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Oswald Spengler - La decadencia de Occidente I

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Oswald Spengler La decadencia de Occidente I
  • Libro:
    La decadencia de Occidente I
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1918
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La decadencia de Occidente I: resumen, descripción y anotación

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La decadencia de Occidente se editó por primera vez en España en 1923 Oswald - photo 1

La decadencia de Occidente se editó por primera vez en España en 1923. Oswald Spengler había comenzado a escribir esta obra cuando la Primera Guerra Mundial interrumpió su tarea, y claro, la extendió, en varios sentidos. Ortega firma el prólogo de la edición española y escribe, casi de paso hacia otra reflexión: «… la guerra mundial, que no ha sido tan mundial como se dice…»; con ello se hace eco del punto de vista/palanca que el autor propone como explicación de su trabajo: Occidente no lo es todo y, además, se acaba. Y lo demuestra. Spengler maneja una ingente cantidad de información: baraja números, música, catedrales e hipótesis científicas con lo mágico, el sino y las eternas preguntas sin respuesta del hombre; sitúa su luz sobre los hechos en ángulos distintos de los acostumbrados y alumbra diferentes aspectos de las mismas cosas. Para él la historia está habitada de seres/culturas que nacen, crecen, se multiplican y mueren. Un monumental intento de establecer una filosofía de la Historia que establezca un marco global de comprensión de los hombres y las sociedades en el transcurso del tiempo. El primer tomo se publicó en 1918 y el segundo en 1922.

Oswald Spengler La decadencia de Occidente I ePub r10 Titivillus 010116 - photo 2

Oswald Spengler

La decadencia de Occidente I

ePub r1.0

Titivillus 01.01.16

Título original: From dawn to decadence

Oswald Spengler, 1918

Traducción: Manuel García Morente

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

OSWALD SPENGLER Blankenburg 1880 Múnich 1936 se doctoró en 1904 en la - photo 3

OSWALD SPENGLER Blankenburg 1880 Múnich 1936 se doctoró en 1904 en la - photo 4

OSWALD SPENGLER (Blankenburg, 1880 – Múnich, 1936) se doctoró, en 1904, en la Universidad de Halle con una tesis sobre Heráclito. Ejerció como profesor de secundaria hasta que la pequeña herencia que le dejó su madre le permitió trasladarse a Múnich y dedicarse a la investigación. Exento del servicio militar por problemas de salud, Spengler no participó directamente en la Primera Guerra Mundial, pero la contienda influyó decisivamente en sus reflexiones sobre la política y la historia. El primer volumen de La decadencia de Occidente, la obra que catapultó al autor a la fama, apareció en 1918 y el segundo volumen, en 1922.

Notas

NOTAS A LA INTRODUCCIÓN

[1] Véase parte II, cap. IV, núm. 15.

[2] Kant cometió un error de trascendencia enorme, y que todavía no ha sido remediado, cuando puso al hombre exterior e interior en relación esquemática con los conceptos de espacio y tiempo, conceptos multívocos y, sobre todo, no invariables; lo que vino a enlazar de una manera errónea estos conceptos con la aritmética y la geometría. En lugar de esto, quede aquí, al menos, enunciada la oposición mucho más honda entre el número matemático y el número cronológico. La aritmética y la geometría son ambas cálculos de espacio, y en sus más altas esferas no se distinguen una de otra. En cambio, el cálculo del tiempo, cuyo concepto el hombre ingenuo comprende clarísimamente por sentimiento, contesta a la pregunta ¿cuándo? y no a las preguntas ¿qué? o ¿cuánto?

[3] La profundidad de la combinación formal y la energía de la abstracción empleadas, por ejemplo, en las investigaciones sobre el Renacimiento, o en la historia de las emigraciones de los pueblos, son muy inferiores —el capacitado para ello lo siente al punto— a las que evidentemente requiere la teoría de las funciones y la óptica teórica. Junto al físico y al matemático, da el historiador la impresión de abandonado, tan pronto como deja de coleccionar y ordenar materiales para entrar en su interpretación.

[4] La palabra significa literalmente denuncia. Era una acusación judicial gravísima, porque se sustanciaba ante el Consejo (boulh) y no admitía demora en la aplicación de la pena. (N. del T.)

