Marco Aurelio Denegri - Miscelánea humanística
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- Libro:Miscelánea humanística
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2010
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Miscelánea humanística: resumen, descripción y anotación
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Marco Aurelio Denegri Santagadea (Lima, 16 de mayo de 1938) es polígrafo autodidacto. Esta caracterización tan breve es hoy de rigor, al menos para Denegri lo es, por el mal gusto que tienen algunos miembros de la Intelligentsia de presentarse exhibiendo un ciento de títulos, doscientos reconocimientos internacionales y trescientas distinciones.
Denegri es autor de los siguientes libros: Fáscinum. Ensayos Sexológicos (1972); ¿Y qué fue realmente lo que hizo Onán? (1996); El Arte Erótico de Mihály Zichy (1999); Arte y Ciencia de la Gallística (1999); De esto y aquello (2006); Hechos y Opiniones acerca de la Mujer (2008); Cajonística y Vallejística (2009); Miscelánea Humanística (2010); Lexicografía (2011); Esmórgasbord (2011); Obscenidad y Pornografía (2012); Normalidad y Anormalidad & El Asesino Desorganizado (2012); Poliantea (2014); Polimatía (2014) y Mixtifori (2017).
Denegri es fundador de la Asociación de Estudios Humanísticos y la ha presidido y secretariado varias veces. Fue director y propietario de la revista de cultura sexual, Fáscinum (1972-1973). Compuso, juntamente con Óscar Valdivia Ponce, la Bibliografía Psiquiátrica Peruana (1981). En la televisión nacional ha creado y dirigido desde 1973, programas culturales y tiene actualmente a su cargo, en TV Perú, “La Función de la Palabra”.
Introducción a la cinesiología
La ciencia de los movimientos —o el tratado de ellos— se llama cinesiología, o cinésica, como dice Birdwhistell, pero de ninguna manera cinesis, como dice la traductora del libro de Flora Davis, La Comunicación no Verbal, que además nos endilga kine y kinema, y resulta así grecizante por ignorancia.
Como el neologismo cinésica no ha tenido acogida ni difusión, quedémonos con el vocablo cinesiología; del griego kinesis, o sea cinesis, vale decir, movimiento, y —logia, esto es, ciencia, tratado (—logia es la forma sufija del griego lógos, palabra, pensamiento, razón).
La cinesiología es la ciencia de la expresividad humana. Podemos decir que en general equivale a lo que antes se llamaba psicología del gesto, es decir, psicología de los movimientos del rostro, de las manos o de otras partes del cuerpo con que se expresan diversos afectos del ánimo.
la palabra hablada y la palabra actuada
Decía Goethe que la palabra escrita es simple substituto de la palabra hablada; y es cierto. Pero habría que preguntarse si la palabra hablada es manifestación cabal de todo lo que realmente queremos decir. No parece que con la sola palabra hablada podamos decir todo lo que queremos. Necesitamos, pues, para completar nuestro decir, de gestos y ademanes, movimientos y actitudes, muecas, visajes y mohines, guiños y señas. Cuando la palabra hablada tiene toda esta parafernalia gestual y ademánica, entonces se convierte en palabra actuada.
Sabido es que hay pueblos más expresivos y comunicantes que otros. Por gesticulatorios y ademánicos, los italianos expresan y comunican más que los alemanes o los ingleses, por ejemplo.
El europeo, en general, se mueve y gesticula poco al hablar, y por eso, cuando va al África, aun cuando conozca la lengua del pueblo que visita, jamás logra ser cabalmente entendido por los nativos, cuya expresividad somática es opima y hasta espectacular. Para ellos hablar no es solamente pronunciar, sino una concertación cinética de la corporeidad toda. Así ocurre en Nigeria, según informa el gran investigador del continente negro, Leo Frobenius.
