Dave Barry - Nosotros, los tíos
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- Libro:Nosotros, los tíos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1995
- Índice:3 / 5
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Nosotros, los tíos: resumen, descripción y anotación
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Este libro está dedicado al inventor del mando a distancia.
Buscaría el nombre pero no tengo ganas de levantarme del sofá.
¿Por qué un tío se acuerda de la fecha, la hora, el minuto, y la celebración de un gol en una final de la Copa de Europa y es incapaz de recordar el número de sobrinos que tiene?
Alrededor de ésta y de otras preguntas de idéntica formulación irónica se cierran un montón de respuestas que trazan la gruesa frontera que separa al hombre del tío, un espécimen que está en todas partes y que ha sobrevivido a lo largo de la historia. Ésta es su leyenda y ésta es su historia.
Dave Barry
ePub r1.1
Rob_Cole 13.06.2016
Título original: Dave Barry’s Complete Guide to Guys
Dave Barry, 1995
Traducción: Borja Folch
Retoque de portada: Rob_Cole
Editor digital: Rob_Cole
Primer editor: DavidMaster (r1.0)
ePub base r1.2
El tío cuando se hace mayor: apoltronarse y lanzar Buicks.
Los tíos del mañana: ¿hay esperanzas para la humanidad? (No).
¿Qué ocurre cuando los tíos se hacen mayores? ¿Se dan cuenta por fin de que la vida consiste en algo más que usar el mando a distancia y hablar sobre deportes? ¿Se congracian con sus sentimientos íntimos? ¿Se vuelven maduros y sensatos?
No te hagas el idiota. Los tíos de verdad no maduran, salvo en el sentido de desarrollar pelos más largos en la nariz. Emocionalmente, siguen siendo tíos. Siguen haciendo cosas de tíos; la principal diferencia es que, a medida que se hacen mayores y ganan más dinero y ocupan puestos de autoridad, pueden hacer cosas de tíos a lo grande. No tienen que conformarse con algo tan simple como arrojar de vez en cuando un piano desde lo alto de un edificio para ver qué sucede; ahora pueden disponer de bombarderos de la fuerza aérea en perfecto estado.
Un buen ejemplo de tío maduro que conserva todo su espíritu de tío de George Bush padre. Quizá no estuvieras de acuerdo con todo lo que dijo mientras fue presidente, pero no hay duda de que era un tío de los pies a la cabeza. Se iba a su finca de Kenneth E. Bunkport IV, Maine, acompañado por el inmenso séquito presidencial al completo —asistentes, consejeros, expertos en medios de comunicación, personal particular, decenas de periodistas, el servicio secreto, los guardacostas, escuadrones de submarinistas, flotas de helicópteros y varios sumergibles—, sólo para poder pilotar a toda velocidad su lancha motora. Le veías en los telediarios surcando las aguas como un bólido, el presidente de los Estados Unidos, con una expresión idéntica a la de un crío de tres años cuando empuja un camión de juguete haciendo el ruido de un motor con los labios, tal como hacen instintivamente los niños, es decir: BRRRRRMMMM.
Cuando le veías, saltaba a la vista que no estaba pensando en el índice de desempleo, ni en la situación en que se encontraba su propuesta de presupuesto federal, ni en los problemas con Oriente Próximo. Sabías exactamente lo que estaba pensando porque era lo mismo que cualquier tío piensa cuando pilota un vehículo motorizado a toda pastilla. George Bush, el Hombre Más Poderoso de la Nación Más Poderosa de la Tierra, el Líder del Mundo Libre, estaba pensando: BRRRRMMMM.
Por supuesto, no todos los tíos mayores manifiestan su condición de tíos conduciendo a toda velocidad. Los hay que prefieren arrojar objetos voluminosos a grandes distancias. Aquí estoy pensando en dos tíos de Texas, un artista/ingeniero que se llama Richard Clifford y un dentista que se llama John Quincy. Una tarde, mientras bebían cerveza, se pusieron a hablar —tal como hacen los tíos cuando se abren y comparten sentimientos íntimos— sobre armas medievales. En concreto, sobre trabucos, que son como las catapultas, pero más potentes. Los ejércitos medievales usaban trabucos para lanzar objetos pesados, como rocas, contra las ciudades enemigas. A veces los ejércitos también lanzaban caballos muertos. Como puedes figurarte, esto hacía polvo la moral del enemigo.
