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Ricardo de la Cierva - ¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?

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Ricardo de la Cierva ¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?
  • Libro:
    ¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?
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    ePubLibre
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    2015
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¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?: resumen, descripción y anotación

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Según noticias muy próximas el sumario del almirante Carrero Blanco refleja - photo 1

«Según noticias muy próximas, el sumario del almirante Carrero Blanco refleja una instrucción ejemplar, detallada y muy comprometedora. Como en el caso Prim, se registraron en torno al sumario algunos movimientos extraños. Después llegó la época idílica de la UCD, y el asesinato de Carrero, considerado, como otros terribles sucesos, un simple delito político, cayó en el ámbito de la amnistía y nunca más se supo de él. Hace un par de años seguí una pista que era buena, pero se me cerró. Voy, pues, a estudiar el problema exclusivamente desde el saber histórico. Aún así vamos a encontrarnos con datos, sugerencias, testimonios y proyecciones del más alto interés. Hay tres personas hoy que saben dónde está el sumario Carrero, que me pueden facilitar el seguimiento de la pista perdida. No cejaré hasta que me cuenten lo que saben; en parte ya lo han hecho, pero me deben mucha más información».

Ricardo de la Cierva Dónde está el sumario de Carrero Blanco Episodios - photo 2

Ricardo de la Cierva

¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?

Episodios históricos de España - 7

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Título original:¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?

Ricardo de la Cierva, 1996

Editor digital: Titivillus

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Para Mercedes 65 Carrero Blanco una antesala decorada como un panteón Algo - photo 3

Para Mercedes 65

Carrero Blanco: una antesala decorada
como un panteón

Algo después de las nueve menos cuarto de la mañana, el jueves 20 de diciembre de 1973, el presidente del gobierno, almirante Luis Carrero Blanco, salía de su casa en la calle de los Hermanos Bécquer, a cien metros de la embajada de los Estados Unidos, para oír misa en la iglesia de San Francisco de Borja, adosada a la casa profesa que había levantado la Compañía de Jesús en un gran solar entre las calles de Serrano, Maldonado y Claudio Coello. El Estado de la posguerra había favorecido esta construcción con fuertes ayudas, como compensación por la pasividad inconcebible del Estado republicano el 11 de mayo de 1931, cuando las turbas desmandadas arrasaron por el fuego la anterior casa profesa de la Orden, situada en la calle de la Flor, junto al que entonces era el último tramo de la Gran Vía madrileña, con pérdidas incalculables de obras de arte, libros y el archivo de uno de los primeros historiadores de este siglo, el padre Zacarías García Villada. También asistieron a la que iba a ser la última misa del almirante: el exministro Gregorio López Bravo, que vivía lejos y, como muchos miembros del Opus Dei no sentía especial devoción por los jesuitas, pero seguía una inveterada costumbre de algunos políticos próximos al mismo Instituto, que cultivaban el arte de hacerse encontradizos con políticos de mayor envergadura —recuerdo los casos de Rafael Calvo Serer y Adolfo Suárez— y otra persona siniestra, la comunista Eva Forest, esposa del dramaturgo comunista Alfonso Sastre, que cubierta la cabeza con un pañuelo vigilaba al almirante desde hacía tiempo, por cuenta de la organización terrorista ETA, de la que ejercía como informadora.

El caso es que el presidente del gobierno, sin especiales precauciones, terminó su misa, en la que como siempre había comulgado, salió a la calle de Serrano, justo frente a la embajada americana, donde le esperaba su Dodge negro, y para volver a su casa bajó hasta la segunda calle que parte de Serrano a la izquierda, subió por Juan Bravo, giró a la izquierda por Claudio Coello, seguido por su coche de escolta, cruzó la de Maldonado, que hace esquina a la casa profesa por la fachada de atrás y a los pocos segundos, entre una tremenda explosión, el coche del almirante saltó por los aires y describió una rama de parábola que le hizo sobrepasar tres plantas y terminó estrellándose contra la terraza interior de la casa profesa, donde rezaba el breviario un jesuita famoso, el padre José Luis Gómez Acebo, tío de mis primos, que había sido profesor mío en el colegio de Areneros, y entonces dirigía con gran aceptación una congregación de matrimonios. Varios testigos en la calle ni siquiera se dieron cuenta de la desaparición del pesado automóvil. Sobreponiéndose a la sorpresa y al horror el jesuita bajó, en un acto reflejo, a la calle para comprobar la explosión, y cuando volvió a la terraza interior vio cómo otro sacerdote trataba de aplicar los auxilios espirituales a unos cuerpos destrozados que se agitaban dentro. Los sacerdotes reconocieron al presidente y dieron aviso para que vinieran a recogerle. Murió en el camino cuando le trasladaban al Hospital Provincial que entonces se llamaba Francisco Franco.

