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Mark Lilla - Pensadores temerarios

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Mark Lilla Pensadores temerarios
  • Libro:
    Pensadores temerarios
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2001
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Pensadores temerarios: resumen, descripción y anotación

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Mark Lilla aborda en Pensadores temerarios el intrigante tema de los diversos - photo 1

Mark Lilla aborda en Pensadores temerarios el intrigante tema de los diversos intelectuales del siglo XX que sucumbieron, en distinto grado, a la fascinación del poder totalitario, sus líderes carísmáticos o sus mesiánicas ideologías. El libro repasa, entre otras, las figuras de Martin Heidegger (en la mirada de Karl Jaspers y Hannah Arendt, Carl Schmitt, Walter Benjamin, Alexandre Kojève, Michel Foucault o Jacques Derrida. En el sugerente epílogo, «La seducción de Siracusa», Lilla propone una explicación a esa misteriosa y, por lo general, desafortunada atracción que denomina filotiranía. Los dos primeros ensayos se refieren a la filiación nazi de Heidegger y Schmitt. El resto narra la influencia casi irresistible de la otra corriente totalitaria, el marxismo, y la huella profunda que en las últimas décadas del siglo dejaron Hegel, Nietzsche y el estructuralismo.

Lilla aduce que hay un tirano agazapado en todos nosotros, un tirano que se embriaga con el Eros de su Yo proyectado hacia el mundo y que sueña con cambiar a este de raíz. Si en un ejercicio riguroso de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí mismo esa fuerza, si la dirige y controla, el impulso puede guiarlo hacia el bien y otros fines superiores. Si no, esa pasión puede llegar a dominarlo. El propio Sócrates advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son susceptibles algunos filósofos: son ellos quienes orientan las mentes de los jóvenes y los conducen a un frenesí político que degrada la democracia.

Este libro es un recordatorio de los torcidos caminos que tomaron algunas de las mentes filosóficas más notables del siglo XX y una grave profecía sobre los peligros que acechan al siglo XXI si los intelectuales —esa especie en extinción— renuncian a pensar con honestidad, y a actuar con responsabilidad, en el tortuoso pero irrenunciable ámbito de la política.

Mark Lilla Pensadores temerarios Los intelectuales en la política ePub - photo 2

Mark Lilla

Pensadores temerarios

Los intelectuales en la política

ePub r1.1

Sibelius15.11.13

Título original: The Reckless Mind. Intellectuals in Politics

Mark Lilla, 2001

Traducción: Nora Catelli

Introduccion de Enrique Krauze

Fotografía: Martin Heidegger, © PHOTO 12/ CONTACTO

Editor digital: Sibelius

ePub base r1.0

Epílogo La seducción de Siracusa Cuando Platón zarpó hacia Siracusa alrededor - photo 3

Epílogo
La seducción de Siracusa

Cuando Platón zarpó hacia Siracusa, alrededor del 368 a. C., albergaba, según él mismo relata, pensamientos contradictorios. Ya había visitado una vez la ciudad, cuando la gobernaba el temible tirano Dionisio el Viejo, y no le había seducido demasiado la relajada vida siciliana. ¿Cómo, se preguntaba, podían los jóvenes aprender a ser moderados y justos en un lugar donde «la alegría consistía en atiborrarse un par de veces al día y dormir en compañía todas las noches?». Semejante ciudad no podría nunca liberarse de un interminable ciclo de despotismo y revolución.

Entonces, ¿por qué decidió volver? Al parecer, Platón tenía un discípulo en Sicilia, tierra que ahora no se mostraba tan imposible de reformar como antes había supuesto este mismo discípulo. Se trataba de un noble llamado Dión, que en su juventud se había convertido en devoto de Platón y de la causa de la filosofía, y que acababa de enviarle una carta en la que le informaba que Dionisio el Viejo había muerto y que su hijo, Dionisio el Joven, había heredado el poder. A la vez amigo y cuñado del joven Dionisio, Dión estaba convencido de que el nuevo gobernante se sentía interesado por la filosofía y deseaba comportarse de manera justa. Todo lo que necesitaba, según el punto de vista de Dión, era recibir una buena instrucción, y nadie mejor que Platón para ofrecérsela directamente. Suplicó a su viejo maestro que lo visitara, y este, venciendo serios recelos, partió finalmente hacia Sicilia.

