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Isabel Custodio - El amor me absolverá

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Isabel Custodio El amor me absolverá

El amor me absolverá: resumen, descripción y anotación

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¿Qué sucedió en la vida del Comandante Fidel Castro antes de subirse al Granma que lo llevaría de Tuxpan, Veracruz a Santiago de Cuba con el fin de hacer la revolución en su país?
Solamente lo sabe Isabel Custodio quien, con la maestría de su prosa, en este relato autobiográfico nos transporta a pasajes de la vida personal de Castro, uno de sus grandes amores. Estampas de un tórrido romance vivido en la clandestinidad; con la CIA y la Dirección Federal de Seguridad acosándolos siempre, Isabel y Fidel, como tantas parejas, se amaron a destiempo. Ella era muy joven para unir su vida a un hombre que gestaba uno de los movimientos revolucionarios más importantes de América Latina: la revolución cubana.

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El amor me absolverá

Isabel Custodio

A mis nietos para que sepan Zázil y Damián de Alvaro Rodrigo y Cristóbal de - photo 4


A mis nietos, para que sepan,
Zázil y Damián, de Alvaro
Rodrigo y Cristóbal, de Ximena
y a ti también, Alejandro, hijo.

Las revoluciones se hacen contra el silencio de los dioses y los designios implacables de las hadas.

LEON FELIPE

La navegación entrega al hombre a la incertidumbre del todo; en el agua, cada uno de nosotros está en manos del destino.

MICHEL FOUCAULT

AGRADECIMIENTOS

A Pedro Bosch, por sus correcciones; a Beatriz Bueno, por sus entradas; a Graciela Quiñones, por la máquina; a Marcela Beltrán, por sus idas y venidas; a todos por su colaboración.

También a Henrik Mikolaj Górecki, por su Sinfonía núm. 3, op. 36 , que me acompañó en el trayecto junto a Georges lvanovitch Gurdjieff, y su música, transcrita para piano por Thomas de Hartmann.

Días

Como quien trae
raíces de agua
entre los dedos
deja entrar
la frescura de la hiedra

tiempo justo
de fervor en la palabra
hay un rojo mineral
que se adivina
lejos

las utopías
de improbable permanencia
son ya canción
para que la digan todos

como quien trae
en las pupilas agua
yace a la deriva
que sucede el llanto

afuera
quedó el tiempo
cobalto acrisolado

BEATRIZ BUENO

DÍAS CERO

Ésta es una historia verdadera, aunque me cueste creer que realmente sucedió. Es también una historia con persecución. Una historia de amor, así parece; algo raro en el mundo, en esta época de nuestro mundo.

Ésta es la historia de una Revolución.

Conozco al protagonista, y también a los que no lo son tanto.

Conozco el lugar, y los días pasados.

Conozco el motivo (el mío) y conozco los medios.

Sé quiénes serán los perdedores, algunos; y con suerte, quizá, quién no será destruido.

Pero yo no estaré, no creo, y no podría...

No se puede detener a los hombres una vez que han empezado.

No se puede parar a la gente una vez que ha empezado a creer.

«Seré mi biógrafa» podría entenderse como «seré la testigo» (expresión que no podrá encontrarse en ningún diccionario).

He aquí lo que ocurrió: corríamos todos hacia un torbellino, que también era una especie de horno, en cuyo calor, identidades y destinos acabarían por fundirse para cobrar nuevas formas.

Ésta es una historia cuyo final está vendido, todos lo conocemos: el arribo venturoso de 81 cubanos en el Granma a Santiago de Cuba, procedentes del puerto de Tuxpan, Veracruz, en México, para iniciar la guerrilla en la Sierra Maestra.

Lo lograron, porque no sabían que era imposible…

Iré aún más lejos.

Ignoraba por qué hacía o me abstenía totalmente de hacer algo. A mí nunca me asustó la oscuridad, y aunque más tarde lo supe, el miedo a la oscuridad puede sintetizarse en un laboratorio. El miedo a la oscuridad es una conjunción de quince aminoácidos, o sea una proteína.

Un par de aclaraciones con respecto a los protagonistas, dos exiliados: una española, y el otro, un cubano.

