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Karen Armstrong - Historia de Jerusalén

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Karen Armstrong Historia de Jerusalén
  • Libro:
    Historia de Jerusalén
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    Paidós
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    2017
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Historia de Jerusalén describe la historia física y el significado espiritual de la ciudad desde sus orígenes en el tercer milenio antes de Cristo hasta su violento y políticamente agitado presente, y examina su arqueología y su topografía continuamente cambiante.

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SINOPSIS

Historia de Jerusalén describe la historia física y el significado espiritual de la ciudad desde sus orígenes en el tercer milenio antes de Cristo hasta su violento y políticamente agitado presente, y examina su arqueología y su topografía continuamente cambiante.

A mi madre, Eileen Armstrong

AGRADECIMIENTOS

El trabajo de escribir se realiza en la soledad y a veces en el aislamiento; con todo, me complace dar las gracias a mis agentes literarios, Felicity Bryan, Peter Ginsberg y Andrew Nurnberg, así como también a mis editores, Jane Garrett y Stuart Proffitt, por su apoyo y aliento. También estoy agradecida a Roger Boase, Claire Bradley, Juliet Brightmore, Katherine Hourigan, Ted Johnson, Anthea Lingeman, Jonathan Magonet, Toby Mundy y Melvin Rosenthal por su experiencia, su paciencia, sus consejos y su ayuda. Finalmente, doy las gracias a Joelle Delbourgo, mi primera editora en Ballantine, que fue la primera en sugerirme que debía escribir este libro y siempre me concedió el beneficio de su inmenso entusiasmo y aliento.

INTRODUCCIÓN

En Jerusalén, más que en ningún otro lugar de cuantos he visitado, la historia es una dimensión del presente. Quizá sea así en cualquier territorio en litigio, pero a mí esto me impresionó profundamente la primera vez que fui a trabajar a Jerusalén en 1983. En primer lugar me sorprendió la fuerza de mi reacción ante la ciudad. Me resultaba extraño encontrarme paseando en un lugar que había sido una realidad imaginativa en mi vida desde niña, cuando me contaban relatos del rey David o de Jesús. Siendo una joven monja, me enseñaron a comenzar mi meditación de la mañana imaginándome la escena bíblica que iba a contemplar y, así, me hice mi propia imagen del huerto de Getsemaní, el monte de los Olivos y la Vía Dolorosa. En el momento en que iba a ocuparme de mis asuntos diarios en esos lugares, descubrí que la ciudad real era un lugar mucho más tumultuoso y confuso. Tuve que caer en la cuenta, por ejemplo, del hecho de que claramente Jerusalén era muy importante también para judíos y musulmanes. Al ver a judíos vestidos con su caftán o a fuertes soldados israelíes besando las piedras del Muro de las Lamentaciones, o al mirar a las muchedumbres de familias musulmanas que salían de las calles con sus mejores vestidos para las oraciones del viernes en el Ḥ aram al-Sharif, me di cuenta por primera vez del desafío del pluralismo religioso. Los seres humanos pueden ver el mismo símbolo de formas completamente diferentes. No cabía duda del vínculo de cada una de esas personas con su ciudad santa; sin embargo, ellas habían estado completamente ausentes de mi Jerusalén. No obstante, la ciudad seguía siendo también mía: mis primeras imágenes de escenas bíblicas eran un contrapunto constante para mi experiencia de primera mano de la Jerusalén del siglo XX . Asociada con algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida, Jerusalén estaba incrustada en cierto modo en mi identidad personal.

Pese a ser ciudadana británica, yo no tenía ninguna pretensión política hacia la ciudad, a diferencia de mis nuevos colegas y amigos en Jerusalén. También aquí, cuando israelíes y palestinos me presentaban sus argumentos, me sentía impresionada por la intensa inmediatez de acontecimientos pasados. Todos podían citar, en ocasiones con detalles minuciosos, los acontecimientos que llevaron a la creación del Estado de Israel en 1948 o a la guerra de los seis días en 1967. Con frecuencia notaba cómo estas representaciones del pasado se centraban en la cuestión de quién había hecho qué primero. ¿Quién había sido el primero en recurrir a la violencia, los sionistas o los árabes? ¿Quién había notado en primer lugar las posibilidades de Palestina y había desarrollado el país? ¿Quién había vivido primero en Jerusalén, los judíos o los palestinos? Cuando analizaban el turbulento presente, tanto israelíes como palestinos se volvían instintivamente al pasado, y su polémica saltaba fácilmente desde la Edad del Bronce, pasando por la Edad Media, hasta el siglo XX . Una vez más, cuando israelíes y palestinos me guiaban con orgullo por su ciudad, introducían incluso los monumentos en el conflicto.