El joven político Ignacio Camuñas, que militaba entonces en la oposición moderada al régimen de Franco, publicó bajo su dirección a las pocas semanas un libro que, especialmente por la fecha, resulta muy interesante; tanto él como el abogado y político José María Ruiz Gallardón (q.e.p.d.), atribuyen extraordinaria importancia al asesinato de Carrero Blanco y lo interpretan como una conmoción decisiva en la evolución política española; no sin señalar que al aplicarse por vez primera las Leyes Fundamentales, los mecanismos del régimen habían funcionado con normalidad, por lo que la clase política del franquismo sintió un visible alivio ante el futuro. El autor, politólogo muy bien preparado, que formaba parte de la oposición moderada al franquismo, tiene el acierto de señalar como impulsoras de la transición a las fuerzas evolutivas del sistema entonces vigente.

Conocí fugazmente al almirante Carrero muchos años antes, pero no le traté hasta los años setenta, en la etapa final de su vida. Desde 1970 tuve con él tres encuentros, uno indirecto y dos personales y prolongados. Era ministro de Información y Turismo desde fines de octubre de 1969, después del cese de Fraga en la crisis MATESA, Alfredo Sánchez Bella, que venía de desempeñar la embajada ante el Quirinal, desde la que había enviado a Carrero y a Franco informaciones interesantísimas sobre la vida italiana y las complicadas maniobras de la Santa Sede. (En la serie Francisco Franco y su tiempo, del profesor Luis Suárez, quedan huellas abundantes y sugestivas de esos informes.) Me nombró director de Editora Nacional, donde procuré realizar una labor cultural abierta, sin que Carrero, directa o indirectamente, me hiciera nunca observación alguna. Por entonces tuve una interesante y para mí decisiva conversación con dos profesores (eminentes, por cierto) de la Compañía de Jesús, antiguos compañeros míos de colegio, que me abrieron los ojos sobre la tremenda crisis que experimentaba su Orden, de lo que sólo me habían llegado noticias e indicios dispersos. Aquella conversación duró varias horas y me produjo una auténtica convulsión conocer la situación interna de la Iglesia y de la Compañía de Jesús en la etapa posconciliar, asunto que me afectaba muchísimo como católico y sobre el que empecé a investigar muy a fondo inmediatamente; de dicha investigación han salido los cuatro libros y los numerosos artículos que he dedicado al problema en los últimos doce años, porque era necesaria una profunda preparación previa. Recuerdo que comuniqué esas noticias al ministro Sánchez Bella, que conocía muy bien el asunto desde su reciente perspectiva romana, pero alguna de las revelaciones que yo le transmitía eran tan insólitas y tan alarmantes que le faltó tiempo para enviárselas al almirante Carrero, quien, lo mismo que Franco, se interesaba muchísimo por la vida y los problemas de la Iglesia. El cardenal Tarancón nos ha transmitido la emocionante carta que, ya presidente del gobierno, poco después de una crisis muy peligrosa entre su Gobierno y la Iglesia de España, le envió el almirante. En ella resaltaba una frase que el cardenal reveló en su homilía durante el funeral de Carrero: «Para mí ser católico es mucho más importante que ser presidente del gobierno». Éste es el primer rasgo de su personalidad: una fe católica profunda, vivida, innegable, desde su óptica personal, naturalmente, pero que todo lo subordinaba a sus creencias religiosas. El caso es que, muy impresionado por mis informes, que le transmitió Alfredo Sánchez Bella, los comentó detenidamente con Franco y mostró deseos de verme para hablar sobre ése y otros problemas.

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