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Edmund de Waal - La liebre con ojos de ámbar - Una herencia oculta

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Edmund de Waal La liebre con ojos de ámbar - Una herencia oculta
  • Libro:
    La liebre con ojos de ámbar - Una herencia oculta
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2010
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La liebre con ojos de ámbar - Una herencia oculta: resumen, descripción y anotación

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Más de doscientas figuritas de madera y marfil ninguna de ellas mayor que una - photo 1

Más de doscientas figuritas de madera y marfil, ninguna de ellas mayor que una caja de cerillas, son el origen de este fascinante libro en el que Edmund de Waal describe el viaje que han hecho a lo largo de los años. Un viaje lleno de aventuras, de guerra, de amor y de pérdida, que resume, en la historia de una familia, la historia de Europa en los siglos XIX y XX. Un texto evocativo y de gran belleza que comienza con una pequeña liebre de ojos de ámbar que se mezcla en un bolsillo con las monedas, y termina, como todo auténtico viaje, con el descubrimiento de uno mismo.

«El libro de la década… Una obra maravillosa, para ser conservada y leída una y otra vez por tantas generaciones como describe».

The Times Literary Supplement

«La mejor lección de historia imaginable».

The New Yorker

Edmund de Waal La liebre con ojos de ámbar - Una herencia oculta ePub r10 - photo 2

Edmund de Waal

La liebre con ojos de ámbar - Una herencia oculta

ePub r1.0

Titivillus 06.12.16

Título original: The Hare with Amber Eyes

Edmund de Waal, 2010

Traducción: Marcelo Cohen

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Para Ben Matthew y Anna y para mi padre Aun cuando uno ya no tenga apego por - photo 3

Para Ben, Matthew y Anna, y para mi padre

Aun cuando uno ya no tenga apego por las cosas, sigue importando haberlo tenido; porque siempre fue por razones que los demás no comprendían… Y bueno, ahora que estoy algo cansado para vivir con otros, estos viejos sentimientos del pasado, tan personales e individuales, me parecen —es la manía de los coleccionistas— muy valiosos. Abro mi corazón para mí como si fuese una vitrina y examino una a una todas esas historias de amor de las que el mundo no puede saber nada. Y de esta colección, a la que más unido estoy entre las mías, me digo, un poco como decía Mazarino de sus libros, pero en realidad sin la menor aflicción, que tener que dejarlo todo sería muy fatigoso.

CHARLES SWANN

MARCEL PROUST, Sodoma y Gomorra

EDMUND DE WAAL Nottingham 1964 es uno de los ceramistas contemporáneos más - photo 4

EDMUND DE WAAL (Nottingham, 1964) es uno de los ceramistas contemporáneos más cotizados del Reino Unido, y sus obras se han expuesto en diferentes museos y colecciones, entre ellos el Victoria & Albert Museum y la Tate Britain. Es profesor de cerámica en la Universidad de Westminster y vive en Londres.

Su tío abuelo falleció en Tokio en 1994 y le legó 264 netsukes, unas delicadas miniaturas japonesas. ¿Qué habrán visto desde que fueron creadas?, se preguntó. La respuesta fue La liebre con ojos de ámbar, una apasionante, bella y sutil historia de su familia, poblada de banqueros, aristócratas y artistas, con cameos de Proust, Renoir, Strauss, Rilke, la reina de Inglaterra, los Rotschild… Cuando se publicó, nada hacía presagiar ningún éxito especial. La tirada inicial fue de 3.000 ejemplares… y hoy, ya alcanza los 500.000 en inglés, con el libro vendido, además, a 24 países.

La elegancia y precisión de la prosa de De Waal tiene una correspondencia invisible con los ambientes y lugares que describe. Si hay autores que utilizan elementos atmosféricos o geográficos para, en el fondo, hablar del alma de sus personajes, De Waal consigue lo mismo a través del interiorismo, de la descripción de pequeños objetos decorativos, arquitectónicos y artísticos.

Notas

[1] Los netsuke son esculturas en miniatura cuyo origen se remonta al Japón del siglo XVI. Aparecieron para satisfacer una necesidad práctica —como pasadores para sujetar el injo, la caja plana donde se llevaban implementos de la vida cotidiana, a la faja del kimono—, y al comienzo eran de bambú o de madera. Pero durante el siglo XVIII su elaboración con materiales diversos, como el marfil, evolucionó hasta hacerse exquisita en manos de ciertos maestros artesanos, cada uno de los cuales les imprimía su sello particular. [Todas las notas son del traductor].

