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Raquel de la Riva - El diario de Raquel

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Raquel de la Riva El diario de Raquel

El diario de Raquel: resumen, descripción y anotación

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Í NDICE DE CONTENIDO

Errados están, aquellos que piensan que la intención al escribir este libro es simplemente una serie de relatos eróticos ….

Tiene razón Markus, la institución social por antonomasia, aquella que cohesiona la sociedad, no es la familia sino la prostitución. En todas sus modalidades, incluida la del matrimonio. No existe ninguna otra relación posible entre hombres y mujeres que no pase por la compraventa de sexo de uno u otro tipo. La fuerza que nos mueve como seres humanos no es el amor sino la que se deriva de la pugna entre dos poderes opuestos: el sexual femenino y el económico masculino. Y el punto deequilibro entre esos dos poderes es la prostitución.

Por supuesto, la pregunta es qué ocurre cuando las mujeres acceden al poder económico... pero siguen acaparando el poder sexual, como ahora es mi caso. Porque los poderes sociales (como el de la riqueza) se pueden compartir o conquistar por medio de la política. Pero los que surgen de la propia naturaleza humana (como el sexual) son intransferibles. Y ese desequilibrio es una fuente potencial de conflicto y de hipocresías ...”. ( de los relatos de Raquel).

CAPÍTULO 1. Mi gran amor, Ricardo

No lograba conciliar el sueño, la sugerencia contenida en la mirada de mi Ricardo me inquietaba. No sabia si me excitaba más que él deseara a otra mujer o que yo deseara a otro hombre. Tal vez fueran deseos contrapuestos, quizá fueran complementarios, pero la sola idea me desosegaba. De una parte me ponía ardiendo, me subía un calorcillo desde el bajo vientre … d e otra me inquietaba, me daban miedo las consecuencias … porque temía que aquello tuviera efectos negativos sobre nuestra relación.

Inicialmente lo rechacé con determinación, amaba a mi Ricardo sobre todas las cosas, no imaginaba que pudiera tenerme otro hombre que no fuera él, como tampoco que él pudiera tener a otra mujer que no fuera yo. N o, esa idea no cabía en mi mente. Con él descub rí el placer del sexo, pero sobre todo aprendí a conocerle y amarle profundamente. Consciente de que la idea era una locura resultado de un calentamiento momentáneo, durante un tiempo me negué a bajar al pub.

Pensativa, consideré que mis experiencias con otros hombres fueron casi inexistentes antes de conocer a Ricardo; aunque siempre fui una chica solicitada y salí con muchos chicos, en general mis relaciones no pasaron de leves escarceos superficiales, sin que pueda decir que fueran plenas con alguno.

Tuve mi primera relación sexual apenas cumplidos los dieciocho años con un chico del instituto con el que comencé a salir, Jaime, tan inexperto como yo. Claro, la experiencia no fue nada placentera, me dolió, sangré un poco, no sentí placer alguno y quedé bastante decepcionada y desconcertada.

Aunque tiempo después repetimos la experiencia no acabé de encontrarle el gustillo; sí, fue algo más placentera, pero ya fuera por el temor, por el preservativo, o por nuestra falta de práctica, no conservaba una percepción grata precisamente. Y no hubo más, ninguna otra relación. Mi conocimiento de las relaciones sexuales era tan parco como el de la profundización en el carácter de las personas.

En el curso siguiente, ya estando en la Universidad, conocí a Ricardo en un concierto al que acudíamos en grupo con varios compañeros de la Facultad de Ciencias de la Información. Entre la multitud, y a mi lado, estaba aquél chico moreno, alto, muy atractivo. Me gustó muchísimo nada más fijarme en él. Aplaudía y dirigiéndose a mi exclamó:

- ¡Son buenos, eh! –

- ¡Sí, sí que lo son! –

contesté entusiasmada. Nos presentamos, a los pocos minutos me invitó a tomar unas copas en un pub cercano desligándonos del grupo. Al principio estaba un poco incómoda, pero su conversación amena y divertida hizo que el poco tiempo estuviéramos conversando como si nos conociéramos de toda la vida. Me atraía irresistiblemente; sus negros ojos de mirar intenso, cálidos y turbadores me fascinaban, le encontraba muy guapo, atractivo, y educado. Escuchando su conversación, mis ojos buscaban los suyos, me encandilaban, con ganas me lo hubiera comido a besos allí mismo. Me gustaba a rabiar. Excitada, nerviosa, sin darme cuenta, los combinados ingeridos comenzaron a surtir su efecto, nunca bebía alcohol y comencé a sentirme algo mareada. No quería volver a casa en ese estado, así que me propuso subir a su apartamento para descansar y reponerme. Sin saber muy bien lo que hacía llamé a mi madre para decirla que esa noche no iría a dormir, que me quedaba con mi amiga Daniela.

