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Leszek Kolakowski - Si Dios no existe…

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Leszek Kolakowski Si Dios no existe…
  • Libro:
    Si Dios no existe…
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    1982
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Si Dios no existe…: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTO

Este libro se escribió en un idioma que pretendía parecerse al inglés. El profesor Frank Kermode y su esposa Anita demostraron, ¡ay!, que la similaridad era mucho más remota de lo que el autor había imaginado. Ambos hicieron un esfuerzo hercúleo para dar forma al texto en algo a lo que el lector inglés pudiera mirar sin sentir escalofríos (al menos, por razones lingüísticas). La gratitud del autor es tan inmensa como la labor de ellos.

LESZEK KOAKOWSKI Radom 1927 - Oxford 2009 filósofo polaco Koakowski fue - photo 1

LESZEK KOŁAKOWSKI (Radom 1927 - Oxford 2009) filósofo polaco. Kołakowski fue conocido por haber evolucionado desde el marxismo hacia un compromiso intelectual contra los totalitarismos e implicarse en movimientos democráticos. Ya como docente universitario, realizó un análisis crítico del pensamiento marxista, especialmente en su obra en tres volúmenes Las principales corrientes del marxismo. Catedrático de Historia de la Filosofía en Varsovia, fue forzado al exilio por el gobierno polaco en 1968, aunque sus obras siguieron circulando clandestinamente. Desde 1970 residió en Oxford y enseñó en las Universidades de Berkeley, Yale, Oxford y Chicago. Fue autor de más de treinta libros, que reflejan su especial interés en las teorías filosóficas y teológicas que subyacen en la civilización occidental. Entre sus temas recurrentes se encuentra la crítica al marxismo y a los regímenes comunistas, al mismo tiempo que un análisis de las corrientes cristianas disidentes.

CAPITULO 1

DIOS DE LOS FRACASOS:

TEODICEA

Aparte de los enigmas que nos acosan tan pronto como intentamos entender debidamente los atributos de Dios de omnipotencia y de infinita bondad, siempre les ha parecido a los críticos que esos atributos son irreconciliables con el mal del mundo. La historia del debate se remonta por lo menos a los epicúreos y, aunque se han escrito innumerables obras sobre el tema —es difícil encontrar un filósofo o un teólogo cristiano que no haya intentado abordar esta alarmante cuestión— los argumentos básicos de ambos lados no parecen haber cambiado mucho desde San Agustín. Y ninguna de las dos partes está satisfecha con los argumentos de la otra, ni lo estará nunca, probablemente, lo que es el signo de todas las cuestiones filosóficas fundamentales de los últimos veinticinco siglos.

Los epicúreos arguyen simplemente que, puesto que el mundo está lleno de maldad, Dios tiene que ser malo o impotente o ambas cosas. Un Dios omnipotente, omnisciente e infinitamente bueno, suponiendo que un ser así sea concebible lógicamente, hubiera sido capaz de crear un mundo sin maldad y hubiera querido hacerlo.

Quizá fuera Leibniz el que desarrolló con mayor claridad los argumentos contrarios. Leibniz, en su Teodicea y en muchos otros escritos, abordó, una y otra vez, el espinoso tema. Sus argumentos proceden desde Dios a las criaturas y no en la otra dirección y se reducen a esto:

Puesto que Dios es infinitamente sabio, bueno y poderoso, tiene que haber creado el mejor de los mundos posibles, es decir, un mundo en el que la cantidad global de bien supere a la masa del mal en la máxima proporción posible. De modo que es seguro de antemano, y ello se incluye en el concepto mismo del Ser perfecto, que vivimos en el mejor mundo que puede concebirse lógicamente.

Un escéptico que arguyera que no se necesita vivir en este mundo más que un día o dos para adquirir dudas considerables de que sea el mejor universo imaginable, no puede hacer vacilar la confianza de Leibniz. El no niega la existencia del mal, sólo tiene la certidumbre de que cualquier otro mundo posible sería peor que éste. Leibniz parecía ser de la opinión de que la suya era una teoría bastante optimista.