[2] En francés hôtel significa no sólo «hotel», sino también, como en este caso, «palacio» o «palacete».

[3] Un lit de parade es una cama lujosa del mobiliario renacentista; la traducción literal sería «cama de gala» o «cama principesca» (e incluso «de postín»).

[4] Un mahout es la persona que maneja y conoce a un elefante. En hindi, la palabra significa precisamente «montador de elefantes».

[5] Objetos alargados, por lo general pinturas o caligrafías, que se cuelgan de la pared en sentido vertical.

[6] Joseph Roth, La tela de araña, traducción de Javier Orduña, Acantilado, Barcelona, pp. 9, 11 y 12.

[7] Joseph Roth, Judíos errantes, traducción de Pablo Sorozábal Serrano, Acantilado, 2008, p. 272.

[8] Stefan Zweig, La embriaguez de la metamorfosis, traducción de Adan Kovacsics, Acantilado, 2000, p. 33.

Prefacio

E n 1991 una fundación japonesa me concedió una beca por dos años. La idea era dar a siete jóvenes ingleses con intereses profesionales diversos —ingeniería, periodismo, industria, cerámica— conocimientos básicos de idioma japonés en una universidad de nuestro país, durante un año, seguido de otro en Tokio. Nuestra fluidez contribuiría a forjar una nueva era en los contactos con Japón. Éramos la primera tanda del programa y había expectativas muy altas.

Durante el segundo año pasábamos las mañanas en la escuela de idiomas de Shibuya, en una colina al abrigo del fárrago urbano de puestos de comida rápida y almacenes de electrodomésticos de saldo. Tokio se estaba recuperando de la depresión posterior a la burbuja económica de los ochenta. De pie en el cruce peatonal, el más transitado del mundo, viajeros de cercanías oteaban pantallas en donde el índice Nikkei de la Bolsa no paraba de subir. Para evitar lo peor de la hora punta del metro, yo solía ponerme en marcha una hora antes; me reunía con otro estudiante, un arqueólogo mayor que yo, y camino a las clases tomábamos café con bollos de canela. Por primera vez desde mis tiempos de escolar tenía deberes, deberes propiamente dichos: ciento cincuenta kanji, los caracteres japoneses, que aprender por semana; el análisis sintáctico de una columna de periódico; docenas de frases coloquiales que repetir cada día. Nunca había sentido tanto pavor. Los otros estudiantes, más jóvenes, bromeaban en japonés con los maestros sobre programas de televisión o escándalos políticos. En la escuela había unas puertas de metal verde y me acuerdo de que una mañana les di una patada y pensé «Heme aquí con casi veintiocho años y pateando la puerta de una escuela».

Las tardes eran para mí. Dos veces por semana las pasaba en un taller de cerámica que compartía con medio mundo, desde empresarios retirados que hacían teteras hasta estudiantes que emitían proclamas vanguardistas por medio de arcilla roja y tela metálica. Uno pagaba su cuota, cogía un banco o un torno y lo dejaban a su aire. Yo empecé a trabajar por primera vez en porcelana, plegando suavemente los bordes de jarras y teteras después de sacarlas del torno.

Venía haciendo cacharros desde mi infancia y le había dado la lata a mi padre para que me llevara a unas clases nocturnas. Mi primer cacharro fue un cuenco hecho a mano que esmalté en blanco opalescente con una pizca de azul cobalto. La mayoría de las tardes de escolar las pasé en un taller de cerámica y a los diecisiete dejé el colegio para entrar como aprendiz de un hombre austero, un devoto del ceramista Bernard Leach. Él me educó en el respeto por el material y la aptitud del propósito. Yo hacía cientos de soperas y potes para miel, de arcilla gris, y barría el piso. Lo ayudaba a preparar las resinas, meticulosos recalibrados de colores orientales. Él nunca había estado en Japón pero tenía estantes llenos de libros sobre cerámica japonesa: bebiendo nuestros jarros de café matutino discutíamos sobre los méritos de ciertas teteras. «Cuídate del gesto gratuito —solía decir—; menos es más». Trabajábamos en silencio u oyendo música clásica.

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