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SINOPSIS
Somos adictos. Nos obsesionamos con el correo electrónico, los «me gusta» en Instagram y la actividad en Facebook; vemos capítulos de series sin descanso; y pasamos una media de tres horas al día absortos en nuestro smartphone.
En su revolucionario libro, el profesor de Psicología y Marketing de la Universidad de Nueva York Adam Alter analiza el auge de las adicciones del comportamiento y explica por qué tantos de los productos que consumimos hoy día son irresistibles. Estos milagrosos productos tienen el poder de acortar las distancias que nos separan de las personas de cualquier parte del mundo, pero su extraordinario —y en ocasiones perjudicial— magnetismo no es fruto de la casualidad. Las empresas que diseñan estos productos los ajustan y reajustan hasta que logran que sea prácticamente imposible resistirse a ellos.
A través de un relato trepidante y haciendo uso de ejemplos con los que todo lector empatizará, Alter analiza los mecanismos de las adicciones del comportamiento para explicarnos cómo dar buen uso a estos productos adictivos —para mejorar la forma de comunicarnos los unos con los otros, de gastar y ahorrar dinero o de marcar las fronteras entre el trabajo y el ocio— y cómo mitigar sus efectos más nocivos en cuanto a nuestro bienestar y a la salud y felicidad de nuestros hijos.
Para Sara y Sam
PRÓLOGO
Nunca te enganches a tu propia mercancía
En un congreso de Apple en enero de 2010, Steve Jobs presentó el iPad:
Este dispositivo es extraordinario. Proporciona la mejor forma de navegar en la red, es mucho mejor que un portátil y mucho mejor que un smartphone [...]. Es una experiencia increíble [...]. Y es maravilloso para enviar correos: escribir en él es una delicia.
Jobs dedicó noventa minutos a explicar por qué el iPad era la mejor forma de ver fotografías, escuchar música, aprender con iTunes U, utilizar Facebook, jugar y disfrutar de miles de aplicaciones. Creía que todo el mundo debía tener su propio iPad.
Y, aun así, no dejaba que sus hijos lo usaran.
A finales de 2010, Jobs dedicaban a inventar productos tecnológicos seguían la regla de oro de los traficantes de drogas: nunca te enganches a tu propia mercancía.
Resulta inquietante. ¿Por qué los tecnócratas más importantes de la esfera pública son, a su vez, los mayores tecnófobos en su vida privada? ¿Os imagináis qué alboroto si los líderes religiosos no dejaran a sus hijos ser practicantes? Muchos expertos Su videojuego favorito es Myst, lanzado en 1993, cuando los ordenadores todavía eran demasiado aparatosos para soportar gráficos. Según me dijo, la única razón por la que se permitía jugar a Myst era que su ordenador se quedaba colgado cada media hora y tardaba una eternidad en reiniciarse.
Greg Hochmuth, uno de los ingenieros fundadores de Instagram, se dio cuenta de que estaba construyendo
A estos expertos en tecnología no les faltan razones para estar preocupados. Trabajar al filo de lo posible les permitió descubrir dos cosas. La primera es que nuestra comprensión de la adicción es demasiado limitada: tendemos a pensar que la adicción es algo inherente a algunas personas, a las que colocamos la etiqueta de adictos. Adictos a la heroína en casuchas abandonadas. Fumadores compulsivos adictos a la nicotina. Adictos a las pastillas con receta. Esta etiqueta implica que son distintos del resto de la humanidad. Tal vez un día logren superar sus adicciones, pero por ahora pertenecen a una categoría propia. Pero lo cierto es que una de las causas más importantes que propician las adicciones es el entorno y las circunstancias que rodean a la persona. Y Steve Jobs lo sabía. No dejaba que sus hijos usaran el iPad porque, a pesar de que su situación privilegiada los alejaba de convertirse en adictos a alguna sustancia, sabía que eran susceptibles a los encantos del iPad. Estos emprendedores son conscientes de que las herramientas que promueven —diseñadas para ser irresistibles— atrapan a los usuarios indiscriminadamente. No existe una línea definida que separe a los adictos del resto de nosotros. Todos estamos a un producto o a una experiencia de desarrollar nuestras propias adicciones.
Los expertos en tecnología de los que hablaba Bilton también descubrieron que la era digital, con su entorno y sus circunstancias, conduce a las adicciones con muchísima más facilidad que cualquier otro contexto que hayamos conocido en la historia de la humanidad. En la década de 1960 nadábamos en unas aguas que contenían contados anzuelos: cigarrillos, alcohol y otras drogas caras y, en general, inaccesibles. En la década de 2010, esas mismas aguas están repletas de anzuelos: está el anzuelo de Facebook; el anzuelo de Instagram; el anzuelo de la pornografía; el anzuelo de los correos electrónicos; el anzuelo de las compras en línea; entre muchos otros. La lista es larga, mucho más de lo que hayamos visto jamás, y solo estamos empezando a descubrir el poder de dichos anzuelos.
Los expertos de Bilton se mantenían alerta porque eran conscientes de que las tecnologías que diseñaban eran irresistibles. En comparación con la tosca tecnología de los años noventa y de la primera década del siglo XXI , la tecnología moderna es eficiente y adictiva. Cientos de millones de personas
Los «me gusta» en Facebook o en Instagram, completar una misión en World of Warcraft o ver que cientos de usuarios de Twitter han compartido uno de tus tuits logran tocar esas fibras. Las personas que se dedican a crear y refinar la tecnología, los juegos y las experiencias interactivas saben muy bien lo que hacen. Llevan a cabo miles de pruebas con millones de usuarios para discernir qué cambios funcionan y cuáles no: qué colores de fondo, tipografías y elementos de audio maximizan la participación y minimizan la frustración. A medida que la experiencia evoluciona, se transforma en una versión irresistible de la experiencia original que termina convirtiéndose en un arma. En 2004, Facebook era entretenido; en 2016, es adictivo.
Los comportamientos adictivos no son nada nuevo, de capítulos de series y el uso del smartphone, son relativamente nuevas. Pero todas son cada vez más difíciles de resistir.
Paralelamente, hemos ido agravando el problema al centrar toda nuestra atención en los beneficios que nos aporta establecer objetivos sin pararnos a considerar sus inconvenientes. En el pasado, encontramos una herramienta de motivación muy útil en el establecimiento de objetivos, dado que la mayoría de las veces los humanos preferimos gastar el menor tiempo y energía posibles. Nuestros instintos no nos dictan que seamos trabajadores, virtuosos o sanos. Pero ahora se han vuelto las tornas. Estamos tan obsesionados con hacer más cosas en menos tiempo que hemos olvidado introducir un freno de emergencia en nuestras vidas.
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