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Magnus Mörner - Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Rio de la Plata

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Magnus Mörner Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Rio de la Plata
  • Libro:
    Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Rio de la Plata
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1968
  • Índice:
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Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Rio de la Plata: resumen, descripción y anotación

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I

LOS COMIENZOS

1585-1628

El esbozo de los planes para el establecimiento de misiones entre los guaraníes del Paraguay se inició a mediados del siglo XVI, casi 30 años antes de la unión hispanoportuguesa y en una época en que los jesuitas, recién establecidos en Brasil, aún no tenían representación en las colonias españolas de América. Por entonces, unos españoles de Asunción habían llegado ya a San Vicente y, según los miembros portugueses de la Orden, instaron a los jesuitas a ir al Paraguay para ocuparse del cuidado espiritual de indios y blancos. Nóbrega, el padre provincial, se mostró entusiasmado ante el proyecto, especialmente porque, como patriota portugués, vislumbraba la posibilidad de intensificar así los reclamos de Portugal sobre el Paraguay que, por cierto, se hallaba dentro de la siempre variable Línea de Demarcación. El gobernador general de Brasil, sin embargo, se opuso al proyecto, principalmente para evitar la dispersión de los modestos recursos de la colonia; el problema pasó, en consecuencia, a consideración de los superiores de la Orden jesuítica. En 1556, el secretario de Loyola analizó la situación en una carta dirigida a un jesuita de la Corte de Felipe II: allí sostiene que si Nóbrega envía sacerdotes al Paraguay, ha de contar con la previa autorización expresa del rey de España. Todos los intentos de los jesuitas en pos de la obtención de tal permiso del Consejo de Indias resultaron infructuosos: el proyecto paraguayo no prosperó.

Francisco de Victoria, un dominicano portugués de origen judío, que antes de convertirse en religioso había actuado como comerciante en Perú fue el obispo de Tucumán en la década de 1580. Hemos comentado ya cómo, en 1585, envió el primer barco de carga desde el Río de la Plata a Brasil: por medio de ese barco dirigió, asimismo, un mensaje al jesuita provincial de Bahía solicitando sacerdotes dispuestos a trabajar en las misiones de la región del Plata y, simultáneamente, formulo un pedido similar al provincial peruano. Se ha señalado ya que los jesuitas estaban establecidos en Perú desde 1560: de ellos, unos pocos llegaron a Tucumán en 1585; dos años más tarde, procedente de Brasil, arribó un nuevo grupo a bordo de la nave de Victoria, tras haber sido ésta interceptada por piratas ingleses que se apoderaron de todos los bienes pertenecientes a los jesuitas y al obispo. Inicialmente, los jesuitas portugueses supusieron que la región del Río de la Plata integraría la provincia jesuítica del Brasil; la presencia de los jesuitas peruanos, sin embargo, dio por tierra con su proyecto, y, en consecuencia, el superior que había sido asignado a esa zona regresó a Brasil, mientras que los restantes, tres en total, fueron destinados a las misiones que rodeaban Asunción. De acuerdo con las instrucciones generales de Felipe II que establecían la separación de las misiones españolas y las portuguesas, Aquaviva, General de la Orden, emitió un decreto, según el cual, la región del Río de la Plata pertenecía a Perú, lo que, al menos provisionalmente, resolvía el problema.

Resulta muy difícil discernir los motivos a los que obedecía la actitud de Victoria: es decir, si su requerimiento simultáneo de jesuitas a Brasil y Perú respondía a la necesidad de misioneros, que es en sí suficiente razón, o si, al menos parcialmente, implicaba un intento de estrechar los vínculos comerciales, entonces muy importantes, entre Perú y Brasil. Hacia 1588, Victoria renunció a su obispado y regresó a España.

Poco tiempo después de su llegada al Río de la Plata, los jesuitas habían concentrado sus esfuerzos en dos tareas fundamentales: la misión consagrada a los indios y la prédica destinada a los españoles de Tucumán y Paraguay, especialmente en Guairá; aunque con frecuencia lograban realizar, mediante las misiones ambulantes, muchos bautismos, los resultados permanentes fueron mínimos. Para su subsistencia, los jesuitas dependían exclusivamente de la generosidad de colonizadores y prelados. Ya en la década de 1590, dos nuevos grupos misioneros llegaron, procedentes de Perú, a la región del Río de la Plata.