Separados por décadas de hostilidad tanto israelíes como palestinos sostienen - photo 9

Separados por décadas de hostilidad, tanto israelíes como palestinos sostienen que Jerusalén les pertenece. La cuestión puede hacer más profundo el abismo entre ellos e imposibilitar la paz y la coexistencia.

En mi primera mañana en Jerusalén mis colegas israelíes me enseñaron cómo descubrir las piedras empleadas por el rey Herodes, con su chaflán característico. Parecían omnipresentes y un recordatorio perpetuo del compromiso judío con Jerusalén, que se podía datar (en este caso) en el siglo I AEC —mucho antes de que el islam apareciera en escena—. Continuamente, al pasar junto a grupos de construcciones en la ciudad antigua, me decían que los otomanos no hicieron ningún caso de Jerusalén cuando gobernaron la ciudad. Ésta renació sólo en el siglo XIX , gracias en gran medida a la inversión judía —«mira el molino construido por sir Moses Montefiore y los hospitales fundados por la familia Rothschild»—. Gracias a Israel la ciudad prosperó como nunca hasta entonces.

Mis amigos palestinos me mostraron una Jerusalén muy diferente. Señalaban los esplendores del Ḥ aram al-Sharif y las primorosas mad ā ris, escuelas islámicas, construidas en los alrededores por los mamelucos como prueba del compromiso musulmán con Jerusalén. Me llevaron al santuario de Neb ī M ū s ā , cerca de Jericó, edificado para defender Jerusalén contra los cristianos, y los extraordinarios palacios omeyas en sus cercanías. En una ocasión, cuando pasábamos por Belén, mi anfitrión palestino detuvo el coche junto a la tumba de Raquel, que está al borde de la carretera, para indicar apasionadamente que los palestinos habían cuidado durante siglos de este santuario judío —una piadosa devoción que había recibido una mala recompensa.

Había una palabra que se repetía continuamente. Incluso los israelíes y los palestinos más laicos señalaban que Jerusalén era «santa» para su pueblo. También los palestinos llamaban a la ciudad al-Quds, «la Santa», aunque los israelíes se burlaban de ello con desprecio indicando que Jerusalén había sido una ciudad santa para los judíos primero, y que nunca había sido para los musulmanes tan importante como La Meca y Medina. Pero ¿qué significa la palabra «santa» en este contexto? ¿Cómo podía una simple ciudad, llena de seres humanos falibles y repleta de las actividades más profanas, ser sagrada? ¿Por qué los judíos que profesaban un ateísmo militante se preocupaban de la Ciudad Santa y se sentían tan posesivos hacia el Muro de las Lamentaciones? ¿Por qué un árabe no creyente debería romper a llorar la primera vez que entrara en la mezquita de al-Aqs ā ? Yo podía comprender por qué la ciudad era santa para los cristianos, ya que Jerusalén había sido el escenario de la muerte y resurrección de Jesús: fue testigo del nacimiento de la fe. Pero los acontecimientos fundacionales del judaísmo y del islam habían tenido lugar muy lejos de Jerusalén, en la Península del Sinaí o en el Hijaz arábigo. ¿Por qué, por ejemplo, el monte Sión en Jerusalén era un lugar santo para los judíos en lugar del monte Sinaí, donde Dios había dado la ley a Moisés y había hecho su alianza con Israel? Estaba claro que me había equivocado al asumir que la santidad de una ciudad dependía de sus asociaciones con los acontecimientos de la historia de la salvación, el relato mítico de la intervención de Dios en los asuntos de la humanidad. Tenía que discernir sobre qué ciudad santa había decidido yo escribir este libro.

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