MARIDO MEDIEVAL: ¡Hola, cariño! ¡Ya estoy en casa después de otra jornada en mi empleo medieval en el campo de la venta de ballestas! ¿Qué hay para cenar?
ESPOSA MEDIEVAL: ¡Tu plato favorito! Un magnífico cordero…
(¡BUM! Un caballo muerto cae a través del techo, llenándolo todo de carne rancia y agusanada).
MARIDO MEDIEVAL: En realidad, no tengo hambre.
ESPOSA MEDIEVAL: Qué ganas tengo de que llegue el Renacimiento.
De modo que Richard Clifford y John Quincy, siendo tíos, naturalmente decidieron que tenían que construir un trabuco. Y no un trabuco cualquiera, no. Su meta era construir el trabuco más grande de la historia del mundo. Querían construir un trabuco capaz de lanzar un Buick a doscientos metros, una gesta que los ejércitos medievales ni siquiera soñaron jamás.
Clifford y Quincy se lo han tomado muy en serio. Han viajado a Inglaterra para consultar con un destacado experto en trabucos. Han construido y hecho un sinfín de experimentos con un prototipo de trabuco a escala, que utilizan para lanzar bolas de bolera. Quincy incluso ha comprado un terreno de ocho hectáreas que linda con su casa, sólo para que el Buick tenga un sitio donde aterrizar.
Quizá pienses que estos tíos no son más que un par de excéntricos, un caso aislado, pero si es así te equivocas. El mundo está lleno de tíos como ellos. Cuando escribí una columna de periódico sobre su proyecto de trabuco, recibí correspondencia de todos los rincones del país. Ninguna de estas cartas la firmaba una mujer. Todas las remitieron tíos adultos. Eran cartas detalladas y serias manifestando un profundo interés tanto por asistir al lanzamiento del Buick, como por construir su propio trabuco. En esas cartas no aparecía el menor indicio de que alguno de esos tíos encontrara inusual que alguien quisiera hacer eso; para ellos era perfectamente natural que uno tuviera ganas de construir artefactos capaces de lanzar objetos pesados a grandes distancias sin ningún propósito útil concebible.
¿Por qué? Pues porque eso es lo que hacen los tíos. Los tíos, por más viejos que se hagan, disfrutan lanzando cosas, disparando contra cosas, conduciendo cosas deprisa, haciendo explotar cosas y derribando cosas. Por eso, tal como he señalado en la introducción, tenemos un programa espacial. No importa lo que la NASA nos haga creer, el propósito del programa espacial no es beneficiar a la raza humana ensanchando las fronteras del conocimiento humano. Los humanos no necesitamos salir de la Tierra para saber lo que es un entorno extraño, mortal y hostil; para eso ya tenemos a Miami.
No, el propósito del programa espacial es proporcionar a los tíos de la NASA una excusa para construir un montón de artilugios tecnológicos y cohetes gigantescos que hacen
BRRRRRRRRRRMMMMMM MM MMMMMM MMMMMMM
y lanzan objetos voluminosos a grandes distancias. Si los tíos de la NASA pensaran que los contribuyentes les permitirían salirse con la suya, intentarían darle a la luna con un Buick.
Los verdaderos tíos siguen siendo tíos por más mayores o supuestamente responsables que se hagan. Si lo dudas, ve a cualquier acontecimiento deportivo. Estoy escribiendo estas líneas la mañana después de asistir a una de las finales de la NBA que disputaron anoche en Miami el equipo local y el de Atlanta. La multitud que me rodeaba estaba compuesta mayormente por tíos cuarentones y de más edad: maridos y padres con el tipo de trabajo exigente y responsable que uno tiene en el sur de Florida, como corredor de bolsa, médico, abogado, magnate de la droga, etc. Estoy seguro de que estos tíos creen que, dada su condición de varones, son mucho más lógicos que las mujeres y menos propensos a dejarse llevar por los sentimientos. Cualquiera te dirá que, la verdad, le da un poco de apuro el modo en que su esposa rompe a llorar durante la parte triste de una película romántica. Porque, al fin y al cabo, no es más que una película; no hay razón alguna para emocionarse.
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