El estudio de las neurociencias es uno de los ámbitos más atractivos de investigación en el siglo XXI. Por primera vez disponemos de técnicas y herramientas que nos permiten dar respuesta a las cuestiones que nos inquietan desde hace siglos, desde el enigma de la consciencia a la expresión de las emociones, desde la interpretación de los sueños al origen de los principios morales.
La presente obra pone al alcance del lector esas aportaciones, de vital trascendencia para nuestra evolución como seres humanos.
Por sus páginas desfilan, como paradigmas, célebres personajes históricos: Einstein, Lenin, San Francisco de Asís, Ulrike Meinhof, Dalí, Juan Negrín, Freud, Leonardo da Vinci…; distintos trastornos y patologías: la enfermedad de Alzheimer, la anorexia, el autismo, la enfermedad de las vacas locas, la poliomielitis…; diferentes contenidos sobre recientes y revolucionarias investigaciones: experiencias cercanas a la muerte, los estados de consciencia mínima, el germen del altruismo; y asimismo temas que nos interesan enormemente en nuestra experiencia cotidiana: cómo mejorar nuestra memoria, cómo aumentar nuestra capacidad para enamorar, o algo tan en apariencia trivial como que nuestro equipo de fútbol siga cosechando éxitos.
José Ramón Alonso
La nariz de Charles Darwin y otras historias de la neurociencia
ePub r1.0
wasona 30.07.15
Título original: La nariz de Charles Darwin y otras historias de la neurociencia
José Ramón Alonso, 2011
Editor digital: wasona
ePub base r1.2
JOSÉ RAMÓN ALONSO (Valladolid, 1962). Doctor por la Universidad de Salamanca. Catedrático de Biología Celular y Director del Laboratorio de Plasticidad neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León.
Ha sido Rector de la Universidad de Salamanca e investigador y profesor visitante en la Universidad de Frankfurt, la Universidad de Kiel, la Universidad de California-Davis y el Salk Institute for Biological Studies de San Diego. Actualmente es Director General de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León.
Conferenciante invitado en universidades de España, Alemania, Suecia, Chile, Dinamarca, Argentina, Colombia, Perú, Turquía y Estados Unidos, ha publicado nueve libros y numerosos artículos científicos en las principales revistas internacionales de su especialidad. Escribe frecuentemente sobre divulgación científica y el mundo universitario en prensa española (El País, ABC, El Mundo, Expansión…).
FRAY JUNÍPERO Y EL AUTISMO
El coche que se para a mi lado lleva un papel blanco pegado en el cristal. De reojo, casi sin fijarme, veo que pone «Se vende» y luego un número «555619745». Miguel también lo ha visto. Va en el asiento de atrás, junto a su madre y le dice: «Mira, se vende un número de teléfono». Miguel no distingue los mensajes implícitos. No comprende las metáforas o que alguien pueda decir algo distinto de lo que piensa. No sabe mentir ni entiende los chistes, tampoco la poesía. El mundo es, para él, un lugar extraño. Miguel tiene autismo.
El autismo fue descubierto en plena Segunda Guerra Mundial en los dos bandos: un psiquiatra norteamericano, Leo Kanner, en 1943 y un pediatra austríaco, Hans Asperger en 1944, identificaron grupos de niños que se relacionaban extrañamente con su familia y con el resto de la sociedad, que se obsesionaban con rutinas y que tenían comportamientos anómalos. Es, por tanto, un trastorno identificado desde hace pocas décadas. Sin embargo, parece que existe desde hace mucho tiempo. Uno de los ejemplos más bonitos se encuentra en Las florecillas de San Francisco. Este libro recoge historias, pequeños relatos del santo de Asís y de sus primeros compañeros. Se supone que son casi contemporáneos, transmitidos oralmente y puestos por escrito en el XIII. Uno de estos frailes andarines y mendicantes es Fray Junípero, del que se cuenta, entre muchas otras, la siguiente anécdota.
