Michel Schneider - Últimas sesiones con Marilyn
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- Libro:Últimas sesiones con Marilyn
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2006
- Índice:4 / 5
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Últimas sesiones con Marilyn: resumen, descripción y anotación
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Bajo la tenue luz de una consulta del psicoanalista, tiene lugar la última sesión de Marilyn… Michel Schneider reconstruye la vida de una de las actrices más famosas de Hollywood a través de las sesiones que mantuvo con el que sería su último y más influyente psicoanalista, Ralph Greenson. La belleza rubia intentó descubrir la verdad de sí misma a través de las teorías freudianas y el psicoanálisis. Él sería el encargado de devolverle el amor, la familia y los sentimientos, como a una niña inocente. Una relación profesional que quedó truncada con la muerte de la paciente.
Michel Schneider
ePub r1.1
Titivillus 10.04.16
Título original: Marilyn dernières séances
Michel Schneider, 2006
Traducción: Ramón de España
Editor digital: Titivillus
Aporte original: Spleen
ePub base r1.2
A Marilyn
MICHEL SCHNEIDER (28 de mayo de 1944). Es escritor, musicólogo, tecnócrata, alto funcionario y psicoanalista francés. Antiguo alumno de l'ENA, comenzó su carrera en el Ministerio de Economía y Finanzas en 1971. Fue nombrado Comisario de cuentas en el Tribunal de Cuentas en 1981. Fue director de Música y Danza en el Ministerio de Cultura 1988-1991.
Siempre hay dos versiones
de una misma historia.
MARILYN MONROE
Nueva York, abril de 1955. El escritor Truman Capote asiste con Marilyn Monroe a un entierro.
—Necesito teñirme —dice ella—. Y no he tenido tiempo de hacerlo.
Le muestra una huella oscura en la línea de separación de sus cabellos.
—Mira que llego a ser inocente. Yo que siempre había pensado que eras rubia al cien por cien.
—Soy una rubia auténtica. Pero nadie lo es de una manera natural. O sea, que te zurzan.
Como el cabello de Marilyn, esta novela —estas novelas mezcladas— es realmente falsa. A diferencia de la anticuada advertencia de las viejas películas, se inspira en hechos reales, y los personajes aparecen con su auténtico nombre, salvo algunas excepciones que pretenden respetar la vida privada de personas que siguen entre nosotros. Los lugares son exactos y las fechas han sido verificadas. Las citas extraídas de sus relatos, notas, cartas, artículos, entrevistas, libros, películas, etcétera, son literales.
Puede que el falsario que soy no haya dudado en adjudicar a unos lo que otros dijeron, vieron o vivieron; en atribuirles un diario íntimo que nunca se encontró, así como artículos o notas inventadas; o en prestarles sueños y pensamientos que ninguna fuente ha confirmado.
En esta historia de amor sin amor entre dos personajes reales, Marilyn Monroe y Ralph Greenson, su último psicoanalista, unido a ella por los hilos del destino, no buscaremos ni lo real ni lo verosímil. Les veo ser lo que fueron y acepto la extrañeza del uno y de la otra como si me hablara de la mía propia.
Sólo la ficción da acceso a la realidad. Pero lo que esperamos al final de un relato, como al de una vida, no es la verdad de los seres humanos. El que escribe, que no soy yo, de la misma manera que mis personajes no son Marilyn y Ralph, observa, como si no le perteneciera, esa mano que reordena el tiempo palabra por palabra. Escribe de izquierda a derecha, pero puede leerse lo que deja en el papel como una imagen invertida en un espejo, hasta que en la oscuridad de la pantalla parpadea el mensaje NO SIGNAL.
Me gustaría que este juego de palabras secretas y de actos visibles, esta serie de imágenes borrosas atravesadas por reflejos a contrapelo, termine con un signo de interrogación cuando los personajes se fundan en la incertidumbre, y que la mano del autor se abra, vacía como la de un niño abandonado.
Hacia el final de su vida, el doctor Greenson aún se acordaba del día en que Marilyn Monroe le hizo acudir con urgencia. «Al principio, nos mirábamos como si fuésemos dos animales tan distintos que se vieran obligados a darse la espalda de inmediato tras constatar que no tenían nada que hacer juntos. Ella, tan hermosa; yo, más bien poco agraciado. La rubia vaporosa y el doctor de las angustias, menuda pareja… Pero hoy observo que eso era sólo una apariencia: yo era un animal escénico que utilizaba el psicoanálisis para satisfacer mi necesidad de agradar, y ella era una intelectual que se protegía del sufrimiento de pensar con una voz de niña y una estupidez impostada».
Marilyn se dirigió a quien iba a ser su último psicoanalista cuando estaba a punto de rodar Let’s Make Love (El multimillonario) bajo la dirección de George Cukor. Tenía a Yves Montand como compañero de reparto y como amante. Las dificultades que estaba atravesando no eran más que un nuevo episodio del penoso cumplimiento de su trabajo como actriz de Hollywood. El diván del psicoanalista se le antojaba un recurso obligado ante las crisis de cada rodaje. Para superar los problemas, inhibiciones y angustias que la paralizaban en el plató, había iniciado su primera terapia cinco años antes, en Nueva York. De manera sucesiva, había recurrido a los cuidados de dos psicoanalistas, Margaret Hohenberg y Marianne Kris. En el otoño de 1956, durante el rodaje de El príncipe y la corista, dirigida por Laurence Olivier, había tenido incluso algunas sesiones en Londres con Anna, la hija de Sigmund Freud.
A principios de 1960, la depresión le había vuelto ante las cámaras de la 20th Century Fox, que la había maltratado y mal pagado. Por contrato, le debía una última película a la productora. El rodaje de El multimillonario no acababa de despegar. A Marilyn le costaba interpretar el personaje de Amanda Dell, bailarina y cantante que se enamora de un millonario sin saber que lo es y que se ríe del dinero y de la fama. Mientras el equipo esperaba que se despertara, vencida por los barbitúricos, y llegara finalmente al rodaje con varias horas de retraso, su doble de luces, Evelyn Moriarty, interpretaba su papel. Ocupaba su espacio en el plató para que se hicieran arreglos, pruebas de cámara e, incluso, las primeras lecturas del guión con los demás actores. Al principio del rodaje, Montand le había confiado a Marilyn su propio temor a no estar a la altura, y esa angustia compartida los unió rápidamente. La película no avanzaba, bloqueada por las reescrituras del guión y las dudas de la productora. Una atmósfera de catástrofe planeaba sobre el estudio paralizado por la excesiva tolerancia, tan elegante como distraída, del director. Aunque no fuera ella la única responsable de los retrasos, la productora exigió a Marilyn que hiciera algo para no poner en peligro el desarrollo del film.
Marilyn no conocía a ningún analista en Los Angeles. Le pidió ayuda a la doctora Marianne Kris, que la trataba en Nueva York desde hacía tres años. Kris le dio el nombre de Ralph R. Greenson, uno de los terapeutas más conocidos de Hollywood, no sin antes preguntarle a éste si se haría cargo de un caso difícil. «Una mujer en crisis total, con peligro de autodestrucción por el abuso de drogas y medicamentos. Bajo una ansiedad paroxística, revela una personalidad frágil», había precisado Kris. El doctor Greenson aceptó convertirse en el cuarto psicoanalista de Marilyn Monroe.
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