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Samuel Pepys - Diario: 1660-1669

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Samuel Pepys Diario: 1660-1669
  • Libro:
    Diario: 1660-1669
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    ePubLibre
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    1825
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SAMUEL PEPYS Londres 1633-1703 era hijo de un modesto sastre londinense - photo 1

SAMUEL PEPYS (Londres, 1633-1703), era hijo de un modesto sastre londinense, pero su parentesco con Sir Edward Montagu, futuro lord Sandwich, le permitió colocarse en un puesto oficial e iniciar desde allí una carrera de funcionario que habría de colmarlo de honores. Llegó a ocupar el cargo de Secretario del Almirantazgo, fue miembro del Parlamento y Presidente de la Real Sociedad. A los veintisiete años comienza la redacción de su diario y lo termina diez años después, obligado por una enfermedad de los ojos que amenaza con hacerle perder la vista. Pepys era un hombre inteligente, estudioso, lleno de una gran ambición y cargado de muchas y muy profundas debilidades. Poseía dos innegables virtudes: la sinceridad ante sí mismo y la capacidad de trabajo. Le interesaban todas las manifestaciones de cultura: la música, la pintura, la literatura, el teatro. Dominaba varias lenguas, vivas y muertas. Tocaba el laúd y componía pequeñas obras. Pero, simultáneamente, y con igual entusiasmo le atraían el dinero, las mujeres, los halagos, el vino y la buena mesa. Los diarios de Sammuel Pepys, constituyen una oportunidad única para contemplar la Inglaterra de su tiempo, y fueron redactados con un sistema de tipografía inventado en 1620 por Shelton, un oscuro profesor londinense. Probablemente si Pepys no hubiese dispuesto de este sistema encriptado de escritura hubiera contenido su sinceridad evitando estampar nombres y sucesos que, de ser conocidos por sus contemporáneos, podrían haberle costado la carrera o la vida. Por eso, sus diarios, una obra cumbre de la literatura ingles, permanecieron inéditos hasta 1825, fecha en que el reverendo John Smith acometió la transcripción, labor que le llevó tres años.

Título original: Diary

Samuel Pepys, 1825

Traducción: Joaquín Martínez Lorente

Editor digital: Titivillus

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INTRODUCCIÓN LO ÚNICO Y LO NORMAL Es decir la posibilidad de hablar de un - photo 2
INTRODUCCIÓN
LO ÚNICO Y LO NORMAL

Es decir, la posibilidad de hablar de un hombre único que en un momento único produjo un documento único, aunque el documento en cuestión no deje de ser, después de todo, un sistemático resumen de actividades cotidianas, con más rutinas que novedades, nada excepcional.

Y quizá lo segundo no contradice ni combate, sino apoya y alimenta a lo primero. Robert Louis Stevenson, brillante crítico además de escritor de éxito, explotó esa línea paradójica al concentrar su atención en la «incomparable» extrañeza de la existencia de este libro y en el peculiar logro de quien lo escribió: convertirse en una «figura sin paralelo en los anales de la humanidad? Podríamos apuntar una fórmula breve, la del triunfo de la autenticidad sobre la invención, pero es quizá más sensato desglosar y distinguir, lo que en este caso significa aludir, la confluencia infrecuente de tres (y si afinamos, cuatro) rasgos, la conjunción de los cuales produce un deslumbrante efecto.

Los dos primeros rasgos aluden a cualidades personales proyectadas en el texto, como la sinceridad y la dedicación. Sobre la sinceridad trataré con más detalle en el primer apartado de esta Introducción. El segundo rasgo se concreta en la admirable energía y determinación, tanto en lo intenso como en lo extenso, que se requieren para llevar a cabo una obra así: tan asombrosa es la voluntad de Samuel Pepys de gastar tantas fuerzas en la madrugada escribiendo, tras jornadas típicamente extenuantes, como la regularidad en esa entrega, pues apenas deja pasar unos pocos días sin anotar en tantos años de vida. En los tremendos recorridos diarios registrados se mezclan y confunden asuntos públicos y negocios particulares, diversiones de tres o cuatro tipos distintos, gestiones domésticas y relaciones sociales cuya contemplación puede producir agotamiento a más de un lector.

