Leonardo Sciascia - Los apuñaladores
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- Libro:Los apuñaladores
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1976
- Índice:3 / 5
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Los apuñaladores: resumen, descripción y anotación
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El 1 de octubre de 1862, trece personas son apuñaladas a la misma hora y en puntos equidistantes de la ciudad de Palermo. La investigación del crimen la llevará a cabo por el abogado Guido Giacosa, un piamontés recién llegado a Sicilia que, tras ser nombrado fiscal general en el tribunal de apelación de Palermo, tratará de demostrar que el verdadero instigador de los hechos es una importante figura de la clase dirigente interesada en reinstaurar el antiguo orden borbónico. El primer sospechoso en confesar su culpabilidad será Angel D’Angelo, quien no tardará en delatar al resto de implicados. Sin embargo, todo señala como máximo responsable al príncipe de Santa Elia, acaudalado y poderoso senador.
Sciascia parte de un episodio histórico para construir un amargo retrato de las clases sociales que ostentan el poder, de su carácter abusivo y de los laberintos de corrupción que las envuelven. Desde un óptica lúcida y al mismo tiempo pesimista, el escritor siciliano configura un tortuoso relato sobre la derrota de la justicia y la vulnerabilidad de la sociedad ante la dominación de un Estado corruptible y degradado. A través del protagonista, Guido Giacosa, queda reflejada la impotencia del que lucha por imponer la verdad y la razón sobre la acomodaticia aceptación de un sistema político y judicial arbitrario.
Leonardo Sciascia
ePub r1.0
Sibelius 17.04.14
Título original: I pugnalatori
Leonardo Sciascia, 1976
Traducción: Juan Manuel Salmerón
Ilustración de la cubierta: detalle de un grabado anónimo del siglo XIX (Verona, Italia) (The Art Archive / Fondation Thiers Paris / Dagli Orti)
Editor digital: Sibelius
ePub base r1.1
El año pasado, tras la publicación en La Stampa de La desaparición de Majorana, Lorenzo Mondo me envió un texto de Nina Ruffini aparecido en una compilación de estudios sobre figuras y hechos piamonteses, Un magistrado piamontés en Sicilia: 1862-1863. Lo hizo con una intención: darme pie a investigar y reconstruir aquella historia como había hecho con La desaparición de Majorana; una historia cuyo primer y justo destino sería su publicación por entregas en La Stampa, ya que el protagonista era Guido Giacosa, el padre de Giuseppe y Piero y el bisabuelo de Nina Ruffini.
La idea me interesó desde el principio. Por lo que Nina Ruffini contaba parecía un caso extraño, oscuro, complejo. Yo creía saberlo ya todo por lo que algunos autores sicilianos contemporáneos habían escrito, por ejemplo, Pagano, que, en su crónica de los siete días y medio de la revuelta palermitana de 1866, al comentar los acontecimientos de 1862-1863, despacha la actuación de Guido Giacosa y del juez instructor Mari que estuvo de su lado diciendo que el primero demostró «tener poco criterio» y que, como ambos «ignoraban el dialecto y la idiosincrasia de la isla», se equivocaron de medio a medio. El texto de Nina Ruffini me hizo ver que, en realidad, sabía muy poco de todo aquello, y que quizá debíamos revisar el juicio que nos habíamos formado de los dos magistrados a la luz de un mejor conocimiento de los hechos.
Empecé yendo al archivo de Estado de Palermo, pero diez días después no había conseguido más que un informe de los carabineros muy sumario (y muy impreciso, como luego supe). No saqué más en claro del archivo central de Roma. Quise entonces ponerme en contacto con Nina Ruffini, y no me resultó fácil. Cuando lo logré, gracias a Vittorio Gorresio, le escribí. Me contestó que ponía a mi disposición todos los documentos y papeles que poseía, y que fuera a ver. Partí, pues, para Colleretto Giacosa, donde me recibieron con una hospitalidad y una amabilidad de otros tiempos (y mejores). La casa era preciosa y estaba llena de recuerdos: de Zola a Gide, de Sarah Bernhardt a Giovanni Verga, de Tolstói a Croce. Lo primero que hizo Nina Ruffini fue enseñarme la firma autógrafa de Verga en un pilar del balcón (luego me dio la copia —que había hecho para mí mientras me esperaba— de una fotografía del Verga joven que yo no conocía y en la que se ve más claramente que en otras que Verga era —detalle al que sólo Lawrence dio importancia— pelirrojo, rosso malpelo).
