Chris Stewart - El loro en el limonero
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- Libro:El loro en el limonero
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2002
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El loro en el limonero: resumen, descripción y anotación
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El loro en el limonero — leer online gratis el libro completo
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Las vidas de Chris, Ana y su hija Chloë continúan en su cortijo El Valero. Un loro algo misántropo se colará en la familia, la chica lleva adelante su vida escolar en el pueblo, montan el teléfono, los vecinos siguen con sus algo locas historias de amor y pendencias, y de golpe descubren que su amado valle quizás esté una vez más bajo la amenaza de ser sumergido por la construcción de una presa.
Al mismo tiempo comienza la vida literaria de Chris y, tras el éxito de su primer libro, Entre limones, los periodistas hacen el sendero del aislado cortijo hasta golpear inesperadamente su puerta y él hace recuento de su anterior vida: los duros tiempos en que iba a esquilar ovejas a Suecia (cruzando mares helados para llegar a remotas granjas); su primera toma de contacto con España para aprender a tocar la guitarra flamenca a los 20 años; o su ilustrísima carrera musical, primero como batería de un grupo escolar llamado Genesis (expulsado a los 17 años, nunca hubiera podido ser un Phil Collins) y con su paso por el circo de sir Robert Fossett. Nuevos e irresistibles episodios de una historia entre limones.
Chris Stewart
ePub r1.1
Titivillus 15.09.15
Título original: A parrot in the pepper tree
Chris Stewart, 2002
Traducción: Alicia de Benito Harland
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
CHRIS STEWART (Faygate, Horsham Sussex, Reino Unido, 1951). Fue batería del grupo musical inglés Genesis. Había sido invitado al puesto de batería por Peter Gabriel que iba a la misma escuela que Stewart en 1967. La banda, al principio, estaba guiada por Jonathan King, que hacía las veces de mentor, manager y productor. Incluso fue el que les puso el nombre definitivo al grupo. La formación que lograría grabar el primer single estuvo compuesta por Peter Gabriel, Tony Banks, Anthony Phillips, Mike Rutherford y el propio Stewart.
Tras el segundo single Chris salió de la banda por petición de King y del resto de los miembros de la misma, que consideraban a Chris un batería deficiente. Peter Gabriel llegó a afirmar que Stewart «no era precisamente una máquina de seguir el ritmo».
Continuó con sus estudios. Su carrera en Genesis había sido una diversión y aprovechó la oportunidad.
Los siguientes veinte años los pasó tocando en el circo de sir Robert Fossett, esquilando ovejas en Suecia y trabajando en una granja de Sussex. Después viajó hasta China con el propósito de escribir una guía turística de viaje. También hizo un curso de aviación consiguiendo la licencia de piloto en Los Ángeles. Finalmente logró realizar su sueño, mudarse con su esposa Ana a un cortijo llamado «El Valero» en la ladera sur de Sierra Nevada, Granada, en España, donde residen actualmente junto con su hija Chlöe. En este lugar ha escrito su best seller Entre limones.
Esta obra fue publicada en el Reino Unido en 1999 con el título Driving Over Lemons: An Optimist In Andalucia, y también ha sido impresa en español. Es el relato de las experiencias del autor en España. Es divertido, dulce, extraño pero que deja un gusto indescriptible.
En las elecciones municipales españolas del 27 de mayo de 2007, Stewart se presentó a concejal en la lista de Los Verdes del municipio donde reside, Órgiva (Granada), en las que esta candidatura obtuvo un solo representante (201 votos o aproximadamente el 8% de los sufragios).
Su estilo desenfadado y divertido, acorde con su visión de sí mismo como «un optimista nato», le ha valido el reconocimiento de ser algo más que uno de los cientos de hippies de origen anglosajón que pueblan el citado municipio granadino.
[1] En sueco en el original. En inglés existe la palabra overnight, de la misma raíz. (N. de la T.)
[2] Los ingleses utilizan goodbye solo como fórmula de despedida. (N. de la T.)