[5] Los ensayos que mucho más tarde empezaron a hacer los griegos, siguiendo el modelo de Egipto, para constituir algo así como un calendario o una cronología, son de la mayor ingenuidad. El cómputo del tiempo por olimpiadas no es una era, como lo es, por ejemplo, la cristiana: además, fue solo un recurso erudito y no de uso corriente en el pueblo. El pueblo no sentía la necesidad de una regla cronológica para fijar y conservar los recuerdos de los padres y de los abuelos: solo algunos sabios se interesaban aisladamente por los problemas del calendario. Lo importante no es saber si un calendario es bueno o malo, sino si está en uso, esto es, si la vida de la generalidad transcurre conforme a él. Pero la lista de los olimpiónicos anterior al año 500 es una invención, como asimismo la de los arcontes atenienses y la de los cónsules romanos. No hay una sola fecha exacta referente a las colonizaciones (E. Meyer, Historia de la Antigüedad, II, pág. 442; Beloch, Historia de Grecia, I, 2, pág. 219). «Antes del siglo V no se le ocurre a nadie en Grecia tomar nota de los acontecimientos históricos» (Beloch, I, 1, pág. 125). Poseemos el texto de un contrato entre Elis y Herea, que deberá regir cien años a partir del año actual. Pero no se dice cuál sea el año actual. Pasado algún tiempo, no se sabría ya cuántos años llevaba el contrato en vigor, y nadie, evidentemente, pensó en esta dificultad. Es probable que aquellos hombres del puro presente lo olvidaran muy pronto. El carácter legendario-pueril de la historia entre los antiguos se manifiesta en que el haber fechado ordenadamente los hechos, por ejemplo, de la «guerra de Troya», que corresponde al estadio de nuestras Cruzadas, hubiérase tenido por contrario al buen estilo. Igualmente la geografía de los antiguos es muy inferior a la de los egipcios y babilonios. E. Meyer (Historia de la Antigüedad, III, pág. 102) demuestra que Herodoto conocía las formas del África (por fuentes pérsicas) mejor que Aristóteles. Otro tanto puede decirse de los romanos, herederos de los cartagineses. Empezaron repitiendo los conocimientos ajenos y luego los olvidaron.

[6] El Mahavamsa es una Historia de Ceilán que abarca desde el siglo V a. C. hasta mediados del siglo V d. C. Está en verso y su autor fue Mahanama. Es el primer libro escrito en pali que se conoció en Europa. En 1837 publicó G. Tournour una traducción. Sobre el Mahavamsa puede leerse: W. Geiger, Dipavamsa und Mahavamsa, Leipzig, 1905. (N. del T.)

[7] En cambio, es un símbolo de primer orden y sin ejemplo en la historia del arte, el hecho de que los helenos, en contraposición a la primitiva época meceniana, abandonaran la edificación con piedra —en un país riquísimo en materiales pétreos— y volvieran a emplear la madera, lo cual explica la ausencia de restos arquitectónicos entre 1200 y el 600. La columna egipcia fue desde un principio de piedra; la columna dórica, de madera. En esto se manifiesta la profunda hostilidad del alma «antigua» a la duración.

[8] ¿Dónde está la ciudad griega que haya realizado una sola obra considerable, con el pensamiento puesto en las generaciones venideras? Los sistemas de carreteras y canales que han podido señalarse en época miceniana, esto es, preantigua, decayeron y se olvidaron al venir al mundo los pueblos «antiguos», es decir, al irrumpir los tiempos homéricos. La escritura literal no fue adoptada por los antiguos hasta después del año 900, y en muy limitadas proporciones, seguramente reducidas a los fines económicos más apremiantes. Este hecho extraño, que está demostrado con certeza plena por la falta de inscripciones, resulta tanto más extraordinario cuanto que en las culturas egipcia, babilónica, mexicana y china la formación de la escritura comienza en el más remoto pasado; los germanos crearon un alfabeto rúnico y mostraron luego su respeto hacia la escritura inventando de continuo caracteres de letras ornamentales. En cambio, la primitiva antigüedad ignoró por completo las varias escrituras que eran de uso corriente tanto en el sur como en el Oriente. Poseemos numerosas inscripciones de los hititas de Asia Menor, y de Creta: pero ni una sola de la época homérica (parte II, cap. II, núm. 13).

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