Enviado en calidad de visitador por el General de la Orden, Esteban Páez llegó a Perú en 1599, con el objeto, fundamentalmente, de encontrar la manera y los medios de mantener la disciplina interna en la extensa provincia jesuítica, cosa que el provincial no había conseguido. Había recibido instrucciones precisas —que han de ser consideradas en función de los antecedentes mencionados— de disponer el establecimiento, en Santiago del Estero o en Córdoba, de todos los jesuitas que hasta entonces no hubieran sido visitados por un provincial. Es probable, además, que Páez comprendiera la magnitud de los inconvenientes que enfrentaban las misiones viajeras, obligadas a cubrir grandes distancias: en tanto sus características dificultaban el control de los miembros individuales por un superior, sus resultados eran, decididamente, menos satisfactorios que los del trabajo misionero constante dentro de áreas restringidas. El más íntimo colaborador de Páez, elegido por él, fue Diego de Torres Bollo, que con gran eficacia había dirigido una misión permanente en Julí, en el Alto Perú. La elección de Páez resulta significativa: Torres, nacido en Castilla en 1550 fue, al parecer, un hombre talentoso, idealista y extraordinariamente vigoroso, enemigo —dado su temperamento— de toda transacción. En 1601, Torres fue enviado ante el General de la Orden como procurador, con la propuesta de la congregación jesuítica peruana que, con el fin de aliviar el trabajo de los superiores, aconsejaba la división de la provincia jesuítica del Perú en dos subprovincias: Nueva Granada, al norte, y un sector que incluyera la región del Plata, luego denominado Santa Cruz de la Sierra, al sur. La orden de Páez, entretanto, había sido cumplida; sólo uno de los jesuitas de Paraguay, el irlandés Fields, permanecía en Asunción, los colonizadores convencidos de que la causa del alejamiento de los jesuitas había sido la extrema pobreza del Paraguay, recibieron estas medidas con el mayor desagrado.

Simultáneamente, los superiores de la provincia jesuítica peruana solicitaron de los de Brasil el envío de misioneros a la región del Río de la Plata. ¿Fue realmente la intención de Páez entregar la misión del Paraguay a la provincia brasileña? Sea como fuere, Fields, el único que allí quedaba de los tres jesuitas llegados desde Brasil, defendió, naturalmente, esta tesis en una carta dirigida en 1601 al General de la Orden: a su criterio, la comunicación con Paraguay y Buenos Aires era más accesible desde Brasil que desde Perú; por otra parte, el hecho de que la mayoría de los indios del Paraguay y del sur de Brasil hablaba diversas formas de una misma lengua —tupí-guaraní— mientras en el oeste dominaban el quechua y sus dialectos, constituía también una ventaja desde el punto de vista práctico. Empero, el superior de las misiones del Río de la Plata, Juan Romero, no coincidía con Fields, y señaló, en una carta dirigida al provincial peruano, que el rey no deseaba el establecimiento de comunicación alguna por tierra entre Brasil y Paraguay.

Torres había conseguido ya la aprobación del General para el proyecto de división de la provincia peruana cuando fueron recibidas en Roma las quejas de los jesuitas del Río de la Plata respecto del abandono de importantes zonas de misión; probablemente llegó también, entonces, la carta de Fields. Aquaviva cambió inmediatamente de opinión y decidió que la región del Río de la Plata y Chile constituirían una provincia jesuítica independiente, denominada Paraguay. Luego, en marzo de 1604, notificó su decisión a Torres, que se hallaba en España en una etapa de su viaje de regreso, y lo nombró provincial. Aquaviva había autorizado a Torres a reclutar 45 jesuitas italianos y españoles, pero fue necesaria la intervención del todopoderoso duque de Lerma —obtenida por los jesuitas— para que el Consejo de Indias permitiera su partida hacia América.

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