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Daniel Cosío Villegas - Obra literaria

Aquí puedes leer online Daniel Cosío Villegas - Obra literaria texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1998, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Daniel Cosío Villegas Obra literaria

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Título original: Obra literaria

Daniel Cosío Villegas, 1998

Imagen de portada: Fragmento de un mural de Fanny Rabel, México, 1952. Colección privada

Fotografía de portada: Sergio Toledano

Editor digital: IbnKhaldun

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Daniel Cosío Villegas la literatura como vocación primera La celebridad la - photo 1

Daniel Cosío Villegas: la literatura como vocación primera

La celebridad, la gloria y el aporte mayúsculo de Daniel Cosío Villegas fueron la historia y la economía. Adyacentes a ellas, el servicio diplomático, la dirigencia institucional y el esplendor editorialista. Pocos saben de su trayectoria literaria de esos primeros años, cuando Daniel Cosío Villegas, oficiante de la literatura, buscaba por esos rumbos precisar, fijar su inclinación certera, su apego verídico, su profesionalismo.

En sus Memorias vemos aparecer a menudo a sus maestros y amigos, algunos mayores que él, otros más jóvenes, que contribuyeron a sus inicios literarios. Así desfilan Erasmo Castellanos Quinto, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Genaro Estrada, Jaime Torres Bodet, Manuel Toussaint, quien de paso y antes de transformarse en historiador de arte fue cuentista y poeta.

Cosío, en esa misma obra, que como todas las que se elaboran por el recuerdo tiene imprecisiones, nos cuenta de sus primeras publicaciones literarias cuando era jefe del Departamento de Acción Social de la Federación de Estudiantes del Distrito Federal:

La verdad de las cosas es que no debieron ser muy brillantes mis actividades, ya que ahora apenas recuerdo tres. La primera, que pronto me lancé a publicar una revista mensual donde pretendía presentar las mayores aflicciones de los estudiantes, pero también buenas piezas literarias… por ejemplo, los primeros cuentos que escribí y que firmaba con el seudónimo de «Fra Angélico» y después «Dacovi», éste formado obviamente con la primera sílaba de mi nombre y de mis dos apellidos.

Es indudable que esa revista tuvo que haber sido Acción Estudiantil. Revista de Ciencia, Arte y Filosofía aparecida en 1920, que era el «Órgano de Publicidad de la Federación de Estudiantes de México». El directorio, encabezado por Cosío Villegas, lo componían los secretarios de redacción Samuel Ramos y Francisco Callejo y el administrador Ranulfo R. Ortega.

Acción Estudiantil conjugaba ya el espíritu de una generación brillante que fue en un determinado momento el pensamiento conductor de la cultura nacional y convocó a la vez un espíritu juvenil, activo, con personalidades afianzadas, con dirigentes sobresalientes de la historia, de la diplomacia, de las letras y la política mexicanas.

En sus Memorias Daniel Cosío Villegas nos dice:

le pedí a Pedro [Henríquez Ureña] su fórmula para transformarme en escritor. Lo primero, me dijo, era tener un verdadero, un profundo interés en serlo, ya que sin ese requisito, todo se reduciría a arar en el desierto. Llenado, la cosa era bien sencilla: leer despacio, con cuidado, el Platero y yo y varias obras de Azorín. Advertir que estos dos maestros construían frases breves y sencillas, con pocos o ningún calificativo, y siempre usando la fórmula de sujeto, verbo y predicado.

… No sé quién me aconsejó ir a Uruapan, donde tendría una quietud, de hecho una soledad conventual, además de poder alojarme en la famosa Finca Ruiz, donde nace el Cupatitzio y más tarde la famosa Tzararacua. Mientras llegaba el momento de partir, leí y releí a Juan Ramón y a Azorín, de modo que ya en el vagón del ferrocarril que me llevaría primero a Morelia y después a Uruapan, fui tomando notas que llegaron a ser las primeras páginas de las Miniaturas mexicanas. En cuanto las pasé a máquina, se las mandé a Pedro con el ruego de leerlas indulgentemente.

No me contestó, pero supe después que se las envió en seguida a Alfonso Reyes, que en Madrid publicaba la preciosa revista Índice.