Existe un mito sobre Platón. De acuerdo con este mito, suele afirmarse que a él se le debe una propuesta temeraria: instituir, en las ciudades griegas, el gobierno de los «reyes filósofos». Desde esta perspectiva, su «aventura siciliana» habría sido el primer paso para hacer realidad su ambición. En 1934, cuando Martin Heidegger retomó la enseñanza universitaria tras su vergonzoso período como rector nazi de la Universidad de Friburgo, un colega ahora olvidado, para ahondar en el oprobio, le preguntó sarcásticamente: «¿De vuelta de Siracusa?». No se podría haber formulado de modo más ingenioso y acertado esta aguda observación. Sin embargo, los objetivos de Platón y los de Heidegger eran del todo diferentes. Según cuenta en su Séptima carta, Platón había soñado en ocasiones con entrar en la vida política, pero el régimen dictatorial de los Treinta de Atenas (404-403 a. C.) lo había disuadido por completo. Después, cuando el gobierno democrático que sucedió a los Treinta llevó a la muerte a su amigo y maestro Sócrates, renunció a sus ambiciones políticas. De manera similar a su personaje Sócrates en La república, Platón llegó a la conclusión de que cuando un régimen es corrupto poco puede hacerse para modificarlo, salvo que se cuente con «amigos y asociados», es decir, con aquellos que son leales amigos —desde un punto de vista filosófico— tanto de la justicia como de la ciudad. Salvo que un milagro convirtiese a los filósofos en reyes o a los reyes en filósofos, lo más que puede esperarse en política es la implantación de un gobierno moderado bajo el imperio estable de la ley.

Sin embargo, Dión era un hombre decidido en su búsqueda del milagro. Se había convencido a sí mismo —y más tarde intentaría convencer a Platón— de que Dionisio era ese espécimen tan especial: un gobernante filósofo. Platón tenía sus dudas; aunque confiaba en el carácter de Dión, sabía que «los jóvenes siempre están en condiciones de caer presa de repentinos y repetidos impulsos incongruentes». Sin embargo, también razonaba —o quizá racionalizase solo para sí mismo— que si no se aferraba a esta rara oportunidad y hacía el esfuerzo de llevar a un tirano hacia la práctica de la justicia, podría ser acusado de cobardía y de deslealtad a la filosofía. Entonces aceptó ir a Siracusa.

Pero el resultado de esta nueva visita no fue halagüeño. Lo único que quedó claro fue que Dionisio deseaba adquirir una pátina de conocimientos, pero que carecía de la disciplina y de la voluntad necesarias para someterse a los argumentos dialécticos y encaminar su vida en el sentido que indicaban las consecuentes conclusiones. (Platón lo compara con un hombre que quiere estar al sol y que solo consigue quemarse.) Así como un médico no puede curar a un paciente contra su voluntad, tampoco es posible guiar al obstinado Dionisio hacia la filosofía y la justicia. En sus conversaciones, Platón y Dión intentaron apelar a las ambiciones políticas del déspota diciéndole que, como filósofo, aprendería a dotar de buenas leyes a las ciudades que conquistaba, ganándose su amistad, y que las podría utilizar después para extender su reino más y más. Pero ni siquiera este argumento dio resultado. Dando crédito a insidiosos rumores, Dionisio comenzó a albergar sospechas respecto de las supuestas ambiciones políticas ocultas de Dión y dispuso su inmediato destierro a Siracusa. Cuando Platón fracasó en su intento de conseguir una reconciliación entre los dos amigos, también decidió partir.

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