El cine no ha venido hasta nosotros desde el fondo de los tiempos, en la caverna prehistórica o el mural rupestre, como un rito de viejas magias. Ni transmitido a través de milenios, por tradición oral, como el mito y la leyenda. Ha nacido en una feria internacional, en el sótano de un café, en la calle y para las gentes de la calle. En esta época nuestra de todas las maravillas, con su prodigio de cada día, la aparición y progreso del cine es uno de los fenómenos máximos y asombrosa maravilla. Y el único arte creado por el hombre moderno, el gran adelantado y primer conquistador de ese continente de la nueva cultura de masas.
Como hemos visto aparecer y transcurrir en todo su camino, los hombres que lo han hecho están ahí, hombres y obras. Son millares cada año, miríadas a lo largo de su corta historia, rápida como nuestro tiempo. La mayoría, tras su fama, éxito y fortuna, desaparecen sin dejar huella. El tiempo que los trae se los lleva. Otros fracasaron en su momento, figuras oscuras o films apenas vistos, pero con mucha frecuencia portadores de las innovaciones audaces, que otros continúan o vulgarizan. Algunos, muchos menos, permanecen siempre en el primer puesto de su gloria, como legítima conquista. Pero cualquiera que sea su circunstancia y su destino, hay unos hombres y unas películas que han dado una aportación, importante y concreta, a la formación y marcha del cine. A veces, son los primeros, auténticos inventores iniciales. Otras, han recogido, sintetizado y dado forma definitiva a lo hecho hasta entonces de manera incipiente y dispersa. Pero resumir y orientar lo que representa una época es también una verdadera creación. Por una razón o por otra, son los grandes clásicos del cine.
Éste pretende ser, ante todo, un libro de lectura. Inicialmente fue publicado en la revista «Triunfo», una de las de mayor tirada en España, en hojas recortables, y sus lectores lo siguieron durante tres años y medio (1962-1965), trasponiendo el interés del reportaje a la arquitectura de las ideas que es el ensayo. Aquel libro ha sido actualizado y revisado, pero esencialmente sigue siendo el mismo, porque el cine tiene la permanencia de cualquier otro arte.
La ordenación de nombres por orden alfabético no significa que sea un diccionario, y menos una enciclopedia, porque el designio y el alcance de estas obras son por completo distintos. Estos grandes clásicos del cine podrían haberse clasificado por países, etapas, fechas, escuelas…, pero ello les hubiera dado un sentido adicional que no les corresponde. El orden alfabético es simplemente un método neutro, quizá neutral. Son los nombres mismos –personas y films– los que tienen valor propio, a la vez independiente y de conjunto. Se podría definir como un «libro galaxia», formado de puntos estelares, en el que se solicita la intervención del lector para configurar su totalidad, su fundamental unidad.
Por lo que puede tener de antología, hay un criterio de selección que implica necesariamente una opinión. Unas veces se ha elegido la película y no el realizador porque aquélla representa por completo a éste o es su obra señera. En ocasiones, únicamente el realizador, porque su personalidad es tal, la unidad de su obra tan completa y su sentido tan definido, que en su nombre se contiene todo lo que pudiera admitirse. Y también, el realizador y algunos de sus films capitales, porque la diversidad o evolución de su obra requiere destacar aquéllos independientemente.
La información –fichas de películas y filmografías– no pretende la erudición, sino el simple dato necesario, como apoyo de la exposición y el criterio. Lleva en sí dos problemas irresolubles que se debatieron largamente en la Mesa Internacional de Historiadores de Cine, en el Festival de Venecia de 1964, para concluir con la imposibilidad práctica de resolverlos. Los títulos originales se adaptan en cada país de la manera más diversa, por un sinnúmero de razones, desde el registro oficial a la atracción comercial. Aquí se ha adoptado el criterio, amplio y flexible, de dar el título español cuando las películas han sido estrenadas en España; en caso contrario, el habitual en otros países de habla hispana donde se han presentado; y, en último caso, la traducción del titulo original o respetar éste, aparte de darlo siempre, como referencia, en la ficha o filmografía. Se trata de que el lector retenga los títulos de manera asequible, manejable y no en idiomas a veces desconocidos por completo. El fijar exactamente la fecha de cada película es otra cuestión irresuelta por la dificultad de determinarla: al comenzar el rodaje, al terminar la película, según el registro de cada nación, cuya legislación no siempre es conocida.
La intención esencial y directa de este libro es simplemente tratar de contribuir a la comprensión del cine como factor capital de la nueva cultura de nuestro tiempo.
Nació el 29 de septiembre de 1912 en Ferrara, Italia. Toda su niñez y su primera juventud transcurren en esta región del norte italiano, y allí encontrará los elementos formativos de su personalidad artística. Aficionado a la pintura, la arquitectura y el teatro. En Bolonia comienza a estudiar Letras, luego sigue los cursos del Instituto Técnico y, cuando acaba, hace su licenciatura en Economía y Comercio. Escribe sus primeros artículos literarios en el periódico local; después, algunas críticas de cine. En aquella época de estudiante sus dos aficiones favoritas son el cine y el tenis, en el que gana numerosos torneos. Pertenece a una burguesía acomodada y vive entre la buena sociedad, en un mundo brillante, de gentes distinguidas, hoteles lujosos, deportes…También –como él mismo confiesa– fue principalmente educado entre mujeres, lo que le lleva a comprenderlas mejor que al hombre. Y la mayor parte de su juventud vivirá bajo el régimen de Mussolini, que da a la sociedad italiana sus especiales caracteres. Por último, su primer intento de hacer cine, en película estrecha, es un documental sobre locos, porque le atraen, ante todo, los rostros humanos como máscara de un alma devastada. Pero el intento fracasa, porque los dementes se excitan bajo las luces necesarias para la filmación.
Hay creadores que hacen su obra en el mundo que conocen y en el que viven, les guste o no. Otros van a la busca de ambientes distintos del propio para crear sus personajes y su universo artísticos. Antonioni pertenece a los primeros, y a lo largo de su obra va mostrando una cerrada predilección por estos y otros muchos factores de su formación: los paisajes desolados y lluviosos, el mundo de la alta burguesía elegante, preferencia absoluta por los personajes femeninos, la atracción única por los seres humanos, por su rostro y por su espíritu de disgregación…Todo ello bajo el signo de un manifiesto intelectualismo un tanto frío.
Su carrera de director es semejante a la de la mayoría de los que abordan el cine. En 1939 parte para Roma, donde encuentra un buen empleo en la organización de una exposición universal que no llegó a realizarse por la guerra. Pero prefiere entrar en la revista «Cinema», entonces órgano del cine oficial, pero donde se gesta el futuro neorrealista italiano; allí se relaciona con la mayoría de los que han de hacerlo en sus aspectos teóricos y prácticos. Pasa alguna temporada sin trabajo y tiene que ir vendiendo sus trofeos ganados en el tenis, resistiéndose a la ayuda familiar. Entra como alumno del Centro Experimental de Cinematografía, donde sólo permanece tres meses. Y comienza a redactar argumentos, muchos de los cuales no se hacen. Su primera colaboración efectiva fue con Rossellini, en el guión de