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Pedro Cayuqueo - Fuerte Temuco y otras crónicas mapuche

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Pedro Cayuqueo Fuerte Temuco y otras crónicas mapuche
  • Libro:
    Fuerte Temuco y otras crónicas mapuche
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Fuerte Temuco y otras crónicas mapuche: resumen, descripción y anotación

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Bienvenidos al siglo XXI

Cada día estoy más convencido. La lucha mapuche en Chile por reconocimiento, recuperar sus tierras o participar de la vida política es la lucha del siglo XXI contra el XIX. De la modernidad contra el oscurantismo. Chile, en muchos aspectos, es un Estado anclado en otro siglo. Lo es en su estructura estatal, en su matriz económica y en los supuestos filosóficos que sostienen su todavía endeble identidad nacional.

Y si el Estado es una reliquia, la sociedad chilena no digamos que destaca por su vanguardismo. Gran parte de los chilenos mayores de cincuenta años cree a pie juntillas en aquella fábula del Estado-nación blanco y descendiente de europeos. Y aquella otra de los indios porfiados y salvajes.

Hablo del Chile unitario, monocultural y monolingüe forjado por el pensamiento conservador del siglo XIX. Y donde los mapuche —editorializaba El Mercurio de Valparaíso en 1859— eran una «horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y el bien de la civilización».

Son las ideas que defiende en pleno siglo XXI, siglo de globalización cultural, de Twitter, Facebook, Netflix y acceso casi ilimitado a nuevas fuentes de información y conocimiento, el octogenario historiador Sergio Villalobos.

Sus libros, que aún repletan estantes escolares, hablan de aquel Chile. El Chile de la «civilización» contra la «barbarie», de la «virtud» contra el «vicio». El Chile de los mapuche «flojos y borrachos» de Benjamín Vicuña Mackenna, parlamentario, filoso columnista y, por si no bastara, historiador como Villalobos.

No me consta si alcanzaron a conocerse.

El Chile del «indios malos en tierras buenas» de Diego Barros Arana, tal vez el historiador del siglo XIX más perseverante en retratar a los mapuche como holgazanes buenos para nada.

En pleno siglo XXI, los nombres de Vicuña Mackenna y Barros Arana pueblan calles y avenidas de Arica a Tierra del Fuego. ¿Sucederá lo mismo con Sergio Villalobos? Es probable. Ya le otorgaron el Premio Nacional de Historia. Fue al año 1992, año del «Encuentro de Dos Mundos», de los festejos por el Quinto Centenario y del rey de España paseando por Valdivia.

Carlos Aldunate, director del Museo de Arte Precolombino, resumió esta mirada decimonónica en una reciente entrevista con revista Qué Pasa. Y lo hizo, a mi parecer, de manera magistral.

«La nación chilena —señaló Aldunate— la decidieron en una mesa la elite política y económica. Y lo hicieron a través de la educación. Se puede gobernar mucho mejor a un pueblo que tiene una sola identidad que a muchos pueblos diferentes».

Los mapuche, «un pueblo que habitaba entre el Biobío y el Toltén». Habitaba, en pasado. Lo leí hace poco en un manual escolar de la asignatura de Historia de Amankay, mi hija de nueve años. No resulta extraño entonces que muchos chilenos repitan como loros que los mapuche no existen. Y que otros, desde destacadas tribunas públicas, lo prediquen sin filtro ni pudor a los cuatro vientos.

Fernando Villegas es uno de ellos. Su antimapuchismo a estas alturas llega a ser caricaturesco. Invitado a charlar sobre el conflicto sureño, tuve oportunidad de decírselo en cámara en el programa Tolerancia cero. Se molestó bastante. «No me caricaturices, Pedro», me lanzó en medio de la entrevista, ofuscado, cuando ironicé con el apocalipsis zombi que presagiaba para la Araucanía.

Raro personaje este Villegas. Él gusta, como pocos, de las caricaturizaciones. El domingo pasado, en su habitual columna de opinión de La Tercera, a Huenchumilla lo tildó de «gran cacique», «lonko ad honorem», «werkén» y «posible toqui», y a la CAM de ser «el IRA del sur de Chile». Villegas, el niño símbolo del sarcasmo intelectual, molesto al recibir algo de su propia medicina.