El argumento de Leibniz es que algunos conjuntos de cosas y de cualidades son compatibles entre sí y otras no, y que ésta es una incompatibilidad lógica. Dicho de otro modo, cualquier mundo posible se presenta como un lote y Dios tuvo que hallar la combinación de cualidades lógicamente posibles que resultara en el máximo bien. En lugar de sujetos humanos libres, Dios podía haber creado unos seres incapaces de pecar, pero sólo al precio de privarles de su libre voluntad, que incluye, inevitablemente, la posibilidad de pecar y los actos pecaminosos de hecho. Y Dios calculó que un mundo habitado por autómatas sin pecado produciría mucho menos bien que uno que contuviera seres humanos dotados de libertad de elección y que, por lo tanto, pudieran preferir con frecuencia el mal. Dios tuvo que resolver, por así decirlo, una ecuación diferencial bastante complicada (en realidad, una ecuación infinita) para calcular en cuál de todos los mundos posibles la cantidad de mal sería mínima comparada con la cantidad de bien; y ése es el mundo en que vivimos.

Leibniz no pretende ser capaz de reproducir este cálculo divino. Sólo una parte diminuta del universo existente, por no hablar de todos los universos posibles, es accesible a nuestras mentes, mientras que para comprender las relaciones reales y las concebibles entre el bien y el mal, es necesario un conocimiento perfecto de la totalidad. Como ni Leibniz ni nadie puede pretender que posee ese conocimiento, tenemos que darnos por satisfechos con la certidumbre que obtenemos del concepto mismo del Ser divino; la necesaria existencia de Dios se demuestra con otros argumentos.

Que Dios haya tenido que escoger entre mundos posibles, ninguno de los cuales era absolutamente perfecto (en el sentido de que estuviera absolutamente libre de mal y de sufrimiento), no implica que Dios tenga limitaciones. Dios no puede hacer lo que es lógicamente imposible, pero este hecho no pone límites a su omnipotencia. No puede hacer ni inventar absurdos; no puede hallar un número que exprese exactamente la raíz cuadrada de 2, porque eso es una imposibilidad entrañada por la propia naturaleza de los objetos matemáticos. No hubiera podido crear un mundo en el que el bien resultante de la libertad de elección de las personas estuviera unido a la incapacidad de éstas de hacer el mal, puesto que ese mundo es lógicamente tan imposible como un triángulo cuadrado.

Algunos teólogos y filósofos no estaban tan convencidos como Leibniz y Tomás de Aquino de que concebir a Dios como incapaz de hacer lo que es lógicamente imposible no fuera imponerle limitaciones. Algunos nominalistas posteriores arguyeron que no sólo las leyes físicas, sino también las matemáticas y éticas habían sido establecidas por Dios mediante decisiones libres cuyas razones nos son desconocidas y que esas decisiones pudieran haber sido diferentes de lo que fueron; la omnipotencia, pensaban, no es «omnipotencia en cierto grado», ya que ese concepto es, de hecho, absurdo. Dios decretó sencillamente que dos afirmaciones contradictorias no podían ser ciertas las dos y que dos y dos eran cuatro y que la fornicación era mala. Pero podía haber decidido decretar otra cosa y si lo hubiese hecho, el principio de contradicción, las verdades matemáticas y las normas morales hubieran sido diferentes de lo que son. No podemos imaginarnos un mundo así, naturalmente, pero no podemos afirmar, por la sencilla razón de la pobreza de nuestras mentes, que eso hubiera sido imposible para Dios; no debemos medir el poder de Dios con los patrones de nuestra débil y finita inteligencia.

Una vez que aceptamos la aterradora idea de que Dios podría haber revocado, si ése hubiera sido su deseo, las leyes de la lógica y los mandamientos morales tales como los conocemos, podemos, al parecer, descartar todas las cuestiones de teodicea como formuladas equivocadamente Podría parecer que lo contrario es lo cierto, que este tipo de «decretismo» (o «positivismo teonómico» como solía llamarse a veces a la teoría que nos ocupa) fortalece el argumento de los que acusan a Dios de ser injusto: dado que nada es imposible para El, El

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