. Buscar lo firme, lo imperecedero, lo inmutable, constituye la tarea del filósofo. Esta misión requiere meter las narices muy a fondo, incluso dejarse las narices en el intento. Pero vale la pena intentarlo. Tras el primer tropiezo, el filósofo descubrió que lo que permanece es el agua, es decir, la vida.
Pero ¿por qué la vida permanece? Porque, aunque aparece en el mundo, no pertenece al mundo. La vida viene de allá arriba, del hogar de las estrellas, del firmamento que observaba encandilado el primer filósofo. La vida es, en ese sentido, «divina». Por eso, dicen que Tales decía: «Todo está lleno de dioses». La naturaleza entera, los hombres, los animales, las plantas, las montañas, los ríos, los mares y las piedras, tienen vida, están traspasados por lo divino, por la humedad primigenia que los vivifica, que los mantiene en su ser. Estar lleno de dioses, o de
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