Larry McMurtry - Caballo Loco

La vida de Caballo Loco está empañada por las leyendas y, aún hoy, esta figura mítica de la historia estadounidense sigue siendo un enigma incluso para su propia gente. En él confluyen la tragedia de los indios norteamericanos y la desaparición del salvaje Oeste.

En esta biografía vívida, ponderada y sucinta, Larry McMurtry intenta desprenderse del mito, de las anécdotas y las fabulaciones, para redescubrir al guerrero sioux que lideró la batalla del Little Bighorn y fue traicionado y asesinado meses después. Con él moriría la oposición al avance del hombre blanco y nacería una leyenda.

«McMurtry despeja el enigma y precisa el mito de Caballo Loco presentándolo, tan solo, en su vertiente más humana» (Publishers Weekly).

«Caballo Loco es la versión más llana y menos retórica escrita hasta la fecha sobre la tragedia americana, lo que la hace, por extraño que pueda parecer, una de las más conmovedoras» (Amazon.com).

Larry McMurtry

ePub r1.0

Titivillus 13.04.15

Título original: Crazy Horse

Larry McMurtry, 1999

Traducción: Miguel Martínez-Lage

Diseño de la cubierta: Weidenfeld & Nicolson

Adaptación de la cubierta: Marina Krenn

Ilustración de la cubierta: Escultura de Caballo Loco en Thunderhead Mountain», Dakota del Sur, obra de Korczak Ziolkowski

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A Leslie Marmon Silko

LARRY MCMURTRY nace el 3 de junio de 1936 en Wichita Falls, Texas. Novelista, ensayista y guionista de cine y televisión, McMurtry sitúa la mayoría de sus obras en el Oeste. Creció en un rancho en las afueras de Archer City, Texas y estudió en la North Texas State University y en la Universidad de Rice. Su primera novela, Hud, el salvaje (1961) suscita inmediatamente el interés de los críticos y gana el premio Jesse M . Jones del Instituto de Texas de Letras (1962) y la Beca Guggenheim (1964). En 1985 gana el premio Pulitzer por su novela Lonesome Dove. Autor de veinticinco novelas, dos colecciones de ensayos, un texto autobiográfico y más de treinta guiones, McMurtry es más conocido por las magistrales adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas: en 1963 Hud protagonizada por Paul Newman y en 1971 The Last Picture Show, la obra maestra de Peter Bogdanovich. En 2006, McMurtry es galardonado con el Globo de Oro y el premio Oscar por el guión de Brokeback Mountain. Actualmente vive en Archer City, Texas.

Caballo Loco, un guerrero sioux muerto hace más de ciento veinte años y enterrado nadie sabe dónde, vuelve a elevarse sobre Pa Sapa, las Black Hills de Dakota del Sur, territorio sagrado para los sioux. Igual que en vida, también hoy lo acompaña su caballo. Cincuenta años de constante esfuerzo por parte del escultor Korczak Ziolkowski, su mujer y sus hijos han servido para que empiece a asomar el perfil del hombre y su cabalgadura en lo que una vez fuera Thunderhead Mountain. Durante el medio siglo que lleva trabajando, la familia Ziolkowski ha movido millones de toneladas de roca de la montaña en un intento de crear lo que ha de ser la escultura más grande del planeta; no obstante, el hombre que aflora de la piedra y la tierra todavía es una mera insinuación, apenas un contorno que quienes emprendan viaje a Custer, Dakota del Sur, habrán de completar en su imaginación.