[3] Medida habitual de cerveza en el Reino Unido que equivale a 0,5683 l. (N. de la T.)
[4] Personaje de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, que habla con voces extrañas para confundir a los piratas mientras buscan el tesoro. (N. de la T.)
[5] Un personaje del cuento infantil de Kenneth Grahame El viento en los sauces, muy popular en el Reino Unido; Sapo es impulsivo y se apasiona por una serie sucesiva de actividades. (N. de la T.)
E ra noche cerrada y ya llevaba seis largas horas conduciendo por una carretera helada que, semejante a un túnel, atravesaba los bosques nevados del norte de Suecia. Encorvado sobre el volante y con el cuerpo entumecido, escudriñaba la monotonía de los pinos y de la nieve a través del lúgubre haz de los faros. Uno de ellos ya se había apagado y pasado a mejor vida tras luchar en vano contra el azote del hielo y una temperatura de veinticinco grados bajo cero, y más allá del pálido haz de luz de su compañero y del mortecino resplandor verde del salpicadero se extendía una negrura ilimitada. Hacía ya más de una hora que no me había adelantado ningún coche, y ni siquiera se veía el brillo de una farola entre los árboles. Los campesinos suecos tienen la curiosa costumbre de dejar una luz encendida en la ventana toda la noche para animar al viajero que por allí pasa, pero durante muchos kilómetros lo único con que me había encontrado había sido la negrura profunda de un cielo tachonado de estrellas y un frío fulminante. Envuelto en la cálida y cargada atmósfera del interior de mi Volvo de alquiler tenía la sensación de encontrarme más alejado de mis semejantes de lo que jamás hubiera creído posible.
La radio no servía de mucha ayuda. La única emisora que había conseguido captar parecía estar totalmente dedicada a piezas de acordeón y violín para baile, el tipo de música sobria y alegre que podría escucharse en el funeral de un perro famoso. Así pues, para mantenerme despierto me puse a practicar chino mandarín, que llevaba años intentando aprender. Contar en voz alta —yi, er, san, si, wu— es una buena manera de acostumbrarse a los tonos, pero además me ayudaba a olvidar lo increíblemente solo que me sentía. Cada vez que llegaba hasta cien más o menos, dejaba volar mi imaginación para retornar a mi casa de España: el sol iluminando un bancal de naranjos y limoneros, mi mujer, Ana, y yo tumbados en la hierba mirando hacia arriba por entre las hojas con los ojos entrecerrados, mientras nuestra hija, Chloë, le arrojaba palos al perro… y entonces sentía una punzada de añoranza que casi me producía un dolor físico, con lo que volvía a comenzar: yi, er, san, si, wu…
Al llegar por tercera vez a sesenta y tantos, el motor del coche empezó a hacer de las suyas. Cada pocos minutos su zumbido continuo era interrumpido por una serie de preocupantes toses y vibraciones, y el vehículo se ponía a traquetear hasta alcanzar un climax de demenciales sacudidas. Entonces el motor se calmaba de nuevo y reanudaba su zumbido habitual.
Cada vez que esto sucedía me asaltaba la vivida imagen de mi propia muerte por congelación. Con el aire del exterior a veinticinco grados bajo cero no sería preciso mucho tiempo. La calidez de la cabina se desvanecería en unos diez minutos. Eso me daría justo el tiempo suficiente para sacar la ropa de la bolsa y ponérmela toda encima, coronando la operación con el enorme abrigo de lona y piel de borrego —treinta euros en la tienda de excedentes del Ejército sueco—, unas gruesas manoplas y un gorro de lana. El calor de mi cuerpo calentaría el conjunto desde dentro durante aproximadamente media hora tras lo que, en virtud del proceso habitual de intercambio termodinámico, la inmensa masa de aire frío invadiría la diminuta masa de calor de mi persona y la anegaría. Dar saltos, correr en parada o hacer alguna actividad de este tipo prolongaría un poco más las chispas de calor, pero había leído en algún sitio que no se debe abusar de esas cosas. Sin embargo, no podía recordar bien qué era lo que se entendía por abusar.
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