Leí todos sus documentos y papeles y los copié. No eran pocos, y no resultó fácil ordenarlos, articularlos; simplificarlos, en cierto sentido. Espero haberlo logrado, y también haber correspondido a la generosidad y amabilidad de Nina Ruffini al menos con un relato que resulte claro al mayor número de personas, y que interese. Que interese, quiero decir, en relación con lo que ocurre hoy.
Me habría gustado que Nina Ruffini lo leyese. Por desgracia, lo publico sólo en su memoria.
(Los documentos que Nina Ruffini puso a disposición del autor son propiedad de Piero y Rodolfo Malvezzi y de Raimondo Craveri.)
[1] Se refiere a Fernando de Borbón, que fue rey de las Dos Sicilias de 1830 a 1859 ininterrumpidamente, excepto durante la Revolución de 1848. Le sucedió en el trono su hijo, Francisco II, de 1859 a 1860. A partir de 1862 reinó Víctor Manuel II, de la casa de los Saboya. (N. del T.)
[2] Eso significa que quien hirió a Severino y a Fazio, el único de los doce agresores que no fue identificado, no sabía que los apuñalamientos eran gratuitos, al azar: creía que atacaba a un miembro del partido «italiano», el partido antiborbónico, y que también las demás personas a las que el jefe había ordenado agredir eran enemigos de la causa. Es quizá lo que él suponía, porque en sus declaraciones D’Angelo no dijo que lo hubieran engañado a ese respecto. Y, además, pocos criminales a sueldo creerían en aquel momento que el que los mandaba matar o herir no lo hiciera movido por la venganza, el amor o el dinero. La «estrategia de la tensión» la estaban inventando entonces. (N. del A.)
[3] Nadie con un mínimo de sentido común dudó de que el responsable de aquellos apuñalamientos era el partido borbónico. El 17 de octubre de 1862, Mariano Stabile escribía a Michele Amari: «No cesan de practicarse detenciones, pero aún no se sabe nada positivo que lleve a descubrir y castigar a los asesinos que, la misma tarde y a la misma hora, en varios puntos de la ciudad, atentaron contra la vida de personas sin color ni adscripción política alguna. Para mí todo lo planeó el partido borbónico-clerical, pues se trataba de asesinar a gente para sembrar el terror y decir luego que la culpa era del mal gobierno actual…». Nótese que pese a la detención de los doce apuñaladores, Stabile no veía nada positivo en la acción de la policía ni de la magistratura mientras los instigadores siguieran libres. (N. del A.)
[4] El 2 de octubre el teniente general Filippo Brignone decretaba: «Artículo primero: Se ordena el desarme inmediato y general en la provincia de Palermo y en el resto de las provincias de la isla. Solamente quedan eximidos los agentes de la fuerza pública, los miembros de la guardia nacional en acto de servicio, los cónsules y los agentes consulares. Artículo segundo: Los que posean un arma, sea cual sea, deberán entregarla en el plazo de tres días a partir de la publicación del presente decreto en las sedes locales de la policía nacional. Artículo tercero: Queda prohibida la exposición y venta de cualquier clase de arma ofensiva; los vendedores quedan igualmente sujetos a la entrega prescrita en el artículo anterior. Artículo cuarto: Aquellos que no cumplan con lo dispuesto en el presente decreto serán arrestados, castigados con todo el peso de la ley y, según los casos, fusilados». Fusilamientos hubo, y no de delincuentes, por cierto.
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