No deja de ser una curiosa ironía que esa pequeña población sobre la cual se cierne meditabundo Caballo Loco lleve el nombre de su viejo adversario, George Armstrong Custer, «Cabello Largo», aunque se lo hubiera cortado, y mucho, el día de su última batalla. Por eso no existe la certeza de que el sioux o el cheyene que lo mató llegara a reconocerlo hasta después de muerto. Caballo Loco sí pudo ver a Custer con detenimiento durante una escaramuza que tuvo lugar en el río Yellowstone en 1873, pero lo más probable es que Custer nunca llegara a ver a Caballo Loco con la suficiente claridad para poder identificarlo, ni en el Yellowstone ni en el Little Bighorn, tres años después. Los miles de personas que acuden todos los años al monumento a Caballo Loco todavía lo ven de forma muy vaga, pero eso también ha de cambiar. Algún día su brazo se extenderá hasta casi alcanzar la longitud de un campo de fútbol; entonces se acumularán las estadísticas en torno a esa montaña igual que las leyendas, los rumores, los hechos ciertos, las conjeturas y las exageraciones se acumularon a lo largo de su vida en torno a su persona.

Lo que conviene dejar bien claro desde el principio es que Caballo Loco fue un hombre querido y apreciado por su pueblo, tanto por su caridad como por su valor. En un estupendo libro titulado Great Plains, Ian Frazier relata con acierto que el monumento a Caballo Loco es uno de los pocos lugares de las Grandes Llanuras donde se puede ver sonreír a muchos indios. Saber de su caridad sigue siendo un bálsamo para su gente, el pueblo sioux, la mayoría de los cuales vive hoy en la pobreza y, en su totalidad, bajo la opresión. Peter Matthiessen dio en el clavo cuando, al poner título a su incisivo y mordaz informe sobre los sucesos que enfrentaron a los sioux de Pine Ridge con el gobierno de Estados Unidos en la década de 1970, lo llamó In the Spirit of Crazy Horse, ya que el de Caballo Loco fue un espíritu indómito, aunque ciertamente se resintió por las complicaciones que hubo de soportar en sus últimos meses de vida.

George E. Hyde, el gran historiador (aunque algo excéntrico) de los sioux oglalas y de los sioux brulés, que no se dejaba arrastrar ni atemorizar fácilmente ni siquiera por los mitos más poderosos, confesó su desconcierto ante la leyenda de Caballo Loco con palabras que no son injustas, y menos aún inexactas: «Pintan a Caballo Loco como si se tratara de un ser nunca visto sobre la tierra: un genio de la guerra y, sin embargo, un amante de la paz; un estadista que, al parecer, nunca tuvo en cuenta los intereses de ninguna persona que no perteneciera a su bando; un soñador, un místico, una suerte de Cristo sioux que al final fue traicionado por sus discípulos Pequeño Gran Hombre, El Que Toca Las Nubes y los demás. Uno siente la tentación de preguntarse: ¿de qué va todo esto?».

¿Un Cristo sioux? Con ello se alude a su caridad y a la traición de que fue víctima, pero también fue un guerrero decidido, uno de los grandes resistentes, hombres que no se rebajan a aceptar soluciones de compromiso, que no negocian, no administran, que existen en un terreno situado más allá del toma y daca de la política convencional, y que trastabillan y sufren la derrota solo cuando la penuria y la dureza de las circunstancias no les dejan otra salida.

Vi el monumento a Caballo Loco un día en que viajaba con rumbo al norte para visitar la tumba de esa mujer triste y jactanciosa llamada Martha Jane Canary, más conocida como Juana Calamidad, que se encuentra en el cementerio de Deadwood junto a la de James Butler Hickok (Bill el Salvaje), vecindad de la que no podría él quejarse, ya que Juana Calamidad le sobrevivió un cuarto de siglo. Iba conduciendo despacio y con cuidado entre la manada de búfalos de las Black Hills —muchos de los animales estaban en medio de la carretera, cansinos y en modo alguno curiosos, tan indiferentes al tráfico rodado como seguramente lo fueron a los cazadores de búfalos que acabaron con unos cincuenta millones de ejemplares durante un lapso muy corto, en el siglo pasado—, cuando poco a poco me fijé en algo, algo grande. Alcé la mirada y vi el monte de Caballo Loco al nordeste. Grandes espirales de pintura blanca, de cientos de metros de longitud, veteaban la montaña representando su cabello; debajo, más trazos de la misma pintura blanca perfilaban una cabeza de caballo un tanto picassiana.