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A la memoria de Manuel, por el humor que nos legó,
Para Rosalía, por seguir sonriendo entre nosotros,
A Pilar, por las palabras... y los silencios.
Introducción
UNA MIRADA IRÓNICA DEL PASADO
AL SERVICIO DEL PRESENTE
«Historia: Relato casi siempre falso, de sucesos casi siempre insignificantes, que protagonizaron gobernantes casi siempre bribones y militares casi siempre estúpidos.»
Ambrose Bierce, El diccionario del diablo
Hay pocas metáforas visuales tan precisas para explicar cómo debe sentirse un alumno ante la lección diaria de Historia como este grabado de J. J. Granville publicado a mediados de siglo XIX . La viñeta nos muestra a un atento y aplicado grupo de loros repitiendo la lección aprendida ante un burro. El profesor, reducido al papel de un dignísimo y trajeado bombardero de contenidos, arroja sin la más mínima conmiseración un tremendo volumen atiborrado de fechas, datos, nombres, batallas y tratados sobre los estudiantes, que recitan mecánicamente esperando el beneplácito del maestro.
Este libro nace de la reflexión en torno al oficio de enseñar y de aprender Historia. ¿Cuántas veces, observando a mis alumnos en el aula, he tenido la sensación de que estaban sintiéndose como los personaje de la caricatura? ¿Acaso, no me he sorprendido en más de una ocasión convertido en ese absurdo personaje de levitón decimonónico soltando de golpe una retahíla caduca y ajena a la realidad de los estudiantes? Lejos de ser una herramienta crítica con la que analizar la sociedad y enfrentarse al presente, nuestra materia parece condenada a ser recitada como un mantra por loros bien enseñados en la docilidad.
Esta propuesta toma como punto de partida la necesidad de romper con esa idea. La enseñanza de la Historia en una sociedad democrática ha de ser estimulante y debe perseguir la formación de ciudadanos libres, conscientes del precio de una libertad conquistada en un enmarañado camino de idas y vueltas a través de los siglos.
Para ello, resulta imprescindible que nuestros jóvenes puedan desarrollar su espíritu crítico, su capacidad para cuestionarse verdades establecidas en su camino hacia la madurez cívica. Son estos ciudadanos, dotados de sentido crítico para ejercer consecuentemente su libertad, los que hacen posible la democracia. Sin ellos, esta languidece a la sombra de los espectáculos electorales, agoniza en los simulacros chillones de las tertulias, donde los argumentarios recitados a voz en grito se disfrazan de debates.
Quienes enseñamos y estudiamos Historia tenemos la obligación de oponernos con firmeza a la creencia de que el conocimiento histórico es tan solo un almacén de datos. Nuestra tarea no es recitar el pasado a la manera de un cronicón, sino tratar de comprenderlo para que ilumine el presente.
Partiendo de esta premisa, comencé a emplear las viñetas en el aula y, más tarde, a pensar que la experiencia podía ser compartida más ampliamente tanto con aquellos que hoy se enfrentan día a día con una clase de Historia, bien como profesores, bien como alumnos, como con todo tipo de lectores. En el actual mundo digital, el ritmo voraz con el que consumimos imágenes apenas nos da tiempo para asimilarlas. La caricatura me brinda la oportunidad de emplear un lenguaje icónico más próximo a los alumnos de hoy y adecuado para realizar una doble tarea: acercarme al pasado y reflexionar sobre la naturaleza de las ilustraciones como fuentes históricas.
Por otro lado, su mensaje cargado de espíritu burlón ofrece una visión más vivaz, cotidiana y cercana de hechos acaecidos hace siglos, pone ante nuestros ojos no solo los acontecimientos más relevantes de una época, sino también cómo estos fueron interpretados y sentidos por quienes los vivían en primera persona. Aún en nuestros días, las viñetas nos sorprenden día a día con su capacidad para decir lo máximo con lo mínimo.
Además, la ironía, el humor sarcástico del que estas hacen gala remarcan la importancia del espíritu crítico a lo largo del tiempo. A menudo cuestionan el discurso tradicional sobre la realidad ofreciendo la ventaja de observar el mismo hecho desde diferentes puntos de vista, sin que estos resulten necesariamente excluyentes entre sí. La visión de la Revolución Francesa ofrecida por los jacobinos era a todas luces muy diferente de la que nos brindaban los caricaturistas ingleses temerosos de la radicalización, pero ambas nos ofrecen una panorámica más completa de tal acontecimiento.
Pero lo que hace especialmente valiosas a las caricaturas como elementos de reflexión histórica es su afán provocador, su deliberada exageración gestual, su capacidad para alimentar la controversia, despertar las simpatías, la animadversión, el miedo o la empatía. Es esa cualidad la que les confiere su gran efectividad y potencia visual, permitiendo entender de una manera muy básica lo esencial de su mensaje al margen de las condiciones particulares en las que fue creada y concebida.
Como escribió Ernst Gombrich, los caricaturistas emplean un arsenal simbólico, cultural y literario capaz de hacer reconocibles a primera vista las virtudes o defectos de sus personajes, quiénes representan el bien y quiénes el mal, qué hábitos se consideraban perjudiciales o reprochables y cuáles virtuosos o dignos de imitar. Ver en una viñeta de prensa a Caperucita y al lobo siempre conduce al lector a contemplar a una víctima indefensa y a un verdugo abusón. El trabajo de quien la observa siglos después es desvelar en qué contexto se creó el mensaje, con qué intenciones y a qué público iba destinado.
Los artistas reúnen el mérito de amalgamar en una sencilla escena toda una herencia y tradición cultural. Ponen el tópico a su servicio y lo retuercen con el ánimo de crear polémica, de lanzar un dardo ofensivo e hiriente contra su objetivo. Esta facultad para forzar la realidad hasta convertirla en una mueca no solo ha servido a las caricaturas para hacer reír, sino también para retratar los aspectos más negros y dramáticos de la experiencia humana. En todo caso, su carga vitriólica ha estado siempre alejada de la corrección política, coqueteando con los límites de la libertad de expresión y despertando la ira, el odio e incluso la movilización masiva de quienes se consideraron objeto de sus dardos.