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Pilar Urbano - La Reina

Aquí puedes leer online Pilar Urbano - La Reina texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1996, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Pilar Urbano La Reina
  • Libro:
    La Reina
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1996
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La Reina: resumen, descripción y anotación

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Este libro nace de un deseo de la Reina de España Quiero que los españoles me - photo 1

Este libro nace de un deseo de la Reina de España: «Quiero que los españoles me conozcan». A esa tarea se aplicó Pilar Urbano a partir de una serie de entrevistas que mantuvo con Su Majestad Doña Sofía a lo largo de un año y medio. Se trataba de acercarse a la Reina y, levantando el velo de lo regio, descubrir a la mujer: Sofía de Grecia y España. Eso es lo que ha conseguido Pilar Urbano con La Reina.

Lo que convierte este libro en un documento excepcional es que la Reina cuenta en él, con viveza, profundidad y también un gran sentido del humor, siempre con su propio acento y en primera persona, los episodios más importantes de su vida. Aquellos tiempos «cuando no éramos nadie», como dice ella misma. Su encuentro y noviazgo con «Juanito, el chico de los Barcelona, guasón y gamberro, pero con la mirada triste». El momento de la coronación, cuando «todavía estaba todo por pasar». El difícil oficio de reinar.

Otros muchos testimonios enriquecen estas páginas. Los de las princesas Irene y Tatiana, el del rey Constantino y, sobre todo, el del propio Rey de España, Juan Carlos I.

La Reina no es un libro más sobre doña Sofía; es el retrato en cuerpo y alma de una gran reina, una gran señora y una gran mujer.

Pilar Urbano La Reina ePub r10 jandepora 121114 Pilar Urbano 1996 - photo 2

Pilar Urbano

La Reina

ePub r1.0

jandepora 12.11.14

Pilar Urbano, 1996

Fotografía de portada: © Juan Carlos de Borbón y Borbón

Forografías interiores: Casa Real de España (fotos cedidas en exclusiva); Enrique Meneses; EFE; Contifoto; Zardoya; archivo Plaza & Janés

Editor digital: jandepora

ePub base r1.2

El rey no gobierna pero reina La reina no gobierna y no reina pero es la - photo 3

El rey no gobierna, pero reina.

La reina no gobierna y no reina;

pero… es la mano que cuida del trono.

AGRADECIMIENTOS

A Su Majestad la reina Sofía, que me dio su confianza y su tiempo. Sin ella, yo no hubiese podido ni querido hacer este libro.

A Su Majestad el rey Juan Carlos y a Su Majestad el Rey Constantino II de Grecia, que me recibieron y me hablaron de la reina.

A sus Altezas Reales Irene de Grecia y Tatiana de Radziwill, que me contaron tantas pequeñas y grandes cosas.

A Laureano López Rodó, Carmen Iglesias, Montserrat Caballé, Carmen Alborch, Cristina Alberdi, Gustavo Suárez Pertierra y Federico Mayor Zaragoza, que me han facilitado una valiosa información de sus propias vivencias cerca de la reina.

A las personas de la Casa de Su Majestad, que supieron hacerme inverosímiles huecos de la llenísima agenda de la reina.

A Amparo Zapatero, que fue discreta y eficaz intérprete con alguno de mis interlocutores.

Y, como siempre, al lector que toma este libro en sus manos y me da la atención de su lectura.

La autora

I

Antiquam ex quirite matrem.

VIRGILIO, Eneida.

Me lo acaban de advertir abajo, en el control, pero aun así me sorprende. No esperaba encontrármela ahí, de pronto, en una revuelta del camino. Quieta en el arcén. Más que quieta, inmóvil. Piso levemente el freno. Pero llevo el coche muy acelerado, así que meto doble embrague y reduzco a tercera, a segunda… Tan azarada estoy —más que nada, porque vengo viendo varias señales rojas y blancas de prohibición, con un 40 como una casa—, que desearía tragarme en dos bocanadas toda la descarga de reprís del motor. La aguja del velocímetro baja, desplomada, a 70, a 50, a 20… Respiro. Todavía avanzo un tramo más, muy lentamente. Ella no se mueve. Me mira, de lejos, como si estuviese esperándome. ¿Cuánto tiempo llevará ahí? Ahora son las cinco menos diez de la tarde. La luz del sol de julio, cruda, blanca, casi cenital, platea su silueta y me la confunde con la arboleda. Siempre se me olvidan las gafas de sol. Estaremos a unos cien metros. Dudo si hacerle una señal con el claxon o con las luces. Una señal, para que sepa que la he visto. Pero no me atrevo. Me parece que el solo runruneo del motor, rompiendo el silencio de la siesta, es ya una injerencia en casa ajena. Más: como cuando, en mis tiempos de colegiala, hacía incursiones olisconas y temerarias por la zona de clausura de las monjas. También ahora, me siento invasora y forastera en un coto de privacidad improfanable, y sin embargo indefensa. Esta impresión ya la he experimentado alguna otra vez, recorriendo este mismo trayecto de asfalto, por entre el bosque de pinos, de hayas y de encinas que va desde el control de la Guardia Real, abajo, en Somontes, hasta el palacio de La Zarzuela.

