Stephen Greenblatt - El espejo de un hombre

AGRADECIMIENTOS

El hecho de que para mí sea un verdadero placer reconocer las numerosas deudas adquiridas durante la composición del presente volumen demuestra claramente el especial deleite que supone estudiar a Shakespeare. El notable talento de mis colegas y alumnos de la Universidad de Harvard ha constituido una fuente constante de estímulos y desafíos intelectuales, y los fabulosos recursos de la universidad, principalmente sus célebres bibliotecas y el increíble personal que trabaja en ellas, me han permitido seguir la pista de los asuntos y cuestiones más enigmáticos. La Mellon Foundation me concedió el precioso regalo del tiempo, y el Wissenschaftskolleg zu Berlin proporcionó el escenario ideal para completar esta obra. Quiero agradecer las oportunidades que se me han presentado de poner a prueba mis ideas en la Shakespeare Association of America, el Shakespeare Festival de Bath, la Universidad de Nueva York, el Lionel Trilling Seminar de la Universidad de Columbia, la Leo Lowenthal Memorial Conference, el Boston College, el Wellesley College, el Hendrix College, el Einstein Forum y, en múltiples ocasiones, el Marlboro College y el Marlboro Music Festival.

La idea de El espejo de un hombre se originó hace años durante una serie de conversaciones con Marc Norman, quien por aquel entonces estaba empezando a escribir el guión para una película sobre la vida de Shakespeare. El guión en cuestión fue el germen de una famosísima producción cinematográfica, Shakespeare in Love, pero mi proyecto personal permaneció dormido hasta que mi esposa, Ramie Targoff, me brindó el apoyo continuado, intelectual y emocional, necesario para llevar a cabo la empresa. Homi Bhabha, Jeffrey Knapp, Joseph Koerner, Charles Mee y Robert Pinsky compartieron conmigo tanto tiempo, tantos conocimientos y tanta sabiduría que nunca podré tener la esperanza de compensarles debidamente. También me he beneficiado de la ayuda y de los agudos planteamientos de otros muchos amigos, como, por ejemplo, Marcella Anderson, Leonard Barkan, Frank Bidart, Robert Brustein, Thomas Laqueur, Adam Phillips, Regula Rapp, Moshe Safdie, James Shapiro, Debora Shuger y el difunto Bernard Williams. Beatrice Kitzinger, Emily Peterson, Kate Pilson, Holger Schott, Gustavo Secchi y Phillip Schwyzer se han revelado unos ayudantes infatigables y llenos de recursos. Con una paciencia y una perspicacia ejemplares, mi editora, Alane Mason, siguió trabajando con el manuscrito de mi libro durante su embarazo, y, por una especie de milagro, logró —no sé cómo— acabar la tarea cuando ya salía de cuentas.

Hay algo de lo que me siento sumamente orgulloso: las deudas más importantes, y fáciles de llevar, son las que he contraído con los míos, esto es, con mi esposa y mis tres hijos, Josh, Aaron y Harry. Solo el benjamín, por tratarse de una criatura aún muy pequeña, se ha librado de interminables conversaciones sobre Shakespeare, y no ha aportado directamente sus ideas. Pero Harry, que vino al mundo ciento cuatro años después del nacimiento de su homónimo, mi padre, me ha enseñado cuán increíblemente cerca estamos de unas vidas que, a primera vista, parecen tan lejanas.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

Todos los estudios biográficos de Shakespeare se basan necesariamente en las diligentes, y a veces obsesivas, investigaciones en los archivos y en las especulaciones de muchísimas generaciones de académicos y autores. La larga historia de esta empresa es el tema de una obra de Samuel Schoenbaum, Shakespeare’s Lives (Nueva York, Oxford University Press, 1970), y de otra de Gary Taylor, Reinventing Shakespeare: A Cultural History from the Restoration to the Present (Nueva York, Weidenfeld and Nicolson, 1989). Schoenbaum se deleita recogiendo los extravagantes mitos y las absurdidades de las biografías de Shakespeare, aunque lo cierto es que en ellas hay al menos tantos datos que resultan ridículos como dignos de encomio.

