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Martin Filler - La arquitectura moderna y sus creadores

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Martin Filler La arquitectura moderna y sus creadores
  • Libro:
    La arquitectura moderna y sus creadores
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2007
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La arquitectura moderna y sus creadores: resumen, descripción y anotación

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Alvar Aalto

Entre las paradojas más sugestivas de la arquitectura moderna está la de que dos de los exponentes principales –y primeros– de su corriente más popular –el estilo internacional– la abandonaran cuarenta años antes de que el mundo reparase en las deficiencias de un modo de construir audazmente simplificador aunque gravemente limitado, que no era sino una más entre las escuelas del movimiento moderno. Apenas cuatro años antes de codificar sus principios esenciales en sus «Cinco puntos de una nueva arquitectura», Le Corbusier comenzó a apartarse del purismo, caracterizado por los acabados impolutos y el afán de dar al edificio la forma de una máquina, y a introducir en su arquitectura los contornos biomórficos y los materiales crudos por los que habría de inclinarse en sus obras posteriores.

De la primera generación de seguidores del arquitecto franco-suizo, el más brillante fue el finlandés Alvar Aalto. Nació en 1898, once años después que su maestro, cuya habilidad para promocionarse hizo imposible que, en la época en que Aalto se formaba profesionalmente, ningún arquitecto moderno europeo en ciernes desconociese su obra. Nada confirmaba de manera tan concluyente la idea, fundamental en el proyecto revolucionario de Le Corbusier, de que el estilo internacional era susceptible de aplicarse universalmente como la aparición inesperada de un epígono de talento extraordinario en Finlandia, que entonces se consideraba (y aún hoy a menudo) un país culturalmente atrasado en los círculos cosmopolitas.

Desde un primer momento se reprochó al planteamiento de Le Corbusier que fuera menos adecuado a un clima septentrional que al del Mediterráneo, cuyas tradiciones arquitectónicas autóctonas inspiraron en buena medida su fórmula de paredes blancas, cubiertas planas y volúmenes cúbicos. Que estos elementos se aplicaran con evidente fortuna en una región subártica, en edificios que cumplían funciones muy diversas –entre ellos un sanatorio, una biblioteca, un bloque de pisos, una imprenta y la redacción de un periódico, construcciones todas proyectadas por Aalto en su país antes de 1930–, reforzó extraordinariamente la tesis corbusiana de que la nueva arquitectura podía triunfar en todo el mundo.

Sin embargo, y pese al notable reconocimiento internacional que le reportaron sus primeros proyectos adscritos al movimiento moderno cuando aún no había cumplido los treinta y cinco años (éxito relativamente precoz en un arquitecto), Aalto previó, como Le Corbusier –pero independientemente de él–, las limitaciones creativas que entrañaba el minimalismo riguroso del nuevo estilo arquitectónico. Con el lúcido escepticismo –«el don de la duda», como él lo llamaba– que fue siempre su facultad más valiosa, el arquitecto finlandés comprendió que «el modelo más importante de la arquitectura es la naturaleza, y no la máquina», como dejó escrito en 1938.

Veinte años más tarde le envió a John Burchard, primer decano de la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales del Instituto Tecnológico de Massachusetts, un telegrama que decía:

EN LOS ÚLTIMOS DECENIOS SE HA VISTO EN LA IMITACIÓN DE LA TRADICIÓN EL PEOR ENEMIGO DEL ARTE CONTEMPORÁNEO YO EN CAMBIO CREO QUE EL ENEMIGO NÚMERO UNO ES EL FORMALISMO MODERNO NO TRADICIONAL DONDE PREDOMINAN LOS ELEMENTOS INHUMANOS STOP LA VERDADERA ARQUITECTURA ES LA QUE PONE AL HOMBRE EN EL CENTRO

Sus sucesivos virajes estilísticos –del clasicismo depurado, inspirado en parte por los edificios renacentistas, al estilo internacional, y de éste a una modalidad muy personal de arquitectura orgánica– fueron bastante fáciles, porque nunca se vio constreñido por cuestiones puramente ideológicas. Experto administrador de la ambivalencia, estaba dispuesto a reunir puntos de vista aparentemente dispares en un mismo proyecto, lo que puede entenderse no solo como una cualidad personal suya, sino también como una tendencia de los finlandeses en general.

