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Ricardo de la Cierva - España en guerra: la zona nacional

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Ricardo de la Cierva España en guerra: la zona nacional
  • Libro:
    España en guerra: la zona nacional
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1997
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El factor moral y la convicción religiosa fueron junto a una disciplina - photo 1

«El factor moral y la convicción religiosa fueron, junto a una disciplina implacable exigida por las Fuerzas Armadas, las características principales de la zona nacional, que se configuraba como un gran campamento pletórico de moral y energía, como recordaba también públicamente Ramón Serrano Súñer en su famoso discurso pronunciado en Burgos como evocación de los años de guerra. El lector debe tener siempre en cuenta estos factores morales porque fueron la clave de la victoria junto con la acertada organización militar e incluso la militarización de la zona desde los primeros instantes del Alzamiento. En este Episodio vamos a presentar un conjunto de documentos, muchas veces olvidados, que son necesarios para comprender la vida y la militancia de la retarguardia nacional, pero que parecerían un frío amasijo de disposiciones si no se les contempla como documentos transidos por ese espíritu que todo lo dominaba y que tal vez sólo pueden valorar y comprender quienes lo vivieron».

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Ricardo de la Cierva

España en guerra: la zona nacional

Episodios históricos de España - 39

ePub r1.0

Titivillus 01.07.18

Título original: España en guerra: la zona nacional

Ricardo de la Cierva, 1997

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Para Mercedes 99 La zona nacional una historia escamoteada En nuestro plan - photo 3

Para Mercedes 99

La zona nacional:

una historia escamoteada

En nuestro plan primitivo pensábamos dedicar este libro a las dos retaguardias de la Guerra Civil. Pero la documentación nos abruma. Empezamos por la zona nacional, de cuya vida interna existen escasos estudios, pese a que lo ocurrido a ese lado de las trincheras tuvo, para la historia siguiente de España, mucha mayor influencia que los problemas, mucho más aireados históricamente, de la zona republicana. Pero incluso los insuficientes trabajos sobre la vida en zona nacional olvidan lo más importante, que no son las intrigas políticas —casi único objeto de esos trabajos—, sino el ambiente de fervor patriótico, cruzada religiosa y moral altísima que vivía la zona. «Fueron —dice el testimonio de Ramón Serrano Súñer, llegado a la zona a fines del primer invierno— años, meses y días de idealismo trepidante, de pronta abnegación, de absoluto desprendimiento.

Días de austeridad, de honradez y de entrega en los que nadie o casi nadie pensaba en lo suyo ni procuraba su propio porvenir personal porque todo quedaba absorbido por la fiebre creyente, por la esperanza levantada, por la exigencia decidida de una España nueva y mejor. Eran días atroces pero heroicos, dolorosos pero exaltados, en los que algunos nos esforzábamos por hacer lúcida aquella embriaguez con que el español vivía en carne viva el acontecer histórico». Años después, Ramón Serrano Súñer fue radicalizando sus recuerdos en contra de Franco, por motivos personales. Pero éste y otros testimonios suyos sobre el ambiente de la zona nacional son certeros y exactos.

Dionisio Ridruejo, después de romper abiertamente con Franco, escribe en 1962: «La guerra determinó —a su modo y con características especiales— uno de los momentos de entrega a una causa pública más densa, generalizada y entusiasta que ha conocido España. Es verdad que el entusiasmo o embriaguez en la esperanza no es el modo más sólido y fecundo de politización. Alimentado por una ventolera, suele comenzar por ser cegador como el incendio —cegador y voraz— para remitir pronto y disolverse en nada. Pero sin duda deja transformada la tierra por donde ha pasado» (Escrito en España, Losada, Buenos Aires, 1962, p. 81).