Todo empezó unos cuantos meses antes de la celebración de la Independencia de México (puesto que la preparación de esta Revolución se hizo en la capital de ese país). Así, México es el nombre del país y México es también el nombre de su capital. En esta ciudad, casi todo se describe a sí mismo de manera precisa, según se muestra ante los ojos. Reina aquí la pobreza, pero se obstina en no distinguirse de lo vulgar, como si cualquier ambigüedad en la denominación de las cosas pudiera producir el hundimiento del presente y que éste quedara sumergido, igual que el pasado. Algo que siempre me pareció reconfortante son sus nubes aborregadas, en tonalidades rosas; no importa qué pase abajo o arriba, ellas al final salen triunfantes, imitando las formas variadas de mamíferos complacientes. Cuando las nubes cobran venganza, al sentirse atosigadas por los contaminantes que suben y les llegan, se desploman atascando las alcantarillas con la basura que se apelmaza en los charcos. Quedan las calles, todo el día, cubiertas por una película de agua en la que brillan larvas de mosquitos, que flotan arriba del arco iris destilado de los herrumbrosos depósitos.

En esta urbe grandísima, llena, repleta e inundada, nos perseguían constantemente la DFS («Dirección Federal de Seguridad Mexicana», policía política) y los esbirros camuflados enviados por Batista, desde Cuba, para el aniquilamiento de sus opositores, revolucionarios como eran los del «Movimiento 26 de Julio», al cual yo me adherí.

Después de una reflexión profunda, sólo puedo localizar en México dos nombres de lugares que evoquen aceras resquebrajadas y árboles centenarios, un acontecimiento o una per sona sugeridos de pretérito indio o colonial (San Ángel-Xochimilco). Claro, al protagonista masculino sólo le gustaban dos calles: Revolución y División del Norte, esta última por aludir al destacamento militar de Pancho Villa.

¿Que por qué los seguí?

Podría venir de algo que me llegaba de muy atrás, por algo que mi padre, Álvaro, contaba con orgullo, con orgullo de «español republicano». Estando refugiados en París, en una casa de seguridad de amigos franceses antifascistas, narraba que la diversión del grupo (numeroso) era mi personita. Apenas llegaba a los dos años y ya le explicaba al atento público las diferencias existentes entre los distintos regímenes: democracia, dictadura, monarquía, república, etc., etc.; y después de la larga perorata, contestaba siempre correctamente las preguntas de los amables oyentes.

¿Sería acaso ese anhelo de justicia y libertad inyectado en la sangre? ¿Esa búsqueda de la patria perdida?

Liberté, Egalité, Fraternité.

Esta historia que sólo es para los vivos, la llamaré ilusiva, porque entonces yo era una estudiante de ilusión, además de juiciosa seguidora de la política; y nunca he podido sostener discusiones monetarias, porque alteran el flujo de energía trascendental. Cuento todo esto acerca de mí misma sólo para legitimar mi voz. No nos sentimos a gusto con una historia hasta que sabemos quién la refiere. Trato de establecer las debidas distinciones.

Nosotros, «los tres», llegamos a La Habana en el primer periodo de la dictadura del cabo o sargento del ejército, Fulgencio Batista; pero cuando yo exclamaba «¡Me gusta el presidente, es muy guapo!» recibía un sopapo.

Desde entonces, cada vez que veo un negro guapo, me lo callo.

Desaprobaba la mezquindad y la ostentación.

En la escuela diurna a la que asistía, la que tenía por objetivo «el desarrollo de una actitud realista», nos daban clases de natación y mi cabello rubio adoptaba una pálida tonalidad verde gris del cloro de la piscina. Uno se imagina a una niña seria e indolente, de cuerpo suave por la grasa infantil, con un índice de atención algo regular, además de un limitado alcance en su radio de intereses, salvo que estos proviniesen de la política.

Así, así.

Un día de un calor fortísimo, fortísimo, llegamos al parque Las Misiones (frente al malecón) creo que para recibir la brisa, pero lo que recibimos fue una tunda. O más bien, una golpiza propiciada por unos cuantos hombres que salidos de la nada se acercaron a mi padre. Él, sentado en un banco junto a mi madre, descansaba. En el suelo terroso, yo hacía pasteles con unos moldecitos. Los terribles hombres vociferaban improperios en contra de mi padre, acusándolo de... algo, insultos soeces, procaces y las siempre consabidas palabras: fascismo, opresión, cárcel, comunismo... que ya eran de mi cotidianidad. Él en vano se defendía, hasta que mi madre envalentonada tomó como arma defensiva mi muñeca (que descansaba a su lado en el banco) y se lanzó en contra del más golpeador. Lo molió a muñecazos, lo que desató una enorme trifulca, con más golpes de ambos lados. Como yo contemplaba la escena desde el suelo, me parecía una batalla de gigantes, hasta que llegó la policía y nos llevaron a todos. Lo único que saqué en claro de todo aquello fue una muñeca nueva (más bonita y más grande) y un helado que me proporcionaron los policías mientras esperaba.

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