Durante casi un milenio, Finlandia tuvo que avenirse a los designios de las potencias vecinas: desde el siglo XII hasta 1809 estuvo sometida al dominio sueco; desde ese año hasta 1917 la controló Rusia. Sin embargo, apenas se recuerda la alianza que selló con Alemania en la Segunda Guerra Mundial, cuando los compatriotas de Aalto consideraron un mal menor unirse a los nazis para expulsar a su enemigo histórico más odiado, Rusia, que entonces, para colmo, estaba gobernada por los comunistas. Al igual que Ludwig Mies van der Rohe, Le Corbusier y Philip Johnson, Aalto aceptó de buen grado colaborar con los fascistas. En 1943, y con el fin de examinar la arquitectura nazi, viajó a Alemania como miembro de una delegación invitada por el ministro de Armamento y Municiones y arquitecto de corte de Hitler, Albert Speer. Al notar incómodos a sus compañeros, les dijo alegre: «Oíd, chicos, ¿no os parece que deberíamos tomarnos este viaje como un juego?». En la cena de despedida, celebrada en el tristemente famoso suburbio berlinés de Wannsee, pronunció un discurso que, con la perspectiva del presente, parece imposible tomarse a broma. Recordando un viaje que había hecho a Estados Unidos a finales de la década de 1930, dijo lo siguiente:

Una vez, mientras esperaba a Laurance Rockefeller en el Harvard Club, vi de casualidad un libro de cubiertas rojas en una estantería, y lo cogí. Su autor, totalmente desconocido para mí, se llamaba Adolf Hitler. Abrí el libro al azar, y mi mirada se detuvo en una frase que me gustó de inmediato. Decía que la arquitectura es el rey de las artes, y la música, la reina. Eso me bastó; sentí que no me hacía falta leer más.

En 1899, el zar Nicolás II emprendió su campaña de rusificación, encaminada a someter culturalmente al Gran Ducado de Finlandia e incorporarlo del todo al imperio. La rebelión artística de los finlandeses –el movimiento llamado romanticismo nacional– encontró expresión en los exuberantes poemas sinfónicos de Jean Sibelius, que evocaban el paisaje primigenio de su país, y en los primeros edificios, caprichosamente folclóricos, de Eliel Saarinen, que sugerían la vitalidad pagana de los vikingos. Cuando comenzó su carrera, tras licenciarse en 1921 por la Universidad de Tecnología de Helsinki, Aalto se rebeló a su vez contra esa propaganda calculadamente emotiva: despreciaba el romanticismo nacional, recordando «aquella época absurda, en torno a 1905, en que floreció la cultura de la corteza de abedul, y todo lo torpe y lo tosco se tenía por muy finlandés».

Y sin embargo Aalto era un romántico a su manera, y de joven soñó con hacer de Finlandia una Florencia del Norte. En la época en que daba sus primeros pasos como arquitecto en su ciudad natal de Jyväskylä, proyectó varios edificios extraordinariamente elegantes, de un estilo renacentista italiano depurado que recordaba a Alberti. Estas interpretaciones de la tradición clásica parecían integrarse perfectamente en su entorno nórdico, lo mismo que las primeras casas de campo que diseñó, inspiradas a la vez en las villas de Palladio y las dachas de Karelia, provincia oriental que la Unión Soviética recuperaría a modo de botín después del desastre que sufrió Finlandia en la Segunda Guerra Mundial.

En sus tres períodos estilísticos demostró un persistente afán sintetizador. No quiso, sin embargo, abrazar sin reservas ninguna corriente: tras adherirse al movimiento moderno en 1927, desarrolló estructuras que respondían a la «estética de la máquina», pero sin caer casi nunca en la rigidez de la que adolecían las de sus contemporáneos, más fieles que él a la ortodoxia ideológica. Y los diseños biomórficos que creó a partir de 1935, evocadores de las formas redondeadas de Jean Arp, evitaban el expresionismo autocomplaciente al que a menudo parece invitar el abandono del orden rectilíneo. Pretendía que su arquitectura aunara cualidades que pocas veces van de la mano: que fuese a la vez monumental e íntima (como el Ayuntamiento de Säynätsalo, obra suya de 1948-1952; , práctica y simbólica (el Finlandia Hall, de 1962-1971, en Helsinki), flexible y estable (la Iglesia de las Tres Cruces, de 1955-1958, en Vuoksenniska), innovadora y respetuosa de las tradiciones locales (la casa de verano y la sauna que se construyó para él en Muuratsalo, en 1952-1953). Su genio estaba en combinar rasgos diversos sin que ninguno pareciera chocar con los demás.

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