Durante la Guerra Civil, vivida en clima heroico, la sucesión de victorias en la zona nacional exaltaba frecuentemente, hasta varias veces en una semana, la adhesión y el entusiasmo de la gente. La Iglesia, enteramente volcada en favor de la causa nacional, infundía un profundo aliento espiritual que llegaba a contagiarse incluso a los inicialmente partidarios de la República, presentada además por la prensa y radio de la zona nacional como sentina de atrocidades y crímenes en exclusiva de la peor especie. «Podría discutirse —dice allí mismo Ridruejo— cuál fuera la proporción de los simpatizantes sinceros con una y otra causa en 1936, pero no cabe duda de que en 1939, y aún durante los años siguientes, Franco y su régimen tuvieron, por la fuerza de anexión de las causas triunfantes, un crédito de opinión como pocas veces lo ha tenido situación alguna en España» (Ibid. p. 93).

La excelente administración de la Junta de Defensa y luego de la Junta Técnica del Estado, la abundancia de alimentación y artículos de primera necesidad, la estabilidad en el coste de la vida, facilitaban la convivencia en la zona nacional, donde no faltaban aprovechados y emboscados, pero donde la población civil vibraba con las noticias de los frentes. La moral era altísima. Frente al «no pasarán» de la zona republicana, que implicaba una actitud defensiva, los nacionales miraban siempre a la zona contraria como terreno de conquista; se resistían a la fortificación e incluso a la defensa pasiva; sólo pensaban en el avance y no dudaron jamás de la victoria, con la fugaz excepción de algunas semanas de desaliento después del fracaso de noviembre de 1936 ante Madrid, y sobre todo durante la batalla del Ebro en el verano de 1938.

El factor moral y la convicción religiosa, a los que dedicaremos, por su desbordante importancia, un estudio monográfico en estos Episodios, fueron, junto a una disciplina implacable exigida por las Fuerzas Armadas, las características principales de la zona nacional, que se configuraba como un gran campamento pletórico de moral y energía, como recordaba también públicamente Ramón Serrano Súñer en su famoso discurso pronunciado en Burgos como evocación de los años de guerra. El lector debe tener siempre en cuenta estos factores morales porque fueron la clave de la victoria junto con la acertada organización militar e incluso la militarización de la zona desde los primeros instantes del Alzamiento.

A continuación vamos a presentar un conjunto de documentos, muchas veces olvidados, que son necesarios para comprender la vida y la militancia de la retaguardia nacional pero que parecerían un frío amasijo de disposiciones si no se les contempla como transidos por ese espíritu que todo lo dominaba y que tal vez sólo pueden valorar y comprender quienes lo vivieron —quienes lo vivimos—.

La Junta de Defensa Nacional

Hasta fines del mes de septiembre de 1936 no existía el mando único militar y político en la zona nacional, mientras la zona republicana estaba regida por un Gobierno. El general Emilio Mola, director de la conspiración para el Alzamiento, había dispuesto en sus instrucciones la creación inmediata de una junta exclusivamente militar, un directorio como el instaurado por el general Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923 y que duró hasta la creación de un Gobierno formal después de la victoria de Alhucemas dos años después.

Este directorio se denominó Junta de Defensa Nacional, su sede estaba en Burgos y constituía la instancia suprema de poder, que gobernaba por decreto y contaba con importantes asesoramientos de personalidades y expertos civiles. El presidente de la Junta era el más veterano de los generales sublevados, Miguel Cabanellas, pero el alma y principal inspirador del organismo era el general Mola, que ostentaba el mando en jefe del Ejército del Norte, es decir, de la subzona nacional del Norte, que comprendía las provincias de lo que hoy es Castilla y León, Galicia, gran parte de Aragón con las tres capitales, Navarra y parte de Asturias con Oviedo, además de la provincia de Cáceres. El general Queipo de Llano era general en jefe y ostentaba también el mando de la administración y la política en los sectores de Andalucía, donde trataba de establecer un frente continuo, defendible y capaz de expansionarse con los escasos recursos de que disponía. El general Franco actuaba desde su llegada a Tetuán el 19 de julio de 1936 como jefe del Ejército de África, pero con evidente vocación de mando supremo sobre toda la zona, en la que Mola le cedió la gestión de las relaciones exteriores.

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