La idea de tocar el claxon o de hacerle un guiño de luces largas es más bien para salir del desconcierto. No sé ni qué tengo que hacer yo, ni qué piensa hacer ella. Sigo acercándome despacio, fingiendo naturalidad, sin dejar de observarla. Realmente es alta, esbelta y elegante. Majestuosa. Como una estatua de sí misma.

Cuando llego a donde ella está, detengo el coche. Me llaman la atención sus ojos, grandes y bellísimos. Y su mirada suave, pero altiva. No pestañea. Me mira fijamente. Pienso: «Está claro que, de las dos, es ella la que domina la situación». Apoyada en el volante, le sonrío. Incluso inclino levemente la cabeza, como un saludo. Espero. No hace ademán de nada. Sabiendo que no puede oírme, le digo: «¡Qué! ¿Haciendo autostop por tus dominios? ¿O sólo quieres cruzar al otro lado? Bien… te cedo el paso, pero ¡decídete de una vez!» Y me acuerdo de algo que relata la reina Federica de Grecia en sus Memorias: durante el crucero de las familias reales a bordo del Agamemnon, todo funcionaba de maravilla, según ella lo había previsto. Todo, excepto un pequeño pero irresoluble problema: había tantas reinas a bordo, y eran tan correctas unas con otras, que, si coincidían al llegar ante una puerta, podían estarse allí un largo rato, cediéndose el paso recíprocamente, sin querer cruzar ninguna antes que las demás.

Meto la primera y acelero con ímpetu, para salir de una vez de tan estúpido impasse. Y, justo en ese momento, la cierva se arranca en un salto inverosímil: una acrobacia horizontal, atravesando la carretera de lado a lado. Veo su cabeza, sus lomos y sus patas, por los aires, a un palmo de mi parabrisas. Y noto la estridencia metálica cuando me araña todo el capó con sus pezuñas traseras. En efecto, ahí quedará la huella, como una cenefa extraña, de muy difícil comprensión para el tomador de mi seguro de vehículos. Sigo mi ruta, carretera arriba. Tengo audiencia con la reina. Sabe que me gustaría escribir un libro sobre ella y ha accedido a recibirme. Nadie me ha dicho si ésta va a ser la primera de una serie de conversaciones, o si va a ser la única. Quizá ni ellos mismos lo sepan. Su secretario, el coronel José Cabrera, me ha dejado caer una advertencia muy orientadora: «Conociendo a la reina, creo que de este encuentro puede depender que cuentes o no cuentes con su ayuda para tu libro. Es muy celosa de su intimidad. Si pisas un terreno en el que no admite que se inmiscuya nadie, lo notarás enseguida: no te dirá nada, pero cambiará de expresión, o hablará de otra cosa. Si logras que, sin sentirse forzada, se te confíe, entonces ella misma tendrá interés en contarte tal, en aclararte cuál, en abrir sus cajitas y buscar fotos, cartas…»

Me hace gracia lo de «sus cajitas». En realidad, ¿quiero escribir ese libro? No lo sé. La reina, como personaje, me atrae. Provoca mi curiosidad. Me interesa. Y hace años que vengo observándola de lejos.

Empezó a interesarme durante un viaje al País Vasco. Aquel dificilísimo primer viaje, en febrero de 1981. Adolfo Suárez acababa de dimitir. La Presidencia del Gobierno estaba vacante. ETA asesinaba con más ensañamiento que nunca. Y los militares golpistas ultimaban los detalles de su asonada.

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