Solo recuerdo que desperté al día siguiente en su cama y vestida, pero nada más. Sufría un insoportable dolor de cabeza, sentía náuseas y me encontraba absolutamente desorientada:

- ¡Bueno, ya despertó mi bella durmiente!, ¿Cómo te encuentras? -

- ¡Mal, me duele mucho la cabeza, y necesito una ducha urgente!-

- ¡Eso tiene fácil remedio, toma esta aspirina, entra en el baño y mientras te duchas preparo café! -

Me duché, me cepillé los dientes, me preparé el pelo y me recompuse como pude. La ducha me reanimó y me sentí bastante mejor, pero el espejo reflejaba un rostro horrible. Intenté exhibir la mejor, la más sugestivas de mis sonrisas y me pareció una mueca desagradablemente cómica. Resignada, me envolví en la toalla de baño y me dirigí al salón dispuesta a tomar café, olvidándome de mi habitual, apetecible y querido ColaCao.

Permanecía sentado en el sofá con el dorso desnudo leyendo la prensa y embutido en sus vaqueros, con una bandeja en la mesa donde había colocado un suculento desayuno con café … y ColaCao ... prueba más que evidente de que me consideraba una niña … me fastidiaba bastante quedarme sin mi ColaCao y tener que tomar aquel café que no me gustaba … pero ... yo no era una niña.

Desde la entrada al salón, inmóvil, le observé a placer, bronceado, mostraba sus fuertes y bien torneados hombros. Su dorsal perfectamente definido pero sin exageración. Su abdomen y su vientre, lisos, fibrosos, carentes de grasa. Me sentí inquieta, estaba buenísimo y los dos solos, su visión me excitaba e inevitablemente comencé a desearle de nuevo. Me sonrió, le devolví la sonrisa y me senté a su lado.

- Siento haber bebido en exceso anoche, no estoy acostumbrada a beber y me sentó mal -

- No te preocupes, eso le pasa a cualquiera -

- ¡Ricardo …. ¿Ocurrió algo anoche? …quiero decir … !

- ¡No ocurrió nada, Raquel, te metí en la cama vestida, te quité los zapatos y dormiste como un niño. Yo dormí en el sofá, eso fue todo!. -

respondió sonriente … y me besó en la frente. Agradecida, lánguidamente busqué su mirada, rodeé su cuello con mis brazos y le ofrecí mi boca; nos besamos apasionadamente durante un buen rato. Después sin dejar de abrazarle recliné mi cabeza en su hombro mientras me besaba y me acariciaba tiernamente:

- Eres preciosa Raquel, me gustas muchísimo -

- Y tú a mi Ricardo me siento muy a gusto contigo - Volvimos a besarnos me - photo 1
- Y tú a mi Ricardo, me siento muy a gusto contigo -

Volvimos a besarnos, me encontraba nerviosa y excitada. Como sin querer, sus inquietas y cálidas manos se posaron acariciando mis nalgas; una ola de calor se apoderó de mí, permanecí inmóvil, expectante, temblorosa, mirando sus ojos, mientras sentía como su mano se deslizaba lentamente hasta mi braguita y coloqué la mía simulando una inútil, simulada, oposición. Me inclinó ligeramente sobre el respaldo del sofá y volvió a besarme al tiempo que sus dedos apartaban la braguita e iniciaban una suave y delicada caricia. Gemí como una gatita suave y repetidamente muy cerca de su oído, al tiempo que mis brazos se cerraban en torno a su cuello y mis ojos suplicaba un nuevo beso. A los pocos instantes gemía entrecortadamente, me estremecía con violencia gozando de un intensísimo orgasmo alargado hasta el paroxismo por sus besos y caricias. Seducida, cerré los ojos y apoyé mi cabeza en en el respaldo del sofá. Suavemente me despojó de la toalla y me miró asombrado con los ojos muy abiertos. Sin decir nada se incorporó, me tomó entre sus brazos y volvimos a besarnos muy excitados.

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