He podido beneficiarme enormemente no solo de investigaciones recientes, que han revelado dolorosamente algunos detalles nuevos e intrigantes sobre la vida y la época del dramaturgo, sino también de algunos estudios del siglo XIX y de comienzos del siglo XX. En 1934, dichos estudios fueron objeto de un furioso ataque en un importante ensayo de C. J. Sisson, «The Mythical Sorrows of Shakespeare» (en Studies in Shakespeare: British Academy Lectures, editado por Peter Alexander [Londres, Oxford University Press, 1964], pp. 9-32), pero recientemente algunos trabajos académicos, como, por ejemplo, Marjorie Garber, Shakespeare’s Ghost Writers: Literature as Uncanny Causality (Nueva York, Methuen, 1987), Leah Marcus, Puzzling Shakespeare: Local Reading and Its Discontents (Berkeley, University of California Press, 1988), y Richard Wilson, Will Power: Essays on Shakespearean Authority (Detroit, Wayne State University Press, 1993), han reconsiderado positivamente su importancia y su utilidad. Cabe destacar, principalmente, una obra en dos volúmenes de J. O. Halliwell-Phillipps, Outlines of the Life of Shakespeare, 10.ª edn. (Londres, Longmans, 1898). También resultan sumamente útiles y sugestivos los siguientes trabajos: Edward Dowden, Shakspere: A Critical Study of His Mind and Art (Londres, Henry King, 1876); Frederick Fleay, A Chronicle History of the Life and Work of William Shakespeare, Player, Poet, and Playmaker (Londres, Nimmo, 1886); Sidney Lee, A Life of William Shakespeare (Nueva York, Macmillan, 1898); George Brandes, William Shakespeare: A Critical Study (Nueva York, Frederick Unger, 1898); Charles Elton, William Shakespeare, His Family and Friends (Londres, John Murray, 1904); Charlotte Stopes, Shakespeare’s Warwickshire Contemporaries (Stratford-upon-Avon, Shakespeare Head Press, 1907), y David Masson, Shakespeare Personally (Londres, Smith, Elder, 1914). La obra en dos volúmenes de Edgar Fripp, Shakespeare, Man and Artist (Londres, Oxford University Press, 1938), es un tesoro oculto que contiene, aunque de manera algo caótica, una información preciosa de la que me he servido en repetidas ocasiones.

Entre las biografías más recientes destaca, por su carácter exhaustivo, por la información que aporta y por sus constantes consideraciones, la obra de Park Honan, Shakespeare: A Life (Oxford, Oxford University Press, 1998), que he consultado con frecuencia. La magnífica colección de ensayos de Jonathan Bate, The Genius of Shakespeare (Londres, Picador, 1997), contiene importantes percepciones biográficas, al igual que el trabajo de Katherine Duncan-Jones, Ungentle Shakespeare: Scenes from His Life (Londres, Arden Shakespeare, 2001). Los otros estudios biográficos en los que me he basado son los siguientes: Marchette Chute, Shakespeare of London (Nueva York, Dutton, 1949); M. M. Reese, Shakespeare: His World and His Work (Londres, Edward Arnold, 1953); Stanley Wells, Shakespeare: A Dramatic Life (Londres, Sinclair-Stevenson, 1994); Eric Sams, The Real Shakespeare: Retrieving the Early Years, 1564-1594 (New Haven, Yale University Press, 1995); I. L. Matus, Shakespeare, In Fact (Nueva York, Continuum, 1999); Anthony Holden, William Shakespeare (Boston, Little, Brown, 1999); y Michael Wood, In Search of Shakespeare (Londres, BBC, 2003), escrito para acompañar una serie televisiva de la BBC.

Aunque sean por definición poco fiables, y a menudo increíblemente desacertadas, lo cierto es que algunas de las reflexiones más perspicaces sobre la vida de Shakespeare provienen de obras de ficción: Nothing Like the Sun: A Story of Shakespeare’s Love-Life (Londres, Heinemann, 1964), de Anthony Burgess, que también escribió una amena y sencilla biografía del dramaturgo (Shakespeare [Hammondsworth, Penguin, 1972]);