No pasó mucho tiempo sin que Pedro recibiera dos ejemplares de la revista donde aparecieron mis primeras páginas literarias, más un recado manuscrito de Alfonso, donde me decía que ellas me habían colocado en la primera fila de una nueva generación literaria que sin duda estaba cuajando en México. Más tarde hice una estrecha amistad con Alfonso Reyes, y pude advertir que había pasado por dos etapas en esto de acusar recibo de libros y artículos. La primera, que a mí me tocó, de un elogio encendido, y por eso poco o nada visible; y la segunda, mucho más discreta, en que le decía al autor que ya se disponía a leer con vivo interés la producción enviada, sin transmitir después el juicio sobre una lectura que no pensaba hacer nunca. Más tarde me enteré de un detalle curioso: Alfonso le escribió a Pedro al mandarle esos dos ejemplares de Índice para explicarle por qué mis apuntes habían aparecido bajo el nombre simplificado de Daniel Cosío y no de Daniel Cosío Villegas que figuraba en mi original. Alfonso le decía: «Este señor se llamará Daniel Cosío, como yo me llamo Alfonso Reyes, o como se llama Amado Nervo o Rubén Darío. Es decir, nombres breves, que suenen y que por ello sean susceptibles de ser retenidos por el público». No vi el acierto de esta observación, sino su tono dictatorial, de modo que resolví mantener el nombre completo.

¿Hasta qué punto el «tono dictatorial» de Reyes fue totalmente cierto? ¿O no será que con el correr de los años la memoria le jugó una mala pasada a Cosío Villegas? Mis dudas tienen su fundamento en un hecho que contradice la anécdota anterior. En el número 2 de la revista México Moderno, correspondiente al 1o de septiembre de 1922, aparecen dos textos literarios de Cosío Villegas, «Morado y oro» y «La teoría de la eternidad», con la aclaración: «Del libro Miniaturas mexicanas, próximo a aparecer», firmado con el escueto nombre de Daniel Cosío. Todo hace suponer no la intervención de Reyes, sino una decisión del propio Cosío quien vacilaba en escoger su denominación literaria.

Todavía más, Cosío afirma que las primeras páginas de Miniaturas mexicanas se publicaron en la revista Índice, editada por Alfonso Reyes en Madrid. Primero, esa publicación no la dirigía Alfonso Reyes, sino, como es bien sabido, Juan Ramón Jiménez. Índice tuvo sólo cuatro números —dos en 1921 y otros dos a comienzo de 1922—, y en ellos figuran algunas colaboraciones de Reyes pero ninguna de Daniel Cosío Villegas. Por lo tanto el párrafo: «No pasó mucho tiempo sin que Pedro recibiera dos ejemplares de la revista donde aparecieron mis primeras páginas literarias…», se anula por sí solo. Insisto, ¿por qué necesitaba Daniel Cosío Villegas, cuando ya célebre redactó sus Memorias, inventar una confabulación de autoprestigio como ésta?

Miniaturas mexicanas, la primera obra ambiciosa de Daniel Cosío Villegas, aparece el 24 de octubre de 1922 en las prensas de Editorial Cultura, dirigida por Agustín Loera y Chávez. Tiene como subtítulo Viajes. Estampas. Teorías, y cada uno de esos sustantivos implica una sección. La primera parte, «Viajes», está dedicada al escritor español cuyos textos fueron fundamentales en la formación juvenil de Cosío Villegas: «A Azorín, el hombre de los viajes». Son imágenes fugaces de personas, de animales, de paisajes, la mayoría de carácter sarcástico, a veces burlón, las que ocasionalmente presencia dentro del vagón o a través de la ventanilla del tren. La segunda, «Estampas», está dedicada a otro poeta peninsular también decisivo para su aprendizaje estilístico: «A Juan Ramón Jiménez, el hombre de las estampas». Veinte textos que aprisionan por medio de una prosa poética un abanico de estampas, relámpagos líricos que capturan lugareños, edificios, orografía, rincones típicos, sitios ecológicos, objetos artesanales. La tercera y última, «Teorías» —la más breve, pues sólo recoge nueve apartados—, está consagrada a quien fuera su maestro, el dominicano «Pedro Henríquez Ureña, el hombre de las teorías». Se trata de ensayos cortos, de especulaciones a partir de asuntos bastante nimios, cotidianos, que le permiten a Cosío Villegas, más que el encuentro con una filosofía, asociaciones de divertimento. Asimismo, son una prueba de su capacidad en el empleo del lenguaje, un bordado lingüístico.

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