«Ya era hora que pasara», fue el comentario de mi santa madre, satisfecha al parecer con mi performance. Y no se trata de polemizar por polemizar. Se trata de fijar un límite a la tontera, rayar la cancha. Ridiculizar al ridículo. Aquello era Villegas y su discurso del inminente apocalipsis mapuche. The Walking Mapu Dead.

«¿Hasta dónde quieren ustedes llegar?», me lanzó en otro momento del programa, y visiblemente atormentado. No recuerdo exactamente qué respondí. Preocupado estaba de no estallar en carcajadas. De seguro traté de calmarlo, asegurándole que nadie con plumas y machetes aparecería por su casa una tranquila mañana de domingo.

Espero respire más tranquilo. De corazón lo espero. Créanme.

¿Busca el pueblo mapuche con su lucha centenaria destruir Chile o retornar al pasado? Para nada. Y allí parte el problema.

Mientras los mapuche habitamos hace rato el siglo XXI, Chile y los chilenos —no todos, lo tengo más que claro— no terminan aún de dejar atrás el siglo XIX. Y a ratos incluso el XVIII. Temerosa de Dios y obediente de la autoridad, parte de la sociedad chilena sigue habitando aquel viejo fuerte militar de la Colonia. A buen resguardo sus cabelleras de los «pieles rojas». Y de su barbarie libertaria, salvaje y pecaminosa.

¿Es posible dialogar si habitamos siglos tan diferentes?

La demanda mapuche poco tiene que ver con el pasado. Trata, sobre todo, del futuro y de cómo forjar en este rincón del planeta relaciones interétnicas respetuosas. Puede que sea, inclusive, el desafío más moderno que hoy enfrenta este Chile constituyente.

Hectáreas más o hectáreas menos, el conflicto Estado-pueblo mapuche abre discusiones de primer orden en el concierto mundial. Reformas en la estructura de los Estados, descentralización del poder político, profundización del sistema democrático, innovadoras formas de ciudadanía y modelos de desarrollo alternativos.

De ello trata hoy la demanda mapuche.

Bienvenidos todos al siglo XXI. Tú también, Fernando.

Fentren newen, valiente ministra

Lo dije, y muchos de los asistentes a la IX Convención Nacional de la Cultura en Temuco me miraron extrañados. Sí, es probable que el futuro Ministerio de Cultura sea el más importante, a largo plazo, para los pueblos indígenas. Incluso más que el de Asuntos Indígenas, por estos meses también en proceso de consulta.

Y es que convencido estoy de que junto a la entrega de tierras o de las políticas públicas orientadas «al mundo indígena», lo que Chile necesita y de manera urgente es un cambio cultural profundo. Un mirarse al espejo, un reconciliarse con su historia, con su morenidad y con un presente para nada merecedor de aplausos.

Pasar del Chile monocultural y monolingüe al Chile pluricultural y plurilingüe; del Chile del «Estado-nación», «único e indivisible» al Chile plurinacional donde la diversidad deje de ser vista como una amenaza o como algo de tercera categoría. Es el desafío que tiene por delante la ministra Claudia Barattini y todos quienes integran su cartera.

Se los dije en Temuco, donde fui invitado a exponer mis puntos de vista junto al poeta Elicura Chihuailaf y el antropólogo Rosamel Millamán, entre otros intelectuales mapuche.

Un paso gigantesco ha sido la consulta indígena, por más que esto genere críticas en aquellos que no entienden que gran parte del conflicto actual se resume en el no diálogo, en la no participación, en el no reconocimiento y en la no comprensión del otro como un igual en su diferencia.

El Mostrador, un medio independiente, ha encabezado en las últimas semanas una insólita campaña de ataques contra la ministra por su porfía de cumplir acuerdos internacionales que son ley de la República.

Se cuestiona, en lo medular, el «atraso extremo» de la agenda legislativa del Consejo de la Cultura y las Artes por causa de la consulta indígena y el cumplimiento del Convenio 169 de la OIT. Y también el «poco avance» en otras áreas claves para los destinos culturales del país, la humanidad y el bendito ego de un selecto grupo de artistas y gestores culturales capitalinos.

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