El negro es ritmo, acción, histrionismo. El sacerdote negro del Harlem neoyorquino que predica el sermón del Domingo de Ramos y cuenta que Jesús entró en Jerusalén, caballero en un asno, se monta en el púlpito y remeda maravillosamente la cabalgada. A un predicador blanco no se le ocurriría nunca hacer eso, razón por la cual sentimos desvitalizada y escasamente atractiva su prédica, por huérfana de esa teatralidad inherente a la negritud.
La cinesiología distingue el cine o movimiento apenas perceptible, del cinema o movimiento mayor o más significante.
Los norteamericanos tienen cincuenta o sesenta cinemas para todo el cuerpo, de los cuales treinta y tres corresponden a la cara y la cabeza. Va de suyo que más cinemáticos que los gringos son los bachiches, y más que éstos, los abetunados compadres de Nigeria, y muchísimo menos que éstos, los nipones.
Ahora bien: cincuenta o sesenta cinemas representan sólo una mínima parte de los movimientos corporales.
«En realidad —escribe Davis—, cada cultura otorga un significado a unos cuantos movimientos anatómicamente posibles para el cuerpo humano. Los ‘cinemas’ son a veces intercambiables: se puede substituir uno por otro sin alterar el significado. Si nos limitamos a las cejas, un simple alzamiento bilateral expresa a menudo una duda o acentúa una interrogación, pero también puede emplearse para dar énfasis a una palabra dentro de la oración.»
Es verdad cinesiológica, aunque haya por ahí alguna excepción, y tal vez más de una, que la cultura norma los movimientos corporales de ambos sexos. Si en nuestra cultura las mujeres mueven más las caderas que los hombres y parpadean más lentamente, lo hacen por aprendizaje, no por determinación biológica. Los árabes cierran los ojos como nuestras mujeres, despacio y suavemente, y por esto solo seríamos capaces de tildarlos de afeminados, ya que el cierre ocular pando es, según creemos, impropio de la varonía.
Impropiedad relativa, claro está. Hace más de cien años que la antropología nos lo viene enseñando. Y el mismo Voltaire, que no era antropólogo, pero sí perspicaz, culto y desenfadado, lo sabía muy bien. El parisiense, decía Voltaire, se sorprende al enterarse de que los hotentotes cortan un testículo a sus pequeñuelos; pero los hotentotes se sorprenderían más si supieran que en París se conserva a los niños los dos testículos.
«Parece ser —escribe Davis— que las mujeres, al menos en el laboratorio, miran más que los hombres, y una vez que han establecido contacto visual, lo mantienen por más tiempo.
«También hay otras diferencias más sutiles.
«Tanto los hombres cuanto las mujeres miran más cuando alguien les resulta agradable, pero los hombres intensifican el tiempo de la mirada cuando escuchan, mientras que las mujeres lo hacen cuando son ellas las que hablan.»
Llámase emblema, en cinesiología, el movimiento corporal que tiene significado preestablecido, como el ademán del degüello o el ademán del viajante en auto-stop, lo que vulgarmente se conoce como «tirar dedo».
En este terreno se echa de ver también la relatividad cultural; verbigracia, considérase mala educación sacar la lengua en Occidente, pero en el sur de la China, sacarla denota turbación; en el Tibet, cortés deferencia; y los isleños de las Marquesas la sacan para negar.
En Ceilán, según Chauvelot, mover la cabeza de derecha a izquierda no significa, como entre nosotros, negación, sino lo contrario: afirmación.
«Cada vez que una persona habla —observa Davis—, los movimientos de sus manos y dedos, los cabeceos, los parpadeos, todos los movimientos del cuerpo coinciden con ese compás.
«Resulta interesante saber que este ritmo compartido se altera cuando hay algunas enfermedades o trastornos cerebrales. Los esquizofrénicos, los niños autistas, las personas afectadas por el mal de Parkinson, epilepsia leve o afasia, y los tartamudos, están fuera de sincronía consigo mismos.
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