Uno de los primeros compañeros de San Francisco fue el hermano Junípero, un hombre de profunda humildad. Una vez, atendiendo a un enfermo en Santa María de los Ángeles le preguntó «¿Te puedo servir de alguna manera?». El enfermo contestó «Sería un gran consuelo si me pudieras traer un trozo de jamón». El hermano Junípero cogió un cuchillo de la cocina y se fue al bosque, donde había muchos cerdos alimentándose. Agarró uno, le cortó una pata y corrió con ella, dejando al gorrino allí. Llegó al convento, lavó la pata y la preparó y cocinó con gran diligencia. Se la llevó al enfermo que la comió con avidez. Mientras tanto, el porquero, que había visto la escena desde lejos, avisó a su señor que, enormemente enojado, fue al convento y empezó a insultar a los monjes, llamándolos hipócritas, mentirosos, ladrones y malvados. «¿Por qué, dijo, le habéis cortado el jamón a mi cerdo?». Con las voces, se reunieron San Francisco y los demás frailes, pidiendo con toda humildad perdón para su hermano. Pero el hombre no se apaciguaba y sin aceptar disculpas o promesas de reparación, se marchó con gran ira. Quedándose los frailes preocupados, San Francisco mandó llamar al hermano Junípero y le preguntó en privado «¿Has cortado tú la pata a un cerdo en el bosque?». A lo que el hermano Junípero contestó alegremente, no como alguien que hubiese cometido una falta, sino creyendo que había hecho un gran acto de bondad «Es cierto, dulce padre, que le corté un jamón al cerdo. Fue por caridad hacia un hermano que está enfermo». Y relató toda la historia. San Francisco, con gran celo por la justicia y gran amargura en su corazón, le contestó «Oh, hermano junípero, ¿por qué has dado tan gran escándalo? Ya veo que no era sin razón que ese hombre se quejaba y tenía tan gran enfado. Quizá ahora está en la ciudad hablando a todos mal de nosotros, y con buen motivo. Por ello, te ordeno por sagrada obediencia, que le busques hasta que le encuentres, que te arrodilles ante él y confieses tu falta, y le prometas una satisfacción completa deforma que él no tenga razón para quejarse de nosotros por esta afrenta». Ante estas palabras, el hermano junípero estaba asombrado, sorprendido de que alguien se pudiese enfadar por un acto tan caritativo. Se puso en camino hasta que encontró al hombre, que seguía enormemente irritado, le dijo la razón por la que había cortado la pata al cerdo, con tal fervor, exaltación y alegría, como si le estuviera explicando un gran beneficio que le había hecho y por lo que merecía ser altamente recompensado. El hombre cada vez estaba más y más furioso con este discurso y le llenaba de insultos llamándole loco fantasioso y ladrón malvado. El hermano Junípero, que se sorprendía de los insultos, no hacía caso de aquellas voces y le repetía una y otra vez la historia, con tal caridad, simplicidad y humildad que el corazón del hombre cambió. Se echó a los pies de Junípero, reconociendo con muchas lágrimas los insultos y daños que le había hecho a él y a su Comunidad. Marchó, sacrificó el cerdo moribundo y lo destazó, llevándolo a Santa María de los Ángeles.
El caso de Fray Junípero ejemplifica algunas de las condiciones que se ven en las personas con autismo. No entienden los usos sociales. No piensan en la imagen o en la respuesta que sus actos pueden causar en otras personas. Las jerarquías, las clases sociales, el respeto a los mayores, las distintas situaciones de la vida cotidiana, conocidos y desconocidos, posibles amigos o posibles agresores, las variables a las que incluso un niño pequeño se adapta con rapidez, no son comprensibles para ellos. A Miguel le gustan los relojes. No tiene reparos en agarrar el brazo a alguien que pasa por la calle, levantarle la manga y mirar el reloj que lleva. A junípero tuvieron que prohibirle severamente que regalara sus ropas y se quedase desnudo aunque fuese por caridad a los pobres. Junípero contesta lo mismo una y otra vez, sin percatarse del enfado creciente del propietario del cerdo. Es la misma pregunta y contesta con la misma respuesta. Junípero y Miguel no saben interpretar la entonación o los gestos que acompañan a las palabras. Para Miguel, el mensaje es el mismo si su madre le dice «ven» agachada, sonriendo y con los brazos extendidos que si le dice «ven» con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Miguel y Junípero tienen un aspecto normal, muchos autistas son guapos. No los distinguimos físicamente. Por eso, para mucha gente son excéntricos, maleducados, chalados. Pero no son eso, son niños y adultos con una discapacidad para la vida social. Todos nos ajustamos con rapidez a un niño con síndrome de Down. A la madre de un niño con autismo le recomiendan frecuentemente que le dé «unos buenos azotes» y le «enseñe a comportarse».