Para el tercer y cuarto rasgo cabe usar una etiqueta común, la de imprevista oportunidad, aunque dos formas son distinguibles: la cercanía al poder y la ocasión de asistir a determinados hechos históricos de legendario calado. Samuel Pepys adoptó la «absurda» pero afortunada decisión de poner toda su vida por escrito, sin explicar por qué o para qué, un día de Año Nuevo de 1660. En aquellos momentos era un empleado del Tesoro Público de la tambaleante República parlamentaria inglesa, tenía casi veintisiete años y nada hacía presagiar su impresionante ascenso, la inclusión de su nombre en la historia, consecuencia de una feliz coincidencia de factores propicios ajenos y de enchufe personal. Tampoco era previsible el cúmulo de movimientos políticos (la Restauración monárquica, la consolidación de la política de facciones y partidos); fenómenos sociales y culturales (la fundación de la Royal Society, la reapertura de los teatros, la aparición de ámbitos modernos de relación social, como los cafés, el surgimiento de hábitos de consumo como el té y el chocolate); incidentes militares (guerras con Holanda) y catástrofes públicas (la plaga y el incendio de Londres) y privadas (sus infidelidades descubiertas y sus problemas de salud) que seguirían, y que vería con sus propios ojos.

Y como vino, se fue: convertido en un muy respetado y opulento alto cargo de la Armada con aspiraciones de convertirse en parlamentario, decidió abandonar el Diario por las dificultades que le provocaba el esfuerzo en su mala visión y su temor a quedarse ciego si persistía, privándonos del espectáculo de forma tan sorpresiva como se nos había concedido la posibilidad de contemplarlo al principio. «Solo» eso es «todo» lo que contiene el Diario: un retrato de una persona y un tiempo que supera en capacidad descriptiva, riqueza y autenticidad a las mejores novelas e historias (y, por supuesto, a las novelas históricas).

[1]

… no consigo dominar mi naturaleza, que valora el placer por encima de todas las cosas…

Empecemos especulando sobre los motivos que se tienen para escribir un diario como este, que es tanto como hablar de la actitud ante la vida del autor. Cuando Samuel Pepys anota la confesión anterior (9/3/1666), está pensando en los remordimientos que le produce haber pasado una velada cantando con una buena (y atractiva) amiga después de una tarde completa esquivando el trabajo, para admitir a continuación: «Ante la música y las mujeres no puedo hacer otra cosa que ceder». Aunque estas dos ocupaciones placenteras son importantes en su vida, un necesario ejercicio de abstracción nos posibilita entenderlas como manifestaciones superficiales o parciales (al igual que el teatro, la lectura, la conversación, la ciencia) de otra fascinación que nos permite comprender mejor algo tan extraño como el Diario. La pista la ofrece de nuevo un apunte de Robert Louis Stevenson: «Para él, él era más interesante que Moisés o Alejandro». Esta fascinación o curiosidad por todas las cosas que desfilaban ante él y se añadían a su vida explica tanto la existencia del Diario como su factura: solo alguien con un invencible sentido de la excepcionalidad de su propia existencia, del valor insuperable de cada momento vivido, es capaz de acometer un esfuerzo documental así. Parte del secreto del Diario puede radicar en esa voluntad que se adivina al escribirlo, en el tremendo, superior placer de repetirse en el texto como protagonista de su propia vida. El éxito de un libro como este será quizá posible únicamente si se mantiene una actitud de admiración y curiosidad ante el mundo que solemos considerar «impropia» en casos como el suyo, porque la asociamos con la infancia: un espectador aburrido o rutinario produce un documento aburrido, pero a este espectador no le aburre ni su vida ni el contarla, e incurre en el disfrute de los placeres, de las experiencias placenteras con el mismo deleite con el que afronta su relato diario.

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